Cuestión de principios
Lo que se ha anticipado es que a Alianza Pais le espera una gran lucha fratricida interna, una división entre las facciones partidarias dominantes, un intento de desconocer la legitimidad del primer mandatario en el ejercicio de sus funciones, un fuerte bloqueo entre poderes, una crisis institucional y hasta un posible golpe de estado. Lo reconoció el ex presidente Correa antes de dejar sus funciones.
01 de noviembre del 2017
POR: Gabriel Hidalgo Andrade
Politólogo y abogado. Docente universitario.
En una década asestaron cuatro golpes de estado, desca-bezando a cuatro pilares de la demo-cracia republicana, pero nadie dijo nada".
El omertá es el código de honor de las mafias. Es una ley que castiga hasta con la muerte a los delatores de sus propios delitos cometidos en grupo.
Las mafias también tienen principios: la lealtad personal al capo, la fidelidad a los fines de la organización y la obediencia a sus leyes. La ley más importante de las mafias es la ley del silencio. Quien hable, debe morir.
En varias ocasiones, el presidente Lenin Moreno se ha referido a las mafias. Ha dicho que las lealtades entre personas, para conseguir finalidades dañinas, son de naturaleza mafiosa; que la reelección indefinida “genera entornos mafiosos”; y que todo eso sería una “dictadura disfrazada de democracia”.
Una mafia es una organización criminal y secreta, que opera en la clandestinidad, cuyos intereses no tienen escrúpulos. Calificar como “mafia” a algunos grupos políticos que se perpetúan en el poder por la vía de la reelección indefinida no es poca cosa. Es acusarlos de tener finalidades contrarias a la ética pública, de organizarse bajo una jerarquía delictiva y de disponer de procedimientos clandestinos. A esto se debe sumar la lealtad, la fidelidad y el silencio, como parte de su declaración de principios.
El presidente Moreno ha llamado a romper el silencio, a perder el miedo para presentar denuncias de corrupción y, a sus propios copartidarios, ha pedido “no seguir defendiendo a corruptos”.
¿Acaso el primer mandatario está insinuando que la estructura que gobernó durante la última década y que lo llevó al poder es una mafia política? ¿Por qué habría de referirse en términos tan comprometedores a la misma plataforma de acción partidista en donde él mismo ha hecho toda su carrera militante?
Antes de la posesión de Moreno, en mayo de este año, se sabía que el correismo estaba en plena agonía y que la ausencia de su líder, el ex presidente Rafael Correa, haría imposible mantener disciplinada la estructura de lealtades aliancistas, lo que provocaría una honda fractura interna en el partido de gobierno. Hoy esa fisura es una realidad sin retorno. E inclusive, ayer en la noche, un grupo de dirigentes de Alianza País desconoció como su presidente partidario a Lenín Moreno y lo retiró de sus funciones.
Lo que se ha anticipado es que a Alianza Pais le espera una gran lucha fratricida interna, una división entre las facciones partidarias dominantes, un intento de desconocer la legitimidad del primer mandatario en el ejercicio de sus funciones, un fuerte bloqueo entre poderes, una crisis institucional y hasta un posible golpe de estado. Lo reconoció el ex presidente Correa antes de dejar sus funciones.
Pero este libreto no es ninguna novedad. Desde que ocupara el sillón presidencial, el mandatario Moreno fue acusado de haber traicionado al líder de la revolución correista, así como por una supuesta deslealtad con la organización política que lo llevo a ganar las últimas elecciones presidenciales. Pero la mayor culpa que pesa sobre el primer mandatario es haber levantado ligeramente el velo de la corrupción que ennegrece los últimos diez años de gobierno, silenciados bajo un aplastante aparato de propaganda y una política de persecución judicial en contra de toda voz crítica que se alzará en contra del régimen.
Pero si Moreno menguaba, como hizo su antecesor, la cascada de denuncias de corrupción que se ventilaron en contra de altos dirigentes de su propio partido, durante la campaña presidencial, la sociedad se hubiera levantado indignada, para llenar las calles de protestas, y para presionar su renuncia o conseguir su destitución. Bajo ese riesgo Moreno no tuvo más remedio que liberar a los órganos de control de la obediencia impuesta por Rafael Correa a su propia persona, porque, de otra manera, el mandatario hubiera tenido los días contados. Ese era el momento esperado por los correistas, que obligaron a Moreno a aceptar a Jorge Glas como su subalterno en la vicepresidencia, para que se convirtiera en su sucesor en caso de ausencia. Así lo reconoció el mismo ex presidente Correa, esta vez desde Bélgica.
El correísmo es sinónimo de arbitrariedad. En una década asestaron cuatro golpes de estado, descabezando a cuatro pilares de la democracia republicana, pero nadie dijo nada. ¿Es que acaso estos eventos no serán considerados como atentados a la estructura fundamental del Estado porque no hubo militares, disparos, ni bullas callejeras? Ellos tenían el poder y la gloria, e impusieron su verdad por la fuerza, mediante el lavado de cerebros y con el silenciamiento judicial a cualquiera que los contradijera.
Ahora que los más aprovechados de esa época ya no tienen nada, y que sus segundones tienen el poder, están desesperados por no perder “lo ganado”.
Centenares de denuncias de corrupción, de despilfarros, de abuso de poder, de chantajes a la justicia y hasta de abusos a escolares empiezan a ventilarse y muchos de estos nuevos opositores parecen urgidos por silenciarlo todo. Es que fueron traicionados y recién empieza a saberse parte de una verdad silenciada por el griterío de diez años de autoritarismo.
