El discurso pronunciado por el Presidente
de la República, Economista Rafael Correa Delgado, durante la ceremonia de
posesión en la Asamblea Nacional, para un nuevo período consecutivo de cuatro
años, ante la presencia de mandatarios de varios países y delegaciones
internacionales, se dio en medio de la expectativa por el contenido del mismo.
Pero nada nuevo bajo el sol. Los ecuatorianos esperábamos escuchar palabras
conciliadoras, un llamado a la paz social, al diálogo, a la concertación, como
único camino para alcanzar el tan anhelado desarrollo y bienestar para el
pueblo. Correa dijo que son sus últimos cuatro años al frente del Ecuador, si
es así, tiene la oportunidad histórica para demostrar que sí es posible
construir grandes obras en consenso; que los proyectos se los puede ejecutar
sin desgastar tiempo y energía en ataques innecesarios, que tanto daño han
provocado; que sí es factible debatir leyes con altura, con una consulta
prelegislativa primero, donde los sectores sociales interesados tengan una
activa participación, y posteriormente, sean aprobadas mayoritariamente en la
más alta tribuna de la democracia, la Asamblea Nacional, ahora presidida por
tres jóvenes mujeres de la “revolución ciudadana”.
Las leyes tienen que salir
desde ese espacio, no desde el ejecutivo, escuchando a las minorías, sin
imposiciones ni aplanadoras. Eso que llaman por el ministerio de la ley no
huele a democracia auténtica, sabe a viveza criolla, a dejar de hacer, dejar
pasar, para que sean otros y no los representantes del pueblo, los que aprueben
leyes a su medida, para satisfacer caprichos y ambiciones personales. El
parlamento tiene que ser coherente, honesto, practicar lo que se predica, sólo
así el Presidente Correa podrá pasar a la historia como un verdadero demócrata,
un estadista que gobernó tendiendo puentes a lo largo y ancho de esta pequeña
patria; de no ser así, la memoria colectiva le recordará como un déspota que
humilló públicamente a sus adversarios, que ofendió a sus semejantes por no
compartir sus criterios, que atacó sin descanso a todo aquel que se interponía
en su camino, utilizando, para esos fines protervos, los medios de comunicación que ha ido acumulando
en el camino.
Ya quisiéramos los ecuatorianos tener a
cientos, miles de políticos serios, dedicados a la tarea de hacer realidad
sueños a favor de los más humildes y olvidados, como la misión humanitaria que
acaba de cumplir el señor Lenín Moreno Garcés, desde la Vicepresidencia de la
República. A todo señor todo honor. La calidad humana y el trabajo
desinteresado de este hombre entregado, trascendió fronteras, llegó hasta los
más apartados rincones del mundo. Era la primera vez que los desamparados, los
enfermos, los discapacitados, los abandonados, recibían ayuda, atención,
consuelo, esperanza, alegría. Esta persona les extendió su mano amiga y les
llenó de felicidad. Misión cumplida. Se fue como llegó, estrechando lazos de
amor y amistad. Agradeció a la prensa por su desinteresada colaboración, sumó
muchísimos amigos. Aconsejó a su compañero Presidente a cambiar de actitud, a
deponer odios, a no gobernar con revanchas, sin pasiones enfermizas, a respetar
la libertad de expresión de los ecuatorianos, a dejar que los periodistas
cumplen con su función fiscalizadora de la cosa pública. Denunció y rechazó los
actos de corrupción protagonizados por funcionarios de su gobierno. El político
honesto no gobierna para unos pocos, trabaja incansablemente por todos, de
manera especial por los más necesitados. La vida nos enseña que no se puede
entregar el pescado, ese no es el camino correcto, hay que enseñar y tenemos
que aprender a pescar. Hacemos votos para que las cosas malas cambien, que se
multipliquen los acuerdos, que la paz y la tranquilidad reine en nuestro
maravilloso país. Llegamos a la edición 75, cumplimos 15 años en esta hermosa
tarea: hacer periodismo para la gente. Disfruten de los nuevos temas, mil
gracias por su generoso apoyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario