lunes, 14 de mayo de 2018

Las sorprendentes similitudes entre el Ecuador de Correa y la Rusia de Putin
En un nuevo libro del periodista Steven Lee, corresponsal de The New York Times en Moscú, se presenta una semblanza del poderoso presidente de Rusia, quien escaló pacientemente en el funcionariado y la política de la Rusia posterior a la caída de la URSS hasta convertirse en un hombre indispensable en su país. Pero muchos de los rasgos del Estado de Putin coinciden con el Ecuador de Correa.
14 de mayo del 2018
REDACCIÓN PLAN V
En este libro se sigue la trayectoria vital y política del presidente de Rusia. 
Controlar un país por medio de la concentración del poder, la censura de los medios de comunicación, la creación de unos movimientos sociales paralelos, al servicio del Gobierno; la persecusión de opositores por medio de procesos judiciales de dudosa imparcialidad, la alianza con las Fuerzas Armadas y la Iglesia, los pactos con los principales empresarios y oligarcas, y el estímulo de una casta afecta al régimen. 
Todos estos son los ingredientes de la receta del presidente de Rusia Vladimir Putin, quien tras las elecciones del año pasado, gobernará su país por lo menos hasta 2024. Una receta que Putin, muchos años antes de que en el Ecuador emergiera el correísmo, había empezado a perfeccionar con cada vez más éxito. El eco que este modelo político, inspirado en el autoritarismo soviético y con reminiscencias del absolutismo de los zares de Rusia tuvo en un pequeño país tropical como el Ecuador, es, sin embargo, curioso. 
El eco que este modelo político, inspirado en el autoritarismo soviético y con reminiscencias del absolutismo de los zares de Rusia tuvo en un pequeño país tropical como el Ecuador, es, sin embargo, curioso.
Más que en el modelo del Socialismo del Siglo XXI de cuño chavista, el Ecuador de Correa parece haber seguido el guión de la Rusia de Putin, en donde la forma de entender la democracia -dejando de lado todos los valores liberales- permitió la consolidación del jerarca ruso como alguien al que el periodista Steven Lee ha denominado "un nuevo zar".
En un reciente libro, Lee, quien fue corresponsal de The New York Times en Moscú, realiza una semblanza biográfica del presidente de Rusia, un hombre que nació en la pobreza en San Petersburgo e hizo carrera en el funcionariado del Estado soviético. 
Conocido por ser agente de la KGB, los servicios secretos soviéticos en la Alemania Oriental, Putin entró a la política en el Municipio de Moscú, desde donde se vinculó con quien sería su mentor político: el ya fallecido presidente de Rusia Boris Yeltsin. Tras el colapso de la Unión Soviética, muchas fortunas y una nueva casta se forjaron en el reacomodo político que sucedió a la caída. Yeltsin y su grupo fueron operadores privilegiados del proceso, y Putin se convirtió en su delfín. 
Vidas paralelas
Pero las vidas de Rafael Correa y de Vladimir Putin parecen paralelas. Al igual que el ex presidente ecuatoriano, Putin fue criado junto a sus dos hermanos en un humilde apartamento en una ciudad portuaria, San Petersburgo. También, se ha dicho de Putin, sufrió la pobreza y la escasez de alimentos. Mientras que Putin estudió leyes en la Universidad Estatal de San Petersburgo y, luego de graduarse en 1975, se enroló en la KGB, Rafael Correa, por medio de becas estudiaba economía en la Universidad Católica de Guayaquil y luego viajaría a Europa, a la Universidad de Lovaina en Bélgica. 
En ambos casos, la ambición y ganas de salir adelante se dan por descontadas. 
El poder por sorpresa
Mientras la caída de la Unión Soviética había dejado a Rusia sumida en una profunda crisis política, el Ecuador previo al correato también se había sumido en la inestabilidad y el golpismo. Al igual que Putin, Rafael Correa fue un hombre que simplemente pareció estar en el momento adecuado, en el sitio correcto. 


Mientras la caída de la Unión Soviética había dejado a Rusia sumida en una profunda crisis política, el Ecuador previo al correato también se había sumido en la inestabilidad y el golpismo. Al igual que Putin, Rafael Correa fue un hombre que simplemente pareció estar en el momento adecuado, en el sitio correcto.
Mientras en Rusia, el  31 de diciembre de 1999, el presidente Boris Yeltsin,  quien relata Lee sufría de graves problemas cardíacos, anunció su repentina renuncia, en el Ecuador, el 21 de enero de 2000 un golpe militar daba al traste con el débil e irresoluto régimen de Jamil Mahuad, incapaz de controlar la crisis económica y sumido en la suerte suprema de lanzarse a la dolarización. 
