Por Glas, Correa se mete hasta en las cloacas
En la sabatina 511 Rafael Correa se precipitó desde las alturas hasta el lodo. Se hallaba en la esfera celeste, extasiado en la contemplación de su inmortalidad, y se vio arrastrado a las alcantarillas de la política real donde se mueve con sospechosa soltura. A media semana, a bordo del avión presidencial que lo traía de Europa había enviado un mensaje para celebrar sus tres millones de seguidores en el Twitter. “Un hito”, escribió, o mejor dicho cinceló “desde algún lugar sobre el Atlántico”. Ahí estaba el presidente: flotando sobre los remotos confines de los piélagos ignotos, como el decapitado, vibrante de emoción vesperal su alma de pasillo. Viajar a Europa, donde lo toman por referente mundial en tantos órdenes de la vida, lo reconforta. Pero volver agotado de tanto servir a la patria y aun darse tiempo esa semana para hacer historia inaugurando obras, entregando el complejo judicial más-grande-de-América-Latina, batiendo el récord de centros de salud abiertos en un mismo día… Eso sin duda lo glorifica. A él y a esta-revolución-que-ya-es-leyenda. Sí: la última sabatina se perfilaba como una destinada a hablar exclusivamente de su gloria. No pudo ser: El viernes, Carlos Pareja Yannuzzelli, su amigo de tantos años, lo bajó de la nube. Directamente al lodo, donde se ve muy bien.
De las cuatro horas de sabatina Correa reservó la última casi completa para tratar el tema, pero éste lo atormentó desde el principio. No era para menos: en sus videos ante el polígrafo Capaya dice cosas tan graves como que el sistema de comercio internacional de petróleo es una feria donde bien pudieran haberse perdido 2.400 millones de dólares. Y que Jorge Glas lo sabía todo. Semejante sospecha empañó los logros del presidente en Europa y le echó a perder la sabatina.
El tema le rondaba la cabeza cuando narraba sus recuerdos de viaje: la apoteosis de plazas y coliseos repletos y unánimes en España y en Italia; las llaves de las ciudades españolas que faltaban en la colección que llevará su nombre; la reunión con el rey Felipe a quien llama “amigo personal”, como si los hubiera de otro tipo; las conferencias magistrales en Génova y en la Complutense; los elogios de alcaldes y rectores… Aun con tan gratos recuerdos, el hilo de sus pensamientos conducía al presidente, de manera inexorable y obsesiva, a la maldita cosa: los videos de Capaya. Y de rato en rato volvía contra él: ese payaso traidor que parecía año viejo junto al polígrafo, ya basta de tanta infamia, y todo es una conspiración de los Isaías, ya se lo voy demostrar al final del enlace, para que vean a quiénes tenemos que enfrentar, hasta cuándo compañeros, etc. En suma: él.
La respuesta de Correa a los videos de Capaya debió ser elaborada el viernes más o menos al apuro a partir una vieja historia (la conspiración de los Isaías) insertada en un novedoso contexto: las elecciones. Los Isaías ya no pretenden desestabilizar al gobierno sino orquestar una campaña sucia que lo perjudique en las urnas y lleve a Guillermo Lasso y Andrés Páez a Carondelet. Para eso utilizan a Capaya, a cambio de negociarle un asilo en Estados Unidos. Los Isaías quieren volver y Capaya quiere quedarse. Una historia espectacular, casi verosímil, cuyos detalles son otros tantos guiños cinematográficos a la cultura popular sobre el tema de las conspiraciones: la reunión secreta en la mansión de Coral Gables, los contactos oscuros, la complicidad de políticos corruptos, la labor de los aparatos de inteligencia…
Y aquí es donde el presidente se mete en la alcantarilla. En los márgenes del aparato de inteligencia hay un espionaje que desarrolla su actividad libre de todo control político y de espaldas a los jueces; en los márgenes del aparato de propaganda están las legiones de mercenarios remolcados por el gobierno para hacer cargamontón en las redes sociales. Ambos grupos de marginales viven en pública y retorcida connivencia. La información que los unos roban a los ciudadanos es usada por los otros en su contra y difundida en campañas de desprestigio. Espiar para exponer. Aun sin fondos del Estado sería una forma muy canalla de hacer política. Empezaron practicándolo en el periódico de papá pero fue demasiado escandaloso: no hay argumento jurídico, profesional o ético que El Telégrafo pueda esgrimir para justificar la publicación de los correos electrónicos robados a Martha Roldós. Así que cambiaron de estrategia: ahora la información privada obtenida mediante sofisticados métodos de espionaje electrónico e interceptación telefónica pasa directamente a las redes sociales. Al Twitter, donde las responsabilidades se diluyen. Sólo entonces las retoma el presidente.
