martes, 28 de noviembre de 2017

La consulta popular no es el inicio y el fin de nada
Vivimos una desorientación porque en el inicio del actual Gobierno se aseguró que las instituciones iban a ser respetadas, que debían desacostumbrarse a cumplir órdenes que daban desde el corazón del Centro Histórico. Pero la evidente desesperación ante el fracaso de la consulta obligó al gobernante a reclamar la aprobación de las preguntas enviadas, que prometen esa nueva alucinación de seguridad. Ir de nuevo a las urnas para ofrecernos esa sensación de que estamos a cargo de nuestras propias riendas.
27 de noviembre del 2017
POR: Jean Cano
Periodista de investigación, editor general de la revista Criterios de la Cámara de Comercio de Quito. 
Lenín Moreno no pudo resistir, pública-mente, el eterno sentir de la clase política… de que nuestro país es ingober-nable"
Actualmente vivimos la etapa de desconcierto, confusión. Una lamentable consecuencia de la ola correísta que llegó en el 2006. Cuando un grupo de políticos se aprovechó del hartazgo de millones por los farsantes, los ladrones, los ineptos que gobernaron.
Tal como ahora, manipularon la historia. Y ofrecieron milagrosas salidas ante los errores que, especialmente, la clase política cometió y que ha estancado al país.
La milagrosa salida de estos meses, de este período, es la consulta popular. Cuyas preguntas todavía son analizadas por la Corte Constitucional, que deberá pronunciarse.
Vivimos una desorientación porque en el inicio del actual Gobierno se aseguró que las instituciones iban a ser respetadas, que debían desacostumbrarse a cumplir órdenes que daban desde el corazón del Centro Histórico. Pero la evidente desesperación ante el fracaso de la consulta obligó al gobernante a reclamar la aprobación de las preguntas enviadas, que prometen esa nueva alucinación de seguridad. Ir de nuevo a las urnas para ofrecernos esa sensación de que estamos a cargo de nuestras propias riendas.
Sin embargo, esa es la mayor evidencia de que la institucionalidad está corroída por la política partidista que pone en jaque la independencia. Lenín Moreno no pudo resistir, públicamente, el eterno sentir de la clase política… de que nuestro país es ingobernable. Que necesitamos un mandamás que ponga orden, que con mano dura (populismo criollo al que estamos habituados) encarrile a los dispersos y nos saque a flote.
Los poderes del Estado están diseñados para que respondan al caudillo. Y así actúan. El electoral, el judicial, el legislativo, el monstruo de la transparencia que eligió a todos los censores en los ámbitos del control…
¿Acaso hay una sola autoridad de control que no le persiga la sombra de servir al poder político? Hay, en la prensa que todavía es libre, abundantes de que continuamos por el mismo camino de hace más de una década.
Por eso la consulta no es el inicio o el fin de nada. Cuando regresamos a ver la historia vemos que la política cambia las cosas en cuestión de meses y a veces con un chasquido de los dedos. Amparados en el discurso de salvar al Patria y de mejores días. De ir contra los imaginarios agresores internacionales, y sus contrapartes nacionales. De pelear la gran batalla por los más desamparados y olvidados del Ecuador.
¿Hay salidas a esta parodia política que presencia el país desde hace décadas? Por supuesto. El Ecuador no acabará ni renacerá el próximo 31 de diciembre. O el día que vayamos nuevamente a las urnas.
La primera es que Lenín Moreno entienda que tiene que convertir su gobierno en uno de transición. Donde el diálogo nacional que inauguró ofrezca resultados y no sea un timo o pérdida de tiempo. Cediendo.
La segunda es que la partición del bloque legislativo oficialista sirva para que la oposición imponga la agenda de transición, donde están a la espera la derogatoria de las leyes que causaron la definitiva debacle institucional.
La tercera es la unidad de quienes tienen la vocación de rescatar al Ecuador en los gremios y la sociedad civil organizada, con el fin de que se visibilicen las propuestas que señalan el camino social, político y económico.
Esto servirá para que el futuro no dependa de una sola pregunta, de una agria disputa entre correístas conversos y ortodoxos. Y, si Correa piensa en postularse de nuevo en el 2021, tenga, al menos, algo de vergüenza ante un innegable fracaso.

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