domingo, 20 de marzo de 2016

¡Todos por la leche!

Francisco Febres Cordero
Domingo, 20 de marzo, 2016 - 00h07


De pronto, el verbo amamantar ocupa un lugar de primer orden en el lenguaje asambleístico de la revolución ciudadana, donde todas (y todos) quieren que los niños (y niñas) que nazcan se nutran –tal como pidió el excelentísimo señor presidente de la República– con leche materna no solo durante los tres primeros meses de su vida, sino hasta la adolescencia, más o menos.
¡Qué loable principio! ¡Qué noble causa! A los niños (y niñas) de la revolución se los reconocerá porque mientras están jugando fútbol saldrán en medio del partido y correrán hacia la línea demarcatoria de la cancha donde les esperará su madre para ofrecerles unos sorbos de la leche que brota de sus pechos y que les devolverá la energía para continuar el lance totalmente rehidratados. O sea lo mismo que cualquier energizante, pero en leche. Y con otro envase, claro.
La madre, según esta ley amamantoria, nunca estará sola: junto a ella estará el padre de la criatura, aunque su rol sea igual al de los suplentes que esperan en la banca la señal para reemplazar al titular.
¡Todos por la leche materna!, es el nuevo grito que está revolucionando el avispero. Y es que la leche materna, en realidad, posee condiciones de sostenibilidad que son únicas y excluyentes, a saber:
No requiere refrigeración.
No pasa por intermediarios: llega directamente del surtidor a la boca.
No paga sobretasa arancelaria, timbre cambiario ni IVA.
No está catalogada como gasto, sino como inversión.
Ahora, igual que a todo producto de consumo humano, el Estado tendrá que nombrar inspectores para que, en cada uno de los pechos de las madres, peguen las etiquetas que permitan al niño (o niña) conocer las propiedades de lo que van a beber: roja, si es alta en azúcar, amarilla si es media en grasa y verde si es baja en sal. Eso, claro, en defensa del consumidor, porque hay madres que son más saladas que otras, o más dulces, o más graciosas en grasa.
Solo cuando el niño alcance la mayoría de edad estará en condición de resolver si quiere seguir siendo amamantado o si, en lugar de la leche, prefiere agua, cola o cerveza (excepción hecha de los domingos en que, necesariamente, deberá regresar a la leche).
Como se señalaba anteriormente en este tratado, solo en ausencia de la madre entrará a jugar de titular el padre, quien también gozará de los mismos privilegios laborales que la madre y tampoco, como ella, ganará sueldo por cumplir esa misión tan estoica y necesaria: amamantar a su hijo. ¿Cómo lo hará?, es la única pregunta que aún no encuentra respuesta por parte de las asambleístas (y asambleístos), que debaten entre varias alternativas: (a) contratando (sin sueldo) a una nodriza; (b) realizándose implantes, para lo cual dispondrá de los fondos de cesantía que cubrirán también el mecanismo de una bomba que impulse automática la leche desde el interior hasta el exterior; (c) cogiendo un vaso y ordenando al hijo que se lo beba sin respirar y, con semejante dentadura que tiene, ya no le joda con eso de la lactancia.
Lo que también faltaría por aclarar en el tan loable propósito del amamantamiento es si la licencia sin sueldo se verá o no afectada ante la súbita sequía del (o de la) titular. (O)

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