Entre tanto, en Moscú, Putin se había posicionado desde un cargo subalterno en el Municipio hacia el Kremlim, se manera que para marzo de 2000 ganó las elecciones presidenciales. 
Al respecto, Lee recuerda que “¿Hombre de quién es usted?”, fue la primera pregunta insensible del entrevistador para Putin, mientras este esperaba para abordar un avión en una sala del aeropuerto de Púlkovo. Al fin y al cabo, nadie alcanzaba una posición de poder en Rusia sin un patrón, y los patrones en la “familia” de Yeltsin, como en todas las familias infelices, estaban prácticamente en guerra unos contra otros. Putin, en un traje azul chillón que no le quedaba bien, obje­tó. Era hijo de su padre y de su madre, contestó demasiado serio, y hombre de nadie. Insistió en que ni siquiera pertenecía al “clan de San Petersburgo” que estaba dándole a su carrera política un segundo acto. “Me cuesta imagi­nar que exista incluso algún tipo de grupo o facción –dijo–. No me interesa preocuparme por eso. Me trajeron para trabajar.”
A miles de kilómetros de ahí, entre tanto, un joven economista, que no ocultaba sus orígenes en la derecha, coqueteaba con las izquierdas que en 2006 habían propiciado el derrocamiento del coronel (r) Lucio Gutiérrez. El hombre, que se presentaba con un discurso nuevo, se llamaba Rafael Correa. Sus críticas a la clase política tradicional y sus amenazas de mano dura le hicieron popular, mientras que sectores de poder creían que su total inexperiencia en política -era, después de todo, solo un impopular profesor de economía de una universidad privada de Quito- le harían maleable. Algo similar había pasado años antes con Putin en Rusia: los llamados  "oligarcas" que habían tomado control de la economía gracias a Perestroika y se había hecho ricos con negocios con el Estado y los "reformistas" que respaldaban a Yeltsin apoyaron a Putin, pensaron que este hombre nuevo, al igual que Correa, sería muy fácil de manejar. Pero tanto en Rusia, con Putin, cuanto en el Ecuador, con Correa, los grupos de poder que esperaban controlarlos se equivocaron del medio a la mitad. 
La hora de callar a la "prensa corrupta"
Lo que parece una reacción oscurantista de ciertas clases medias, en especial en Quito y Guayaquil, y de la academia supuestamente alternativa contra los medios de comunicación, y que el correato convirtió en doctrina del Estado, el control y la persecusión de los medios de comunicación no tiene, por supuesto, nada de original. 
Lo que parece una reacción oscurantista de ciertas clases medias, en especial en Quito y Guayaquil, y de la academia supuestamente alternativa contra los medios de comunicación, y que el correato convirtió en doctrina del Estado, el control y la persecusión de los medios de comunicación no tiene, por supuesto, nada de original.
Desde sus primeros años en el poder, es decir, seis o siete años ante de la conquista del Estado por el correísmo, en la Rusia de Putin se aplicó el control de los medios de comunicación. 
Según el editor del Servicio Ruso de la BBC, Famil Ismailov, Putin tomó control de los medios de comunicación pocos meses después de asumir el poder, "lo que tomó por sorpresa a los oligarcas y a la vieja guardia del Kremlin".
"Putin se aseguró un manejo efectivo de la información para deshacerse de críticos como el magnate de los medios Vladimir Gusinsky; filtrar lo que se decía sobre la guerra en Chechenia; "inflar" los índices de popularidad; proyectar una imagen grandilocuente de la nueva Rusia y su líder, y señalar a los "enemigos del Estado".
En el año 2000, el canal NTV de Gusinsky, que tenía una audiencia de100 millones de televidentes y una cobertura que alcanzaba el 70% del territorio ruso fue cerrado por el gobierno de Putin, en lo que sería el inicio del control total de los medios de comunicación. Los que no se alinearon fueron simplemente cerrados y aunque en Rusia hay unas 3.000 emisoras de televisión, no cubren noticias políticas y, cuando lo hacen, son sometidas a un estricto control del gobierno. El aparato mediático del Estado ruso cuenta también con un medio internacional, RT, que tiene un canal en castellano. Los medios independientes tuvieron que pasarse a la Internet:  TV Rain/Dozhd es un ejemplo. 
