miércoles, 16 de marzo de 2016

  • Hace cinco años, Osama, activista por los derechos humanos, fue testigo directo de las protestas públicas y de la respuesta violenta del gobierno que desencadenaron el sangriento conflicto armado en Siria. Desde entonces, él y su familia han sido detenidos, intimidados y obligados a vivir en la clandestinidad. Osama nos cuenta su historia.
A principios de 2011, me reuní con un grupo de activistas de Damasco para hablar de las protestas populares que estaban teniendo lugar en los vecinos Túnez, Egipto, Yemen y Libia. Estábamos seguros de que la “Primavera árabe” llegaría sin duda a nuestro país, pero también sabíamos que aquí tardaría más y que pagaríamos un precio más alto debido al poder del régimen y de nuestro ejército.
El 15 de marzo, cuando estallaron las protestas en toda la ciudad, fuimos a la mezquita para la oración vespertina. Había fuerzas de seguridad por todas partes, y asombro y expectación en las caras de los comerciantes del mercado. Cuando regresábamos, nos sorprendió encontrar a decenas de miembros de las fuerzas de seguridad y de la policía antidisturbios con sus vehículos preparados. Nos maravilló la disposición del gobierno para reprimirnos.
Al día siguiente, nos sumamos a la sentada frente al Ministerio del Interior, en solidaridad con los presos políticos que habían empezado una huelga de hambre. Nos detuvieron a muchos, incluida mi esposa Maimouna, que estaba embarazada de nuestra primera hija. Emar fue el primer feto detenido en la revolución siria. Hoy las personas detenidas se cuentan por millares, y entre ellas hay numerosas mujeres, niños y niñas.
La revolución está en marcha
En prisión sólo teníamos acceso a la televisión y a los periódicos gubernamentales. Un artículo sobre nuestra detención nos calificaba de “infiltrados extranjeros”, y esto se convirtió en una broma continua entre nosotros. ¡También vimos a un portavoz del gobierno en la televisión que hablaba del “plan de radicalización religiosa” de los manifestantes! En realidad, los manifestantes eran de muchas confesiones religiosas, etnias e ideologías diferentes.
Nos llegaron noticias sobre el comienzo del estallido de protestas en Deraa y otras ciudades. Uno de mis compañeros detenidos comentó: “La revolución siria está en marcha”.
Dos semanas después, la noche en que nos pusieron en libertad a todos, nuestros amigos estaban esperándonos frente a la prisión y nos recibieron con aplausos y vítores. Cuando empezaron las manifestaciones, la mayoría de la gente dudaba sobre si participar en las protestas. Me acuerdo de uno de los primeros viernes, las protestas empezaban delante de las mezquitas y en los mercados con unas 20 personas que trataban de animar a otras a que se unieran, pero sólo lo hacían unas pocas. ¡Pero esa noche puede que hubiera 20.000! Personas que apenas se conocían se felicitaban mutuamente como si fuera el día de su boda. Un joven, que luego supe que se llamaba Abu Adnan, me dio un fuerte abrazo y dijo: “Gracias a Dios que estás a salvo. Tu detención no será en balde.” El mismo Abu Adnan fue detenido unas semanas después y sigue en paradero desconocido.
Obligados a ocultarse
Para entonces el gobierno estaba resuelto a buscar a todos los activistas que habían ayudado a organizar las protestas. El 1 de mayo de 2011 me detuvieron de nuevo, junto con otros activistas, en el aeropuerto militar de Mazzeh, aunque me pusieron en libertad dos meses después. Pronto los servicios de inteligencia empezaron a detener a activistas una vez más, y mi amigo Mazen fue uno de ellos. Me dijeron que venían a detenerme a mí a continuación, así que me fui de casa y me uní a otros activistas que trabajaban en la clandestinidad. Mazen está ya a punto de cumplir su quinto año en prisión.
Vivía en la clandestinidad en Damasco con mis amigos Ghiyath Matar, Yehya Sherbaji, Nabeel Shurbaji y otros. Nos trasladábamos de un apartamento al siguiente cada vez que nos sentíamos en peligro. Sin embargo, Yehya y Ghiyath fueron detenidos junto con otras personas en una emboscada. Dos días después, supimos que a Ghiyath lo habían torturado hasta la muerte. No pudimos ir a su funeral. Todas las personas detenidas con él ese día, hace cuatro años y medio, siguen en paradero desconocido.
Fue una época realmente difícil para mi familia. Mi esposa dio a luz mientras yo estaba detenido y no pude ver a mi bebé hasta que tuvo tres semanas. Más tarde las veía como mucho una vez a la semana. Mi esposa prometió mandarme fotos de nuestra bebé todos los días. Yo sentía que estaba perdiéndome momentos importantes del crecimiento de mi hija.
Persecución de activistas
Mi esposa, que también es una activista por los derechos humanos, tuvo que irse de nuestro apartamento y esconderse después de que los servicios de inteligencia allanaran la casa y detuvieran a su hermano Suhaib. Amenazaron con matarla y con secuestrar a nuestra hija y tenerla como rehén hasta que me entregase. Suhaib fue liberado más tarde, pero lo detuvieron de nuevo junto con su hermano Iqbal, y hasta el día de hoy ambos están en paradero desconocido.
Pasamos más de un año en la clandestinidad en Damasco, pero la persecución de activistas siguió aumentando y los puestos de control asfixiaban la ciudad. En abril de 2013 nos trasladamos a un suburbio cuyo control había perdido el gobierno. Por primera vez pudimos abrir una oficina para el Movimiento Sirio de No Violencia y otra para el Centro de Documentación de Violaciones en Siria (VDC).
Algunos creen que somos una amenaza para ellos porque trabajamos en derechos humanos. En diciembre de 2013, fueron secuestrados mis compañeros y compañeras Sameera, Razan, Wael y Nazem. Reabrimos la oficina una semana después; queríamos transmitir el mensaje de que no vamos a rendirnos nunca. Nunca frenarán nuestra determinación.
Dignidad y paz
Nos acercamos al final de nuestro tercer año aquí. Los ataques aéreos, los bombardeos y el asedio dominan nuestra vida. Van y vienen, pero nunca cesan.
A veces siento como si los sirios se hubieran convertido en invitados a su propia causa: se los invita a oír lo que otros han decidido para ellos y para su país, pero están excluidos casi siempre del debate. Pero otras veces siento la esperanza de que el cambio está llegando y de que viviremos con dignidad y paz algún día.
Al principio nos motivaba nuestro entusiasmo por el cambio. Después se convirtió en una responsabilidad, sobre todo cuando empezaron a matar a nuestros amigos.
Cuando reflexiono sobre todo lo ocurrido en los últimos años, no puedo entender cómo he llegado tan lejos. ¿Por qué no iba yo en el coche en lugar de Ghiyath cuando lo detuvieron? ¿Por qué no estaba yo en la oficina cuando la asaltaron y secuestraron a todos los que estaban allí? ¿Por qué el ataque químico tuvo como objetivo la población de al lado y no la mía? ¿Por qué los miles de cohetes no me alcanzan, pero caen sobre otras personas que caminan por donde camino yo?
¿Por qué después de cinco años de gritos, cientos de miles de víctimas, detenidos y refugiados, todavía tenemos que explicarle a los habitantes de este planeta que somos humanos como ellos, ni más ni menos? Somos seres humanos... como ustedes

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