martes, 1 de noviembre de 2022

 

POR: Jaime Idrovo Urigüen

Publicado en la Revista El Observador, JUNIO 2022, EDICIÓN 129 

 


A la Conquista de Marte y su colonización
Llegamos a la Luna mucho antes que Neil Amstrong dijera en 1969, cuando puso pies sobre el satélite: Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. En efecto, el genio literario y futurista del francés, Víctor Hugo, en las postrimerías del siglo XIX, ya lo había anticipado en su novela De la Tierra a la Luna, que luego se popularizó de manera fraudulenta en los Estados Unidos de Norteamérica, después de que Georges Méliès, en 1902, llevara a la pantalla su film de vanguardia, Viaje a la Luna. El cineasta, también de origen francés, provocó con su aventura un rompimiento con la realidad cotidiana, sobre todo para quienes soñaban con la luna de miel, que más bien se desangró, debido al misil tripulado que se disparó desde algún rincón de los Estados Unidos de Norteamérica, impactando en uno de sus ojos. La Luna perdió su virginidad secular en medio de una escenografía cirquence en la que una mezcla de surrealismo e industrialismo capitalista, le ponía al ser humano con la misión de conquistar el espacio exterior y someter a los supuestos habitantes de esos lejanos mundos, al martirio de su crueldad y explotación.

 Eran tiempos en los que Europa era el mundo y el mundo respondía a sus intereses. Por detrás estaba la voracidad con que sus hijos putativos crecían en las Américas y el resto del planeta que se dividió sin consideraciones étnicas ni históricas, pues las colonias se repartian a regla y en ángulos rectos, en un mundo que era mas bien circular y disforme en su relieve. La lucha de los desposeídos, por un lado, y de aquellos que tenían en la mira procesos de descolonización, desembocaron en la Primera Guerra Mundial, época que olvidó, claro está, los sueños de conquistar el espacio, más allá de la ficción literaria.

Luego vinieron los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial y los ensayos de un infante atrevido con los explosivos y cohetes que el mismo fabricaba. Se llamaba Wernher von Braun y era alemán de sepa. Pronto se alineó con la militancia en las SS del Partido Nacional Socialista, Nazi, liderado por Adolf Hitler, en calidad de científico en el área misil-balístico. Desde su comando y sabiendo los fines terroríficos de sus inventos, fue el creador de la bomba V-2, cuyo poder destructor arrasó con Londres y buena parte de Inglaterra. Sin embargo, al terminar la guerra, como un simple y miserable traidor al régimen al que había servido con lealtad, se entregó a los norteamericanos que no solo le vieron con simpatía por todo lo que representaba en el mundo de la ciencia de la guerra, pues empataba con las ansias de dominio mundial de los Estados Unidos, tal como lo había manifestado antes, el mismo Hitler.

Hacia los años cincuenta del siglo pasado, comenzaron los avistamientos de supuestas naves bautizadas como OVNIs, más otros sucesos que iban por sobre la comprensión humana. Estalló el caso Roswell en el desierto de Nuevo México, Estados Unidos (1947) y, se hicieron comunes los seres venidos desde otros planetas. Algunos años atrás, concretamente en 1938, Orson Wells había dramatizado en la radio la obra de Herbert George Wells, que después fue llevada al celuloide con La Guerra de los Mundos, la misma que causó conmoción en el país del norte, con las consiguientes ganancias millonarias provenientes de la industria cinematográfica de Hollywood.

Entonces, como sucede desde hace mucho tiempo...lo que se hace en los USA se reproduce en su patio trasero, la América Latina. Así, los ecos de ese memorable suceso llegaron hasta la capital de los ecuatorianos, en esa época casi invisible, como lo es hasta ahora la línea ecuatorial. Era el año de 1949 cuando se reprodujo el mismo drama en  una locución teatralizada por Radio Quito, la misma que terminó en tragedia, pues generó una reacción popular que llevó al incendio del edificio desde donde se trasmitió la llegada de seres venidos del planeta Marte, con claras intenciones de colonizar la Tierra. Esto es, cuando paralelamente, la Guerra Fría le había puesto a la humanidad en la disyuntiva de un mundo separado entre la libertad de los grandes negocios capitalistas y el supuesto avance del Comunismo, como fuerza que nos devoraría, dejándonos en la esclavitud del totalitarismo. Escenario en donde, si nos diéramos el detalle de las guerras sucedidas desde el siglo XIX hasta el presente, sin que aparezcan de cuerpo entero o como fantasma, los USA, otra sería la historia de la humanidad.

Por otro lado, en últimas declaraciones, la NASA y el mismo FBI comienzan a soltar opiniones e imágenes sobre supuestos avistamientos extraterrestres y la idea de que no estamos solos en el universo. En el fondo, todo se reduce al embauque con que juegan las superpotencias, utilizando la incertidumbre y el miedo a lo desconocido que pesa sobre la humanidad. En otros tiempos, ese papel le tocó jugar de manera ciega e impositiva a las religiones monoteístas que ahora, con prudencia hacen oídos sordos a una realidad universal, desde luego, muy compleja. Aunque lo más importante radica en la pregunta: ¿Qué se teje entre los bastidores de la dominación de quienes producen capital y quienes son los dueños y controlan a los primeros? ¿En donde quedamos los que consumimos sus productos?.

