lunes, 4 de abril de 2016

Casuales, en la sabatina

Con respecto a lo que ocurrió ayer, me quedan algunas reflexiones que quiero compartir con ustedes:
El sábado 2 de abril, dos amigas, mi mamá y yo llegamos a la sabatina sin afán alguno de siquiera expresarle al presidente nuestra inconformidad, en realidad fuimos a ver cómo funciona una sabatina.
Tengo que admitir que siempre quise ir a uno de estos ACTOS PÚBLICOS DE RENDICIÓN DE CUENTAS, estas cuentas se las rinde a los mandantes y, considerando que soy una de ellos, fui. Ayer nos pareció un gran día, porque nos queda cerca, así que fuimos.
Mi sorpresa fue que el momento cuando quisimos entrar, los policías nos dijeron que no podíamos. Me pareció raro, nunca me habían negado la entrada a ningún lugar y que esta vez sea a un acto público, pagado con mi impuestos, debo confesar que me sorprendió.
“Por motivos de seguridad” nos dijeron, a los policías les consta que lo único que encontraron en la cartera de una de mis amigas fueron unos marcadores, no teníamos nada que pueda haberlos hecho pensar que teníamos algún plan de algo.
Lo cual me deja una pregunta ¿Cómo sabían quiénes somos? Básicamente, yo no soy un personaje público, nadie tendría por qué “reconocerme”, pero así fue. Por otro lado tenemos nuestros récords policiales en blanco, no hay alguna razón para la que no podamos ingresar. He de mencionar que cuando a uno le prohíben entrar a un lugar siente que está haciendo algo mal y no fue así. No le hicieron esto a nadie más, lo cual me hace pensar que deben conocerse entre todos.
Fui, además, porque siempre que veo la sabatina por televisión, hay un ambiente de fiesta, no les voy a mentir, la gente parece amable y feliz. Pero cuando al fin logramos entrar (porque era nuestro derecho) todo es distinto. Adentro nadie festeja nada, hay un entorno hostil, en el que la gente está viendo a todas partes, como cuando sabes que no puedes confiar en nadie. Todos tienen esa cara que se te queda cuando lees un “sonría, lo estamos filmando”.
Adentro no puedes confiar en nadie, esa es la sensación. Mucha, mucha seguridad, lo cual es incomprensible para un presidente que todos aman porque ha hecho todo tan bien que no nos quedará tiempo para agradecérselo.
Estuvimos unos minutos ahí, exactamente lo que tardamos en fumar un cigarrillo, con unos grupos que no se nos despegaron y que nos veían sospechosamente por nuestro delito de pensar distinto y estar en un acto público.
Repito esto de “acto público” porque quiero que quede claro que estamos hablando de un derecho. Hubiera sido más fácil retirarnos cuando nos dijeron que no podíamos entrar, pero en estas épocas aceptar los abusos no es una opción, por lo menos para, me voy a tomar el nombre del grupo, nosotras.
Cuando la gente calla los abusos es cómplice, cuando la gente obedece aunque sea injusto termina aprobando esas actuaciones y así no se puede vivir.
Se llevaron nuestros documentos de identificación, fueron los únicos que se llevaron, los fotografiaron, nos tomaron fotos a nosotras, nos siguieron, no nos quitaron los ojos de encima. Si tan solo hicieran eso con los malechores les prometo que no habría tanta delincuencia en el país.
Entre los grandes comentarios que hemos recibido están los “fueron a provocar para después victimizarse” porque vivimos en un país en el cual hay que asumir que los revolucionarios son gente violenta, supongo. Necesito que me cuenten ¿Desde cuándo hay que creer que los actos públicos del presidente son peligrosos para quienes pensamos distinto?
Yo sé que muchos no lo aprueban y me parece muy bien, pero quiero decirles que de eso se trata, de que pensemos distinto con la seguridad de saber que eso “no es peligroso”. Nosotras logramos desmentir el cuento de hadas sobre estos actos públicos de “rendición de cuentas” ¿tú? ¿Hasta cuándo te quejas tras un teclado?

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