domingo, 25 de junio de 2017

Como Pedro por su casa



Publicado el 2017/06/24 por AGN
[Alberto Ordóñez Ortiz]
En mi artículo anterior me permití sugerir al señor Presidente sobre el inaplazable deber de desmantelar la estructura legal que su predecesor habría montado con el fin de permitir, garantizar y convertir a la corrupción en un hecho cotidiano y hasta “normal”. No de otra manera se explica que en tiempos correístas la honestidad fuera la excepción, en tanto que la corrupción, la regla general. El objetivo capital: lograr que los interminables atracos se convirtieran en parte de la realidad cotidiana. No exagero un ápice en decir lo que digo. Basta recordar que frente al millón de dólares aceptados por uno de los compinches del predecesor, éste dijera que se trataba de una “simple propina”. Y que no era delito porque se había “cometido” fuera del “horario de oficina”. ¿…? El cinismo grotezco elevando a la impunidad al altar mayor de la beatificación. Ora pronobis.
La estrategia adoptada, no fue una cualquiera. Debió pasar por el tamiz de repetidas reflexiones que, posiblemente se concretaron en interminables francachelas. Su retorcido objetivo: el sometimiento y la consecuente desindividualización de los ecuatorianos. La aplicación del mismo modelo que empleó Goebbels en la Alemania nazi. En el totalitarismo del ex-Presidente Correa los fines fueron subordinados a los medios a través del blindaje de una legalidad de conveniencias. Si bajo esa turbia concepción aplicamos al correísmo el silogismo socrático, tendríamos el siguiente engendro: Su premisa mayor debería decir: la corrupción no es mala; la premisa menor: su presencia es normal; y, la conclusión: por tanto es una virtud. La imposición de la “lógica delictiva” sobre la lógica de la honestidad. Ni más. Ni menos.
Muchos se preguntarán cómo se blindó a la corrupción. Pues, de distintas formas y cataduras. La de mayor catadura; es, ¡qué duda cabe!, la que por la vía de la reforma de los Arts. 211 y 212 de la Constitución suprimió la potestad que confería a la Contraloría la facultad para auditar el cumplimiento de los objetivos de las entidades públicas. La enmienda aprobada por el correísmo eliminó esta norma e institucionalizó de forma olímpica y “constitucional”-he allí la paradoja- la impúdica corrupción. Permitiendo que se paseara como Pedro por su casa. Allí está el caso de Petroecuador, el de la valija diplomática, el del Aromo, el de la propina y un crónico etcétera. Era de tal magnitud, la enmienda, que el propio Contralor Pólit, hoy frente a la vindicta pública, dejó diciendo: “que su “institución” debía ser el único ente autónomo con capacidad privativa para ejercer el control sobre las instituciones estatales”.
Y, a propósito de propinas, para que el escarmiento recupere el sitial que le corresponde, los millonarios saqueos deberían devolverse de centavo de dólar en centavo de dólar. Fuera y dentro del horario de oficina. Y, desde luego, tras las rejas. Manteniendo siempre presente la máxima de Juan XXIII: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la corrupción sino con el de la misericordia”. Algo hay que hacer. Con todo respeto. Señor Presidente. (O)

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