lunes, 20 de noviembre de 2017

Espinosa demanda a Roberto Aguilar ante el inquisidor Ochoa

  en La Info  por 
¿Puede haber algo más surrealista que esta noticia? Augusto Espinosa demanda a diario Expreso por los artículos de Roberto Aguilar ante la Supercom. ¿El delito? Linchamiento mediático.
Pobre Espinosa. En estas horas aciagas, a las que lo han conducido su irresponsabilidad y su fanatismo, lo ha abandonado hasta el sentido común. Su demanda contra Aguilar, lejos de ser un arma disuasiva es un movida política que será invocada en su contra. Hacerla ante el impresentable Carlos Ochoa es una prueba de que su vida, como dice Borges, padece de irrealidad. Y hacerla por linchamiento mediático es declararse públicamente ignorante supino: el linchamiento mediático requiere, según la despreciable Ley de Comunicación correísta, “difusión de información concertada y reiterativa, de manera directa o por terceros, a través de los medios de comunicación destinada a desprestigiar a una persona natural o jurídica o reducir su credibilidad pública”.
Pobre Espinosa. Nunca supuso que ver, oír, analizar y escribir no son actos anómalos en periodismo sino –para seguir con Borges– “la normal respiración de la inteligencia”. Es lo que ha hecho Roberto Aguilar en la Asamblea. Ha hecho un seguimiento de lo que Espinosa hace y dice. Y también ha escrito sobre lo que los otros asambleístas hacen y dicen sobre el escándalo de los abusos a los niños en escuelas y colegios. La desgracia para Espinosa, labrada por él mismo, es haber sido y ser el protagonista principal de esa inmoralidad.
Espinosa está ofuscado consigo mismo por producir tantas noticias negativas para él. Por ser de Alianza País y correísta furibundo, le gustan las cámaras y los periodistas que publican sus mofas de la partidocracia, sus loas a Correa, sus desafíos a Lenín Moreno. Esa es la prensa que él concibe y necesita. Para el resto, está la mayoría correísta del CAL y Silvia Salgado, esa aliada tan útil y experta en archivar casos calientes. Como el suyo.
Pobre hombre. No está habituado a periodistas estilo Aguilar. Precisamente es para indeseables como él que votaron la Ley de Comunicación, se inventaron la figura del linchamiento mediático y nombraron a un inquisidor de la talla humana y ética de Carlos Ochoa. A esas buenas cosas se acostumbró Espinosa. Su naturaleza profunda, tallada en el más desmedido cinismo, le dice que si es correísta y está en el ojo de la tormenta, debe hacer lo que el manual indica: victimizarse, callar a los periodistas y guarecerse tras la complicidad cochambrosa de sus compañeros de partido.
Pobre Espinosa. Todavía imagina que el mundo –su penoso mundo de coartadas y justificaciones miserables– gira bajo el control impúdico que Alianza País impuso. Que el impresentable Ochoa podrá neutralizar la avalancha que se le vino encima. Que en la Asamblea no se notan sus estratagemas indecorosos para evitar hacerse cargo de lo que socapó. Que sus pírricas respuestas y sus tuits desvergonzados pesan más que el dolor y la violencia que tantos niños sufrieron.
Espinosa da pena. Su movida contra diario Expreso pone de manifiesto (otra vez) la trama montada por el correísmo para hacer de personas como él seres limpios, de mentes puras y corazones ardientes. Esta vez su tiro le saldrá por la culata. Ya era hora de que alguien, con su estatura ética, activara al impresentable Ochoa. Ya era hora de que le dieran la oportunidad (otra vez) de manosear la ley y así facultar a los medios de comunicación a llevar al inquisidor  ante las cortes para que responda por sus arbitrariedades y sus desafueros.
Pobre Espinosa, pobre hombre: su movida, lejos de generar escarmiento (como es la intención primera  de todo autoritario), sirve para mostrar por lo menos tres cosas: gente como él no deben ser ni funcionario ni asambleísta. Gente como Ochoa y sus tribunales sobran y es un escándalo que sigan cobrando por sus tareas abyectas. Y lo más importante: no hay sociedad democrática sin buen periodismo. Espinosa llama “linchamiento mediático” al seguimiento informativo que es una característica del periodismo responsable. Es decir, Roberto Aguilar concertó consigo mismo, para escribir algunas notas sobre las proezas del ex ministro. Y, al hacerlo, lo desprestigió.
Pobre Espinosa, no se ha percatado de que él mismo se despojó de su prestigio, si alguna vez lo tuvo.

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