Este sábado Correa dijo que Andrés Páez era “un dañado en su vida pública y en su vida privada”. Se refería obviamente a los correos, chats y fotografías que expusieron las relaciones íntimas del candidato a la vicepresidencia con sus supuestas amantes, que fueron obtenidos mediante espionaje ilegítimo y que los propios trolls del gobierno viralizaron el mes pasado. ¿Cómo calificar a un presidente que utiliza información obtenida por espionaje ilegítimo para descalificar en público la moral privada de un ciudadano? Fascista es la primera palabra que viene a la mente.
De las viscosas relaciones entre el espionaje ilegítimo y la comunicación informal el presidente sacó aun más provecho el sábado. Ocurre que los espías robaron a Tania Tinoco, de Ecuavisa (lo denunció en el Twitter), el video con la entrevista no terminada de editar que hizo a Capaya en Miami. Luego los trolls se inventaron un tinglado en el YouTube con el nombre de Isaías Leaks, editaron el video a su antojo y lo difundieron. Finalmente, Rafael Correa lo usó en la sabatina para exponer el supuesto brazo mediático de la conspiración que, como se sabe, siempre es un pulpo. En este punto hay que detenerse y contener la respiración. Porque en el asqueroso mundo de este cyber-lumpen-activismo correísta que actúa en los márgenes del Estado, el presidente resulta ser una suerte de escarabajo estercolero. Va recogiendo la porquería que encuentra en el camino, arma vistosos paquetitos y los entrega servidos en bandeja cada sábado a la población incauta. Tengan ecuatorianos, coman.
Y todo esto, que conste, es campaña electoral. Correa dice que lo hace porque es su obligación defender el honor de “esta revolución que ya es leyenda”. Dada su afición a divagar por los confines de los piélagos ignotos hasta podría ser cierto. Pero los simples y prosaicos hechos, que nada saben de leyendas, dicen otra cosa: lo que hizo el presidente fue destinar casi una hora de cadena de radio y televisión a lavar la cara de su candidato Jorge Glas y atacar al binomio Lasso-Páez. Tanto tiene esto que ver con la campaña que al presidente, vivísimo él, se le ocurrió proponer la encantadora idea de no hablar de corrupción hasta después de elecciones. Y se curó en salud hasta el 19, anticipando que en los próximos días vendrán nuevos ataques (o sea: nuevas revelaciones).
Por Glas, Correa pone las manos al fuego: “una persona íntegra –dice–, ni roba ni deja robar”. Y desde su posición de presidente de la República anima contra Lasso y Páez una campaña que no es cualquier campaña. Es, como se ha visto, una campaña sucia (aquí Correa reiteraría: muy sucia). Por ejemplo, el ataque contra la intimidad de Andrés Páez que este sábado sirvió a Correa para descalificarlo moralmente por televisión se cebó en la vida privada y familiar de cuatro mujeres que fueron espiadas y expuestas. Así de sucia es esta campaña. A Tania Tinoco le roban información privada para usarla en su contra y la que termina siendo acusada por el presidente de hacer campaña sucia es ella. Así de ofensiva es esta campaña. A eso se dedica ahora Rafael Correa cuando no está en la estratósfera de la historia: a hacer política sin valores.
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