Ayer ejecutaron su primera acción de desestabilización en contra del gobierno de Lenín Moreno y tienen voracidad por engullir muchísimo más. Hasta dicen: es que es “cuestión de principios”.
En la clandestinidad, el Caín de esta historia quiere herir de muerte a su propio hermano ¿o será que el Abel de este cuento es Jorge Glas? Pobre Ecuador, los principios de una mafia inexpugnable nos gobiernan.
Las mafias también tienen principios: la lealtad personal al capo, la fidelidad a los fines de la organización y la obediencia a sus leyes. La ley más importante de las mafias es la ley del silencio. Quien hable, debe morir.
En varias ocasiones, el presidente Lenin Moreno se ha referido a las mafias. Ha dicho que las lealtades entre personas, para conseguir finalidades dañinas, son de naturaleza mafiosa; que la reelección indefinida “genera entornos mafiosos”; y que todo eso sería una “dictadura disfrazada de democracia”.
Una mafia es una organización criminal y secreta, que opera en la clandestinidad, cuyos intereses no tienen escrúpulos. Calificar como “mafia” a algunos grupos políticos que se perpetúan en el poder por la vía de la reelección indefinida no es poca cosa. Es acusarlos de tener finalidades contrarias a la ética pública, de organizarse bajo una jerarquía delictiva y de disponer de procedimientos clandestinos. A esto se debe sumar la lealtad, la fidelidad y el silencio, como parte de su declaración de principios.
El presidente Moreno ha llamado a romper el silencio, a perder el miedo para presentar denuncias de corrupción y, a sus propios copartidarios, ha pedido “no seguir defendiendo a corruptos”.
¿Acaso el primer mandatario está insinuando que la estructura que gobernó durante la última década y que lo llevó al poder es una mafia política? ¿Por qué habría de referirse en términos tan comprometedores a la misma plataforma de acción partidista en donde él mismo ha hecho toda su carrera militante?
Antes de la posesión de Moreno, en mayo de este año, se sabía que el correismo estaba en plena agonía y que la ausencia de su líder, el ex presidente Rafael Correa, haría imposible mantener disciplinada la estructura de lealtades aliancistas, lo que provocaría una honda fractura interna en el partido de gobierno. Hoy esa fisura es una realidad sin retorno. E inclusive, ayer en la noche, un grupo de dirigentes de Alianza País desconoció como su presidente partidario a Lenín Moreno y lo retiró de sus funciones.
Lo que se ha anticipado es que a Alianza Pais le espera una gran lucha fratricida interna, una división entre las facciones partidarias dominantes, un intento de desconocer la legitimidad del primer mandatario en el ejercicio de sus funciones, un fuerte bloqueo entre poderes, una crisis institucional y hasta un posible golpe de estado. Lo reconoció el ex presidente Correa antes de dejar sus funciones.
Pero este libreto no es ninguna novedad. Desde que ocupara el sillón presidencial, el mandatario Moreno fue acusado de haber traicionado al líder de la revolución correista, así como por una supuesta deslealtad con la organización política que lo llevo a ganar las últimas elecciones presidenciales. Pero la mayor culpa que pesa sobre el primer mandatario es haber levantado ligeramente el velo de la corrupción que ennegrece los últimos diez años de gobierno, silenciados bajo un aplastante aparato de propaganda y una política de persecución judicial en contra de toda voz crítica que se alzará en contra del régimen.
Pero si Moreno menguaba, como hizo su antecesor, la cascada de denuncias de corrupción que se ventilaron en contra de altos dirigentes de su propio partido, durante la campaña presidencial, la sociedad se hubiera levantado indignada, para llenar las calles de protestas, y para presionar su renuncia o conseguir su destitución. Bajo ese riesgo Moreno no tuvo más remedio que liberar a los órganos de control de la obediencia impuesta por Rafael Correa a su propia persona, porque, de otra manera, el mandatario hubiera tenido los días contados. Ese era el momento esperado por los correistas, que obligaron a Moreno a aceptar a Jorge Glas como su subalterno en la vicepresidencia, para que se convirtiera en su sucesor en caso de ausencia. Así lo reconoció el mismo ex presidente Correa, esta vez desde Bélgica.
El correísmo es sinónimo de arbitrariedad. En una década asestaron cuatro golpes de estado, descabezando a cuatro pilares de la democracia republicana, pero nadie dijo nada. ¿Es que acaso estos eventos no serán considerados como atentados a la estructura fundamental del Estado porque no hubo militares, disparos, ni bullas callejeras? Ellos tenían el poder y la gloria, e impusieron su verdad por la fuerza, mediante el lavado de cerebros y con el silenciamiento judicial a cualquiera que los contradijera.
Ahora que los más aprovechados de esa época ya no tienen nada, y que sus segundones tienen el poder, están desesperados por no perder “lo ganado”.
Centenares de denuncias de corrupción, de despilfarros, de abuso de poder, de chantajes a la justicia y hasta de abusos a escolares empiezan a ventilarse y muchos de estos nuevos opositores parecen urgidos por silenciarlo todo. Es que fueron traicionados y recién empieza a saberse parte de una verdad silenciada por el griterío de diez años de autoritarismo.
Ayer ejecutaron su primera acción de desestabilización en contra del gobierno de Lenín Moreno y tienen voracidad por engullir muchísimo más. Hasta dicen: es que es “cuestión de principios”.
En la clandestinidad, el Caín de esta historia quiere herir de muerte a su propio hermano ¿o será que el Abel de este cuento es Jorge Glas? Pobre Ecuador, los principios de una mafia inexpugnable nos gobiernan.
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