jueves, 21 de febrero de 2019

La mesa servida… para el neoliberalismo
El ocultamiento y el maquillaje de cifras que, se aplicaron en forma sistemática durante el correato, no resisten más las evidencias. La desnutrición infantil, que en poblaciones indígenas de ciertas provincias se acerca al 50 por ciento, puede equipararse con un genocidio. Sin exageraciones ni alarmismos. Estamos hablando del sacrificio de generaciones enteras.
21 de febrero del 2019
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
No hay que olvidar que más que debilitar al Estado, al neolibe-ralismo le interesa debilitar a la socie-dad, porque en ella radica la au-téntica posi-bilidad de resistencia".
Tres datos reflejan el alarmante retroceso social experimentado durante la década desperdiciada del correato: mortalidad materna, desnutrición infantil y embarazo de niñas y adolescentes. Los más grave es que estos indicadores empeoraron en un contexto en que era posible revertirlos. En efecto, el gobierno anterior tuvo a su favor condiciones económicas inmejorables para poner en práctica políticas estratégicas en estos temas.
¿Qué sucedió? Pues lo que la literatura especializada ha estudiado en forma abundante: hay acciones que no producen réditos electorales inmediatos ni facilitan la corrupción, como, por ejemplo, la promoción y la prevención de la salud. Informar y educar a la población es una apuesta que genera cambios irreversibles a largo plazo, pero que no permite el clientelismo de la obra física.
En este sentido, lo regímenes populistas apuestan siempre por iniciativas que generen impactos inmediatos, visibles, palpables, vendibles y que, además, den cabida a una corrupción generalizada. No es lo mismo gastar mil millones de dólares en construir y equipar hospitales que gastar cien millones en educadores para la salud, pese a la conveniencia de lo segundo. Los hospitales provocan la ilusión de un cambio inmediato; la promoción de la salud implica un trabajo a futuro.
Hoy, el ocultamiento y el maquillaje de cifras que, se aplicaron en forma sistemática durante el correato, no resisten más las evidencias. La desnutrición infantil, que en poblaciones indígenas de ciertas provincias se acerca al 50 por ciento, puede equipararse con un genocidio. Sin exageraciones ni alarmismos. Estamos hablando del sacrificio de generaciones enteras.
La mortalidad materna, que tiene estrecha relación con el embarazo adolescente y los abortos clandestinos, tiene el agravante del moralismo con que se asumió esta problemática desde el discurso oficial. En efecto, y pese a las advertencias de innumerables grupos de feministas y profesionales de la salud, el gobierno anterior persistió en su mensaje reaccionario de la abstinencia como método preventivo. Las consecuencias son obvias. Hoy el Ecuador ocupa los últimos lugares en la región a propósito de estos indicadores. Otra generación sacrificada.
En esencia, el discurso sobre la preeminencia del ser humano sobre el capital tuvo más de demagogia que de objetividad. Obras emblemáticas como las carreteras o las centrales hidroeléctricas (al margen de la corrupción en que estuvieron inmersas) sirvieron y sirven para potenciar los negocios de las grandes empresas, nacionales y transnacionales. En la práctica, dejaron la mesa servida para la profundización del neoliberalismo en que nos está embarcando el gobierno de Moreno.
Con una sociedad debilitada no solo en sus formas organizativas, sino en su vitalidad colectiva, es difícil resistir a los embates del capital. Esos niños y niñas perjudicados tienen que dedicar su vida a compensar una enorme desventaja, en lugar de aportar al cambio de la sociedad. No hay que olvidar que más que debilitar al Estado, al neoliberalismo le interesa debilitar a la sociedad, porque en ella radica la auténtica posibilidad de resistencia. Esto lo sabían perfectamente los estrategas del correato.

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