Rafael Correa entró en el peor de los mundos
A Rafael Correa se le vino la noche. Que una jueza de la República –de esa Justicia que él dijo haber modernizado– lo vincule en el caso del secuestro de Fernando Balda, pida prisión preventiva y que se notifique a Interpol mediante una tarjeta roja para que lo capture, no figuró nunca en los mundos posibles que construyó antes de dejar el poder. De caudillo todopoderoso, el ex presidente pasó a formar parte de la lista de más buscados y tendrá que pedir asilo en algún país donde guarecerse. Seguramente será en Bélgica, según expresó él mismo en su cuenta de twitter: (…) “una monstruosidad así jamás prosperará en un Estado de Derecho como Bélgica”.
Correa tiene ahora por delante el peor de los mundos. A él llegó tras un recorrido funesto trepado en rampa jabonosa. En su mundo ideal, el primero que forjó, Lenín Moreno le guardaba el cargo y un tropel de funcionarios (fiscal, contralor, jueces…) le guardaban las espaldas. Ese mundo se diluyó. Se imaginó otro mundo a medio camino entre popstar y víctima: político traicionado, entrevistador en un canal ruso, conferencista bien pagado en el mundo, con auditorios repletos y oyentes perplejos ante su sabiduría. Un político-víctima que lejos de resignarse a su destino, conspiraba con los suyos contra su sucesor. Ese escaparate se le acaba de caer.
Daniella Camacho, jueza de Garantías Penales de la Corte Nacional de Justicia, lo acaba de poner definitivamente en el mundo real. Él tiene cuentas pendientes que dejó durante diez años de autoritarismo y la justicia se las empieza a facturar. El affaire Balda es la primera. Pero está lejos de ser la última. Eso significa Correa, le dé o no la cara a la Justicia, sabe que los casos en las cortes se le van a acumular, al igual que el número de años de prisión. Correa tiene clara esa película y por eso no se presentó en Quito, como pidió la jueza, sino en el consulado en Bruselas, donde nada tenía que hacer.
Correa no solo tiene problemas aquí. Le va a costar trabajo hacer creer en Europa que él, requerido por la justicia como autor intelectual del secuestro de un opositor político, es un perseguido político. Desde la semana pasada, los principales diarios de Bélgica (en particular Le Soir) ya dieron a conocer su vinculación por parte de la justicia a ese caso. En los hechos, su teoría de la persecución política puede ser vendida al partido Podemos en España o a franjas ultra minoritarias, como la liderada por Jean-Luc Mélenchon, del partido comunista en Francia. Correa puede contar con esos amigos y los que ya tiene en Moscú o en Bielorrusia.
Europa es un continente grande donde el caso de un caudillo tropical no provocará calentura alguna en las redacciones de los periódicos. Y los gobiernos están preocupados por problemas económicos y de migración realmente voluminosos. Correa en ese contexto es un epifenómeno en un país, Bélgica, que salvo por la burocracia europea que alberga, no tiene juego alguno en la dinámica política global.
La estrategia de defensa puertas adentro también puede ser calificada de catastrófica. La tesis de la persecución política (o su victimización) retrata, en realidad, su incapacidad y la de Alexis Mera para salirse del libreto escrito, ensayado, usado y que resultó prácticamente imbatible durante su gobierno: ganar los juicios por fuera de los tribunales y usar a los jueces solamente para dar un barniz de supuesta legalidad.
Correa no se supo defender, quizá porque su causa es indefendible. O porque las pruebas en su contra son contundentes. Repasar la película de amagues que hizo, pensando o queriendo hacer pensar que eso bastaba para engañar a la opinión (y por supuesto al Fiscal y a la Jueza) dan grima. Decir que no conoce a sus acusadores. Ironizar sobre el estatus de testigos protegidos. Afirmar que era imposible que el ex agente Chicaiza pudiera haber hablado con él. Tergiversar los términos del proceso pretendiendo hacer creer que había sido juzgado el caso en Colombia… Correa nunca negó los hechos ni los contradijo: se dedicó a tratar de desacreditar a sus acusadores y sus pruebas.
Y finalmente está Caupolicán Ochoa, su abogado. Pedirle que lo defendiera era condenarse por adelantado. Ochoa es un hombre que se acostumbró a ganar casos y a cobrar caro al Estado simplemente porque ningún juez podía fallar en contra de sus defendidos. Él era el abogado del caudillo autoritario. Pero Ochoa no habla de derecho en las cortes: llega con lugares comunes, repite frases prefabricadas, intenta enternecer a los jueces y hace recomendaciones que parecen sacadas de la urbanidad de Carreño. Ah, y evoca lo mal parado que dejará esto al país en el exterior…
A Correa se le vino la noche. Y su suerte ya no depende de qué tanto trata de amedrentar a los jueces o de cuál es el volumen de insultos de sus troles en las redes. Sencillamente la noche se le vino encima y lo envolvió.
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