Tan pronto llegó al poder, el Gobierno de Correa decidió aplicar la misma receta que Putin había vuelto tan eficaz en Rusia desde el año 2000. Un eje fundamental del discurso oficial fue el control de los medios, a los que el correato y sus aliados en la política y la academia responsabilizaron de todos los males del país. Desde la Constitución de Montecristi, apoyada de manera entusiasta por sectores de la izquierda, se dispuso la aprobación de una Ley de Comunicación. La cereza del pastel fue que en esa Ley se creó una Superintendencia de la Información y Comunicación, una suerte de comisaría que permite al Gobierno controlar los contenidos, supuestamente escudada en la corrección política y la garantía de derechos. 
El clima antiprensa motivó que el Gobierno creara su propio grupo mediático. Aprovechando la particular coyuntura del país, se pusieron al servicio del Gobierno los medios de comunicación incautados a los banqueros quebrados. Así periódicos como El Telégrafo -cuyo nombre arcaico se mantuvo por decisión personal de Correa- que había sido del ex banquero Fernando Aspiazu, y los canales TC Televisión y GamaTV, de los ex banqueros Isaías, así como una gran cantidad de radios y revistas se conviertieron en medios del Estado y en caja de resonancia de los llamados "medios públicos" como canal insignia en el canal EcuadorTV, una televisora cuyos programas y noticieros se caracterizan por su contenido ideológico y propagandístico. 
Al igual que en Rusia, la autocensura y el temor empezaron a evitar que los medios de comunicación publicaran noticias que pudieran molestar al ex presidente, mientras el periodismo de investigación se refugió en la Internet. Pero si se analiza lo ocurrido en Rusia un lustro antes, nada de original tuvo la campaña correísta contra los medios de comunicación. 


Al igual que en Rusia, la autocensura y el temor empezaron a evitar que los medios de comunicación publicaran noticias que pudieran molestar al ex presidente, mientras el periodismo de investigación se refugió en la Internet. Pero si se analiza lo ocurrido en Rusia un lustro antes, nada de original tuvo la campaña correísta contra los medios de comunicación.
La guerra contra los oligarcas y la partidacracia
Otro elemento clave en la reforma política de Putin fue cómo, tras afirmarse en el poder, le declaró la guerra a los "oligarcas", o multimillonarios rusos que se habían enriquecido a costa del Estado. 
Según el documental de la BBC "El nuevo zar", Putin había visto con sus propios ojos cómo los magnates se volvieron "demasiado" influyentes durante el gobierno de su predecesor, Boris Yeltsin. De modo que decidió tomar control sobre ellos antes de que ocurriese lo contrario.
Así fue como cayeron en desgracia oligarcas de altísimo perfil como el lobbyista y dueño de múltiples empresas Boris Berezovsky (2000) y el propietario del gigante petrolero Yukos, Mijaíl Khodorkovsky (2003), entre otros. Acusados de corrupción, fueron encarcelados o bien forzados al exilio, recuerda BBC.
"Khodorkovsky se refugió en Suiza en 2013, año en el que Berezovsky fue hallado muerto en circunstancias sospechosas en su casa en Reino Unido. Según la BBC los grandes conglomerados y negocios que dejaron los oligarcas pasaron a manos de hombres de confianza de Putin, quien acrecentó su popularidad gracias a su enfrentamiento con los magnates".
En el Ecuador, entre tanto, el correísmo adaptó la guerra contra los oligarcas de Putin a las condiciones del país. Pactó con algunos grupos empresariales y combatió a otros. Arrinconó a los políticos tradicionales y consolidó el poder de manera absoluta. Le quitó todo protagonismo en el manejo de la economía a los sectores empresariales y a la banca. 
Mientras tanto, en Rusia, Putin  vendió el concepto de la "gran Rusia", "fomentando el nacionalismo y apoyándose en el poder militar y religioso. La unidad y la identidad nacional serían claves en la conformación de este nuevo mito nacional. Mientras Putin se muestra cercano a la cúpula militar y la Iglesia Ortodoxa Rusa -se confieza un hombre religioso y devoto- se presenta también como "un líder con músculo, que no se doblega ante la presión internacional".
La cercanía con la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas 
En el Ecuador de Correa la receta de Putin fue, en este punto, también seguida sin beneficio de inventario. Correa no tuvo dificultades en presentarse como un católico devoto, enemigo del aborto y el matrimonio igualitario, y prácticamente no tuvo roces con la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, a la que dejó claro que su supuesto izquierdismo revolucionario era escencialmente católico. 
