lunes, 28 de marzo de 2016

¿Existe “una correcta opinión pública”?

Iván Sandoval Carrión
ivsanc@yahoo.com
Domingo, 27 de marzo, 2016


Transformo en preguntas la prescripción leída hace una semana en una columna del diario El Telégrafo. ¿Es posible “formar una correcta opinión pública” en el Ecuador o dondequiera, excepto Corea del Norte? ¿Esa es la función de la página editorial de la prensa por aquello de “la formación de opinión”? ¿Quién define lo que es “una correcta opinión pública”? Si ella existe, ¿es solo “una” y las demás son “incorrectas”? ¿Lo “correcto” equivale a “moral”, a “preciso”, a “verdadero” o a qué? ¿Por qué las personas rara vez tienen una opinión unánime sobre las cosas? ¿Esa diversidad de opiniones es una anomalía que se debe corregir? ¿Le corresponde a la prensa rectificar esa “heterodoxia” y construir una sola opinión pública que sea correcta, es decir, una “ortodoxia colectiva”? ¿O le corresponde al poder político establecer, promulgar y prescribir a los ciudadanos lo que es la “ortodoxia”, el bien pensar, el bien decir y el bien vivir mediante el uso de la propaganda y de la prensa?
De entrada, es poco frecuente que la gente tenga “una correcta opinión pública” de manera más o menos espontánea. Quizás ello sea posible como una respuesta lógica y predecible ante cualquier acontecimiento que concierna a los valores, temores, deseos, prejuicios y afectos más extendidos en una sociedad en un momento determinado. Por ejemplo, actualmente y en este país, “una correcta opinión pública” abarcaría: repudio por los crímenes de Montañita; dolor por los 22 militares fallecidos en el accidente aéreo; solidaridad con los compatriotas que sufren las inundaciones en Los Ríos, e incertidumbre acerca de la economía y la conservación del empleo. En ese sentido, es más factible la ocurrencia de una correcta opinión pública ante acontecimientos reducibles a una información que se traduzca en cifras y datos más bien precisos. Sería más fácil obtener uniformidad en la opinión ciudadana si todos los eventos de la vida nacional fueran reductibles a la cuantificación y estuvieran exentos de cualificación. Pero ¿qué pasa con aquellos sucesos que inevitablemente invitan a la emisión de un juicio, de una valoración o de una significación atravesada por el lugar que ocupa cada sujeto “opinador” en la estructura social?
Allí es donde la opinión pública se abre en un abanico variado de juicios diversos y contrapuestos según los diferentes lugares desde donde ellos son emitidos. Allí es donde la función informativa de la prensa simplemente aportará los datos más fiables que permitirán a los ciudadanos construir opiniones variadas y no necesariamente convergentes sobre muchos acontecimientos. Allí es donde el columnista se expone a creerse el “formador de opinión” proponiendo la suya como “una correcta opinión pública”. Allí es donde los gobernantes y los medios se arriesgan a creer que la “ortodoxia colectiva” existe para todos los asuntos de la vida social, económica y política de los pueblos. Y allí es donde el poder desconcertado ante la diferencia de opiniones y el malestar social intentará realizar el ideal de la “información objetiva, imparcial, veraz, oportuna, contextualizada y contrastada” como materia prima de la única opinión pública correcta, siguiendo consignas del tipo “Por un Estado de derecho, no de opinión”, y afirmando con ello que “derecho” y “opinión” se excluyen mutuamente.(O)

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