martes, 22 de marzo de 2016

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Un escondite guerrillero en la profunda selva colombiana

Un escondite guerrillero en la profunda selva colombiana

CreditFederico Rios Escobar for The New York Times
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EN LA SELVA COLOMBIANA – El campamento es una cápsula del tiempo comunista. Un guerrillero canta canciones sobre el Che Guevara y toca la guitarra ante un grupo armado con rifles y granadas que se acerca para escucharlo.
Aquí no existen los salarios ni tampoco el matrimonio. Los guerrilleros creen en el amor libre, ya que dicen estar casados con la revolución. Dicen que la vida aún es posible con Karl Marx en una mano y un rifle Kalashnikov en la otra.
“Nos hemos preparado para la paz, pero también estamos listos para la guerra” , dice Samuel, un guerrillero de 31 años que, como muchos otros, nunca ha pisado ninguna de las ciudades de Colombia.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia me invitaron a ver uno de sus escondites en medio de la selva, donde unos 150 guerrilleros viven los últimos días de una guerra que comenzó hace más de cinco décadas.
Para llegar acá atravesamos montañas escarpadas a caballo y a pie. También tuvimos que abandonar nuestros teléfonos satelitales y cualquier equipo que pudiera ser rastreado por el ejército colombiano, y luego quedamos en manos de este grupo guerrillero conocido por secuestrar civiles y mantenerlos cautivos durante años.
Actualmente, el gobierno colombiano y las Farc están negociando el fin del conflicto armado más largo de la historia moderna de América Latina. Pero aquel día, el final no parecía estar cerca.
Eran como las 6 de la tarde cuando llegó un comunicado al campamento, y no traía buenas noticias.
El mensaje, que se leyó en voz alta en una de las tiendas de campaña, era de Rodrigo Londoño, Timochenko, el comandante de las FARC.
Las negociaciones habían colapsado, advertía el comunicado. Molestos, los miembros de las Farc se habían levantado de la mesa de negociaciones en La Habana. La guerra podría continuar.
“En este momento no sabemos cómo pueda terminar este pulso”, decía el mensaje y abría la posibilidad de que “no hay más que hacer que continuar con lo que en más de 50 años hemos venido haciendo”. Entretanto, los guerrilleros en el campo suspiraban y se aferraban aún más a sus armas.
Supuestamente las negociaciones de paz en Colombia están en su etapa final y más crítica. La guerra ha cobrado la vida de más de 220.000 personas; 40.000 están desaparecidas y aproximadamente 5,7 millones de civiles han sido desplazados. El conflicto se ha alargado durante medio siglo y dos intentos de treguas que, se creía que traerían la paz para siempre, pero fracasaron.
Tanto el gobierno como las Farc han dicho que es improbable que un acuerdo definitivo se firme el 23 de marzo, una fecha límite que habían acordado el Presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño.
Cuando terminaron de leer el comunicado, un pesado silencio se apoderó del campamento. Fue interrumpido por un hombre que llevaba una boina con una estrella roja, quien gritó las consignas típicas de las guerrillas:
“Contra el imperialismo”, gritó.
“¡Por la patria!”, respondió el campamento.
“Contra la oligarquía”, gritó.
“¡Por el pueblo!”, contestaron.
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Andrea, una guerrillera, dibuja sobre el hombro de Michael en un campamento de las Farc.CreditFederico Rios Escobar para The New York Times
Lejos de casa
Aquí el día comienza una hora antes del amanecer. A las 5:15 los guerrilleros se ponen en formación para las tareas del día: hacer guardia en los puestos fronterizos, matar una vaca. El desayuno se sirve en el exterior de una choza con estufas en el suelo.
En este campamento el debate sobre la paz es un asunto muy personal. ¿Los guerrilleros regresarán a los pueblos que alguna vez conocieron? ¿Se reunirán con los hijos que abandonados hace años, hijos que ahora ya son adultos?
Samy tiene 28 años, pero tenía 16 cuando se convirtió en guerrillera.
Como muchos guerrilleros, usa solo su nombre de pila para proteger a su familia; todavía recuerda los ataques sangrientos contra campesinos por parte de grupos paramilitares que buscaban a las guerrillas. Recuerda a seis personas asesinadas en su pequeño pueblo. Así fue como decidió tomar las armas para sobrevivir.
“Aquí, uno forma otra familia”, dice.
Desde entonces Samy solo ha visto a su madre una vez, durante una breve reunión cuando tenía 21 años. Hablaron de cómo había sido Samy de niña, un recuerdo que casi ha quedado en el olvido. Ella no tiene planes de regresar a casa si se firma un acuerdo de paz.
Las Farc alguna vez controlaron ciertas zonas con las ganancias del tráfico de cocaína. Pero la ofensiva del gobierno, y un paquete de ayuda de 10.000 millones de dólares de Estados Unidos, han cambiado esa realidad.
El grupo, al que el Departamento de Estado de Estados Unidos incluyó en la lista de organizaciones terroristas, alguna vez contó con alrededor de 17.000 guerrilleros entre sus filas; ahora solo quedan 7000.
Aquí en el campamento, muchos todavía son adolescentes. Didier, de 15 años, rara vez ha disparado el rifle que le dieron desde que se unió al grupo hace seis meses.
Llegó con otros dos adolescentes de un pequeño poblado en la ribera de un río, a bordo de motocicletas manejadas por milicianos de las Farc. Espera que el acuerdo de paz le permita regresar a casa para explicarle a su padre por qué se fue: no había comida suficiente para su familia.