Y no es que ahora estamos como humanidad ante nuevas evidencias sobre la existencia misma de vida en todo el universo, sospechosamente desconocida o manipulada. Tampoco que la ciencia ficción sea otra frontera que fue conquistada por la tecnología moderna, post guerra mundial.

Ocurre que habíamos llegado hasta antes de la última pandemia, casi al convencimiento generalizado de que el planeta entero se desangraba por todo lado debido al calentamiento global, la deforestación masiva de continentes enteros, la contaminación ambiental y el hambre que nos acosa con su fatídico destino, pero igual, globalizante. En esas circunstancias, como carta sacada de la manga, nos vino la guerra Rusia-Ucrania, que no es otra cosa que una Tercera Guerra Mundial disfrazada, cuyos protagonistas principales son los USA y sus aliados -visibles e invisibles- de la OTAN Vs. Rusia y sus congéneres. Todo con la fachada que tiene que ver con la supuesta vigencia de una democracia universal, de la cual sólo se aprovechan como en la industria del cine, sus únicos dueños; digamos en este caso los grandes productores de armas y aquellos que viven saturados de conflictos armados, devastaciones y futuras reconstrucciones.

 En esa dirección ¿Cuánto invirtieron los USA y sus aliados en la guerra de Irak, Libia o Afganistán? ¿Cuál fue su ganancia en el aprovechamiento de su petróleo y otros recursos minerales? ¿Cuánto ganó la industria armamentista y de la guerra imperialista que incluyen las tropas mercenarias y los grandes consorcios de la reconstrucción civil y petrolera? Pero sobre todo ¿Cuánto perdió la humanidad, frente al drama de ser y vivir solos en el universo, mal acompañados en la casa única que es este, nuestro hogar y planeta maravilloso?.

¡No! Nada está bien o nunca lo estuvo. Solamente que ahora, por obra cierta de la comunicación globalizada y teledirigida, es fácil decirnos que ciertas nociones como la libertad y la democracia son los bienes supremos de la humanidad, tal como fueron en otro tiempo la fe, la obediencia social y la moral cristiana. Porque, de qué nos serviría que vengan los extraterrestres que, sin duda, nada saben de las frustraciones humanas o la cultura de los Bosquimanos y tantos otros conglomerados humanos, que incluso para nosotros son desconocidos. En cuyo caso, la pregunta suprema regresa a nuestros propios complejos y la secuela enorme que se teje desde lo más profundo del egoísmo humano. Ese que nos consume hacia adentro, pero estalla con ferocidad hacia afuera.

Colonizar Marte y antes hacer de la Luna un puesto de reabastecimiento, suena a loco, pero, sin duda, no es irreal en la necesidad de fugar después de que hayamos acabado con la vida en este incomparable paraíso que es la Tierra y nosotros mismos. Porque afloran también los sentimientos de solidaridad y bien común, incluyendo a todos los seres que habitan con derecho propio esta casa grande. De suerte que lo primero nos suena a demencial, puesto que, de qué sirven unos pocos sobrevivientes en inciertos mundos, si el mayor legado que tenemos y que son los hijos que nunca veremos nacer, peor los nietos y bisnietos, ya están condenados a una muerte indigna y sin semillas por ver germinar.

Así, sólo pensar en cuanto cuesta y a qué nos conduce la euforia tecnológica que vivimos, debe conducirnos a reflexionar sobre el futuro inmediato al que nos enfrentamos. No es la Luna ni Marte lo que nos debe inquietar, peor aquello que es una certeza frente al infinito universo que quizá -sólo quizá- conoceremos, con la muerte. ¡No! Lo que importa son los escenarios reales en donde se construye la humanidad que deseamos, sin superiores y peor, inferiores que les sirvan a los primeros como esclavos. La humanidad debe ser por sobre todo humana y no robótica. Tiene el don del amor, la música y la creación artística; es imposible quitarnos de por medio, en la memoria, los momentos de alegría y dolor. Éllo jamás comprenderán los humanoides venidos de otros mundos o galaxias, porque son evidencias de nuestra esencia cotidiana y tiene mucho tiempo de construirse conforme nos fuimos humanizando y haciendo historia.

Por ahora, lo único cierto es que las guerras imperialistas o estúpidamente fraguadas por intereses mezquinos, seguirán el derrotero de las epidemias que inevitablemente vendrán después del Corona Virus ¿Hasta cuándo? ¡Quien sabe! Talvez cuándo veamos los OVNIs estacionados en los parqueaderos públicos; igualmente, que extrañas criaturas nos saluden con manos invisibles, pero sudorosas.

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