viernes, 9 de junio de 2017

El saqueo petrolero de Correa en Ecuador

Resultó cierto el presagio de los analistas políticos ecuatorianos según el cual, si Rafael Correa llegaba a tomar el riesgo de bajarse del tigre del poder, el tigre se lo comería en seguida. Y es lo que, exactamente, estamos viendo.
         Preparó su salida de tal manera que pudiera retirarse a Europa para administrar sus propiedades y ordenar su fortuna de nuevo rico –producto de un saqueo continuado al erario de diez años– y a presidir el Concilio de los Dioses en el Olimpo. Su idea era la de volver al Ecuador apenas de tiempo en tiempo con el propósito de llamar al orden, recibir los innumerables homenajes que todavía se le deben y manejar a distancia hasta la última de las cuerdas del poder. No tuvo en consideración, sin embargo, que para ser ladrón de éxito se requieren más astucia y menos pedantería que para gobernar. Con el paso del tiempo, Correa se fio demasiado e ignoró la advertencia que Lord Anton había hecho en el Siglo XIX: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Fue el caso.
         Todavía no hace ni medio mes que Correa le transfirió el poder a Lenin Boltaire Moreno, a quien instaló en la presidencia bajo la vigilancia de su vicepresidente, Jorge Glas, que repite en ese cargo según el plan previsto para manejar el poder, a cuatro manos, durante los próximos cien años. Pero las cosas comenzaron a salir mal desde el comienzo y a coincidir con los analistas: en efecto, la corrupción del presidente saliente es de tal naturaleza que al sucesor no le queda más remedio que, de entrada, echarle el tigre para que se lo coma cuanto antes y le evite así tener que cargar con el peso de él y el de sus delitos extraordinarios, mucho más grandes de lo que se acostumbraba en ese país.
A pocas horas de la transmisión del mando, varios periodistas coincidimos en publicar resúmenes de diversos negocios ilícitos de Correa (ver aquí) y enseguida se reventó la cuerda podrida de Odebrechet, cuando el nuevo mandatario se acababa de acomodar con enorme esfuerzo en la silla presidencial.
En la madrugada del pasado viernes, la Fiscalía tomó por asalto la casa del intocable Ricardo Rivera, tío del vicepresidente Jorge Glas, por su participación en la recepción de coimas de Odebrechet a cambio de contratos para obras públicas en Ecuador. Simultáneamente, y por las mimas razones, la Policía se metió a la casa del Contralor General del estado, Carlos Pólit, a quien no se atrevió a capturar, pero se le llevó una caja fuerte. Los presos de ese amanecer –todos de ellos caracterizados miembros de la banda de Correa– fueron cinco.
Para entender mejor todo esto, hace falta devolver el rollo de la película: El vicepresidente, Jorge Glas, durante su adolescencia fue siempre el segundo en un grupo Boy Scouts de jovencitos de clase baja de Guayaquil, comandado por Rafael Correa Delgado. Desde entonces ha existido entre ellos dos una relación inalterada e indisoluble de jefe a lugarteniente.
         En el año 2006 Glas era apenas el oscuro entrevistador de un pequeño canal provincial de cable, propiedad de su tío Ricardo Rivera. Ambos se sumaron a la intempestiva e incierta campaña presidencial de Rafael Correa, para entonces profesor universitario del montón y exministro de economía, cargo al que llegó por equivocación y en el que, de todas maneras, alcanzó a durar un par de meses. Glas y Rivera aportaron los viejos equipos de su canal para usarlos en la propaganda de la campaña y, tras el triunfo, recibieron en pago el manejo del Fondo de Solidaridad, un encargo aparentemente modesto de no ser porque Correa le asignó el manejo del sector eléctrico, sumadas las hidroeléctricas. De entrada, los tres pusieron en marcha un sistema de saqueo de fondos en el que por regla general la mitad era para el Presidente y el resto para ellos dos y los intermediarios que surgieran en cada desfalco.
         Glas se sometió a la autoridad de Correa del modo más rastrero que le fue posible y rindió los mejores efectos, como si continuaran en los Boy Scouts, siempre dispuesto a servir, “siempre listo”, dice el lema. Este desempeño lo llevó a recibir luego el manejo de los recursos petroleros del país, menester en el que aplicó de nuevo la fórmula dorada: la mitad para el jefe y lo demás para él, su tío Rivera y los intermediarios que hubiere. En este caso el reparto del peculado funcionó sobre US$ 4 que hurtaban de cada barril de crudo exportado (esto durante 10 años continuos).
El negocio echo a andar sobre ruedas desde el comienzo. Tanto así que el tío, sin ser funcionario de ninguna naturaleza, fue enviado a China a negociar el petróleo en nombre del jefe Rafael.
         Las mejores investigaciones sobre los chanchullos petroleros las emprendió el periodista ecuatoriano Fernando Villavicencio, con el rigor, la pulcritud, la valentía y la lucidez dignas de un premio Pulitzer. Siempre ha encontrado los documentos y los testimonios de respaldo para dilucidar en forma irrefutable cada negociado de Rafael Correa. Ante la imposibilidad de callarlo, la policía política y la misma justicia desataron contra él una campaña de desprestigio y persecución, ordenada por la presidencia, que lo llevó a esconderse dentro de una reserva amazónica profunda donde lo acogió la comunidad indígena kichwa de Sarayaku en vista de que el gobierno decidió violar las medidas cautelares que la Comisión Interamericana de Derecho Humanos había dictado en salvaguarda del periodista y sus derechos fundamentales.
         Poco antes de la salida de Correa y la llegada de Lenin Boltaire Moreno, Villavicencio debió pasar la frontera con el Perú y pedir asilo político en Lima, en respuesta a que desde los mismos organismos policiales que lo perseguían le hicieron llegar el aviso de que sería asesinado.
         Durante una amena entrevista que tuve el pasado sábado con Fernando, me aseguró que el saqueo de Rafael Correa a los recursos petroleros del Ecuador son de una magnitud tal que los US$ 35 millones que recibió de Odebrecht parecen ser una simple contravención sin ninguna importancia.
         Lenin Boltaire no ha completado su primer mes de gobierno y ya tiene preso al tío Rivera de su vicepresidente Glas y compinche de su mentor, Rafael Correa, a quien se ha visto hoy en la necesidad de dejar que se lo coma el tigre porque, de no ser así, entonces se lo puede comer es él.

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