A la una de la tarde, el calor era intenso. Los guerrilleros lavaban ropa y nadaban en el río. Ángela, una joven de unos 18 años a la que se le conoce como “Polvorita”, salió corriendo en ropa interior, entre risas, para escapar de un grupo de jóvenes y adolescentes que le arrojaban agua. Tomó su Kalashnikov y se fue.
Aunque aquí el matrimonio no es común, las relaciones entre guerrilleros sí lo son. El hombre le pide permiso a su comandante, al igual que muchos colombianos en entornos rurales que visitan al padre para pedir la mano de su novia. Cuando la pareja desea tener sexo, le informan al comandante y luego se internan en la selva y hacen su lecho con hojas de palma.
Las relaciones vienen y van.
“¿Cuánto tiempo vivimos juntos, Andrea?” preguntó Samuel, de 31 años.
“Ya ni me acuerdo”, contestó Andrea, de 26.
Los dos ríen. Ambos tienen hijos con otras personas, civiles que viven en algún lugar de Colombia. Ambos planean ir a criarlos si hay un acuerdo de paz.
Camilo, de 19, también tenía novia, pero murió junto con otros 10 guerrilleros en un bombardeo aéreo del gobierno hace seis meses. “Estamos en guerra y así son las cosas”, dijo Camilo. “Las cosas que ves en un lugar como este. Una pierna por aquí, un pie del otro lado del río y luego un brazo regado por allá”.
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Gustavo, un guerrillero de las Farc, en formación. CreditFederico Rios Escobar para The New York Times
Cae la noche y comienzan las marchas hacia la selva. Un escuadrón de guerrilleros se dirige selva adentro. Cuelgan hamacas entre los árboles junto a arañas enormes y algunas ranas.
Alguien silba, una señal de que un avión sobrevuela cerca, y los guerrilleros apagan sus lámparas para no ser vistos desde el cielo.
La evolución de las esperanzas
Para muchos guerrilleros de la generación anterior, los combatientes de las FARC que ya pintan canas, el futuro promete la posibilidad de un renacimiento político. Han abandonado toda esperanza de que las guerrillas derroquen al gobierno algún día, como hicieron los revolucionarios en Cuba y Nicaragua, por lo que su futuro en Colombia, dicen, pasará por el apego al sistema político existente.
“Dejaremos las armas y nos convertiremos en políticos”, dijo Luisito, el segundo al mando del campamento. “Pero no perderemos nuestra estructura. Esta vez estaremos en las urnas”.
Las Farc preparan a sus bases para la próxima etapa, cuando llegue la paz. Casi todas las mañanas los guerrilleros se reúnen en una carpa para la “pedagogía”. Los líderes les explican el acuerdo que se está negociando en La Habana y contestan preguntas de los guerrilleros.
Letreros pintados a mano refuerzan el nuevo tono: “Por principio, estamos por la paz y no por la guerra”, dice un letrero que cuelga debajo de una pila de rifles.
Algunos quieren saber dónde vivirán después de que se declare el fin del conflicto. ¿Se pueden quedar en el campo, pero sin armas? ¿Cómo se ganarán la vida si las Farc ya no pueden cobrar sus “impuestos” en el interior del país, como el que cobran en el lucrativo comercio de la coca?
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Samuel camina al lugar donde los guerrilleros pasarían la noche. CreditFederico Rios Escobar para The New York Times
Otros quieren saber si se les perdonará la vida.
Un guerrillero, cuyo alias es Teófilo Panclasta, dijo que había salido de una prisión colombiana ese mismo mes después de pagar una condena de dos años por rebelión. A mediados de los 80, explicó, era parte del mayor experimento de participación política de las Farc: la Unión Patriótica, un partido que los guerrilleros formaron como parte de las negociaciones de paz de aquella época.
La respuesta de los grupos paramilitares fue brutal. En total, cerca de 3000 miembros del partido, desde partidarios hasta candidatos presidenciales, fueron asesinados.
“No crean que esto no puede volver a suceder”, dijo Panclasta. “Si entregamos nuestros rifles, nuestras granadas, nuestras pistolas, solo podremos defendernos con la palabra”.
Ideas que prevalecen
Los miembros del campamento dicen que hace un mes hubo un enfrentamiento con el ejército a unos 48 kilómetros de ahí. Ocho guerrilleros resultaron heridos. Un comandante, Alberto, saltó de un tejado para resguardarse. Ahora cojea por el campamento con ayuda de muletas.
Suelen recibir visitas de maestros que vienen a enseñarles cómo usar Facebook y Twitter, herramientas que las guerrillas consideran vitales para las campañas electorales del futuro. Se habla de cómo buscar “nuevos modelos” ahora que Cuba ha logrado su propia tregua con Estados Unidos.
Aldana, un comandante educado en la Unión Soviética y conocido como “el Ruso”, se sentó en una colina y concluyó que el colapso del comunismo por fin había alcanzado al campamento. Recordaba haber visto que el cambio comenzó hace décadas, cuando aún era un joven mochilero en Alemania, durante la caída del Muro de Berlín.
“No teníamos idea de que eso significaba el fin del socialismo” dijo. Igual insiste que las Farc seguirán en la lucha. “Estamos buscando la paz, pero no nos vamos a desmovilizar” dice. “Solo estamos adoptando una nueva forma”.
Panclasta espera lo mismo.
Parecía sentirse liberado en el campamento al aire libre, después de pasar años en una celda de prisión. Gritaba antiguos lemas, repartiendo café y palmadas en la espalda a los guerrilleros.
Citó una frase de Marx. “‘De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades’”, dijo. “Puede que estas ideas sean viejas, pero son las que nos han salvado aquí en la selva, y son las que nos salvarán venga lo que venga”.

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