Aunque sí tuvo roces, en cambio, con las cúpulas militares -llegó a destituir en seguidilla a varios comandantes del Ejército, la Armada y la Aviación- Correa se esforzó en asistir a todas la ceremonias militares importantes, y realizó compras de armamento chino y brasileño, como la escuadrilla de aviones Super Tucano. La cercanía del presidente a las Fuerzas Armadas se evidenció en el episodio del 30S, cuando el Ejército lo rescató del hospital de la Policía. 
Al mismo tiempo, Correa centralizó el país, anuló los movimientos regionalistas en especial de Guayaquil y Cuenca, y se presentó a nivel internacional como un líder antiimperialista, con una crítica constante a Estados Unidos pero un absoluto silencio frente a las agendas de Rusia y la penetración económica de China. 
La democracia controlada
La forma en la que el correísmo creó sindicatos y movimientos sociales paralelos desde la llamada Red de Maestros -instrumentada para desmantelar a la UNE- hasta auspiciar federaciones de la diversidad sexual enemigas del matrimonio igualitario, pasando por centrales sindicales como la CUT y grupos de indígenas correístas, tampoco tiene nada de original. 

Foto: Vistazo
La forma en la que el correísmo creó sindicatos y movimientos sociales paralelos desde la llamada Red de Maestros -instrumentada para desmantelar a la UNE- hasta auspiciar federaciones de la diversidad sexual enemigas del matrimonio igualitario, pasando por centrales sindicales como la CUT y grupos de indígenas correístas, tampoco tiene nada de original.
La maniobra, conocida como la "democracia controlada" también es parte de la receta de Putin. 
En una entrevista con BBC Mundo, el profesor Samuel Greene, director del Instituto de Rusia del King's College de Londres,  dice que esta doctrina le ha permitido a Putin mantener a raya a la disidencia, de la misma forma que lo hizo Correa en el Ecuador.
"Además de controlar los medios de comunicación, la "democracia controlada" consiste en crear un "sustituto" de la sociedad civil, estableciendo y financiando grupos que ocupen el espacio público y político para prevenir el florecimiento de organizaciones de oposición", dice Greene a BBC.
Con una red de grupos leales, el "putinismo", al igual que lo hacía en su momento el correísmo ecuatoriano, "se ha asegurado de que, si se produce algún tipo de levantamiento disidente, es capaz de movilizar rápidamente a sus simpatizantes para ocupar la Plaza Roja antes de que lo haga la oposición". Los llamados "borregos" que se movilizaban en buses hacia la Plaza Grande desde el interior del país a cambio de un refrigerio y USD 20 son la versión tropical de este esquema. 
Otro elemento de la "democracia controlada" es la llamada "competencia dirigida", según Greene: "La idea es que los rusos tengan la sensación de que viven en un país democrático, pueden participar y tienen opciones como en otros procesos políticos 'normales' en el mundo". De manera similar, el correísmo se empeñó en convocar consultas populares y destacó que siempre había ganado varios procesos electorales, destacando siempre que el Ecuador seguía siendo un país democrático. 
El Gobierno de Putin, señala el experto, "ha organizado reuniones políticas frecuentes con los líderes partidarios para dejarles en claro cómo pueden competir y cómo no, sobre qué asuntos pueden hacer campaña y sobre cuáles no, y la forma como pueden o no recaudar dinero. "De esta manera se ha asegurado la lealtad de los partidos al Kremlin". El correísmo con su amplia mayoría legislativa, practicó una política similar, al controlar de manera estrecha a sus asambleístas, que hoy, tras el cambio de régimen, han confesado que se les indicaba sobre qué temas podían hablar y sobre cuáles no, so pena de ser señalados como traidores. 
Las diferencias, por supuesto, vienen dadas por la escala. El Ecuador es uno de los países más pequeños de la región y su influencia es muy limitada. Rusia, aunque no tiene ya el poder militar de la Unión Soviética, sigue siendo uno de los grandes poderes del mundo. Correa debió conformarse con la escasa influencia internacional del Ecuador, mientras según señala en un reciente análisis Gustavo Sierra para Infobae: "Pero el Zar Putin logró su cometido. Demostró que la política estadounidense puede ser tan desconcertante como la de su país y demostró al mundo que Rusia está de regreso y con venganza. Y para las nuevas conquistas que tiene en su mente cuenta con mucho tiempo –nadie pareciera que por ahora le puede disputar el poder- y un arsenal de bombas atómicas junto a sus poderosos hackers". 

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