Por: César Augusto Alarcón Costta
Quince años de periodismo de
investigación, opinión y orientación, constituyen el testimonio vibrante de la
más enérgica convicción, que flamea como pendón al viento para generar conciencia
con determinación y coraje. Quince años de trabajo duro sin temor ni vacilación
alguna, son prueba incontrastable de voluntad recia e intransigente compromiso
con la verdad, la transparencia y la honradez, de quien asume la vida como un
desafío por alcanzar la libertad y al periodismo como una infatigable lucha por
la dignidad.
Cuando en medio de la desorientación generalizada, el pensamiento
se mantiene firme mientras otros calculan, dudan y claudican, la comunidad
reconoce por su nítida presencia al valor del periodismo incorruptible, que
vence la inmediatez del corto plazo, desprecia la oferta tentadora y derrota la
autocensura envilecida.
Periodismo con sentido histórico
es sinónimo de profundas raíces arraigadas en la genuina identidad colectiva,
simultáneamente proyectada hacia el horizonte infinito de las legítimas
aspiraciones nacionales. Valentía para hablar con la voz del tiempo, tan actual
como el instante supremo del fugaz presente, y tan permanente como la verdad
eterna del eco que resuena sin término ni agonía en los cielos del Ecuador
entero.
El rigor de la investigación
responsable y la singular frontalidad de su objetividad categórica, configuran
el estilo diferenciador que han hecho de El
Observador un incuestionable referente de la opinión pública, forjado
por la mística imperturbable y la ejemplar perseverancia de su director Jaime
Cedillo, cuyo espíritu emprendedor, junto al ímpetu de su equipo humano, han
marcado una huella indeleble en el periodismo nacional.
Cuando la superficialidad
y el sensacionalismo, con alevosía e insolencia desbordada pretenden confundir
a la Patria, una revista de la talla moral de El Observador se torna
imprescindible, su presencia es patrimonio de la conciencia nacional, su
permanencia una necesidad colectiva.
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