Los correístas que oscilan entre autómatas y zombis
Que Rafael Correa tenga derecho a una defensa imparcial y apegada a derecho, nada hay de más normal. Esa es una garantía que la democracia y los demócratas están obligados a ofrecerle.
No sorprende que sus amigos lo defiendan. Lo que causa verdadero estupor es ver sus argumentos. Ya se ha evocado, por supuesto, el cinismo y el nivel cero al que llevó la política el aparato correísta durante la década. Ya se ha hablado del efecto nefasto que causó entre ellos la propaganda, el discurso del caudillo erigido en referente de verdad, la dictadura de su mayoría que les permitió imponerse en todos los ámbitos sin tener que debatir ni explicar, limitándose tan solo a seguir consignas y órdenes.
¿Por qué no sorprende la osadía y desfachatez de algunos de esos políticos como Jorge Glas, Gabriela Rivadeneira, Ricardo Patiño, Marcela Aguiñaga, Fernando Alvarado… ? ¿Por qué asombra, en cambio, que gente como Fernando Cordero, Pabel Muñoz, René Ramírez, Marcela Holguín, Virgilio Hernández, la misma Doris Solíz… terminen cerrando los ojos ante la realidad y sean incapaces del mínimo reflejo político?
Michel Foucault, en la genealogía que hizo sobre el mundo grecolatino, volvió sobre conceptos (que en realidad son actitudes) pensados por los griegos. Uno de ellos, uno definitivo, es la parresía. La expresión de la verdad, único aval ético del quehacer político. La Parresía también se puede entender como el nexo entre los mecanismos que usa, en este caso, el sujeto político para cuidar su yo y aquellos que emplea para cuidar u ocuparse de los otros. Ese nexo implica relacionarse con la realidad, la verdad, la moral, la crítica, la autocrítica…
Los correístas –aquellos que asombran por haber caído tan bajo, porque de los otros nada bueno se esperaba– han borrado toda huella del conflicto moral y social que Foucault puso en evidencia y que, desde los griegos, tiene que ver con dos tareas relacionadas, a las cuales las personas están confrontadas: la construcción de la libertad y el deber. Dos tareas completamente ignoradas por los correístas.
En efecto: ¿Cómo pueden personas como Fernando Cordero, Pabel Muñoz, Marcela Holguín, Virgilo Hernández… (la lista es larga) pretender que Rafael Correa esté exento de rendir cuentas por el uso y abuso que dio al poder durante diez años? ¿Migraron tanto de los referentes éticos y morales al punto de considerar que atropellos e impudicia deben quedar impunes? ¿Creen que decirse de izquierda los libera de responder ante la Justicia y que hacerlo los convierte en víctimas?
Los correístas –estos que sorprenden por haber caído tan bajo porque de los otros no se esperaba nada bueno– están proponiendo un nuevo tipo de ser humano y un nuevo tipo de político: los dos desprendidos de valores que han sido fundamentales para las personas desde que los griegos consignaron sus reflexiones, fanáticos del poder inmune e impune, apáticos ante la moral y totalmente indiferentes a los mecanismos que usan para ejercer el poder y producir actos de gobierno: no les preocupa lo que hicieron, qué consecuencias provocaron y si hubo o no víctimas. No les preocupa lo que es realidad y ficción. No les concierne si lo que dicen es verdad o mentira. No se sienten responsables de nada. Son políticos que perdieron el nexo ético con ellos mismos y que, liberados de la tarea de saber qué tipo de personas quieren ser, ya no responden por el deber de cuidar a los otros, como les impone el ejercicio político.
Estos seres han perdido la noción de la responsabilidad y del deber. La defensa irracional que hacen de Correa delata lo que para ellos significa la política: un campo sin ciudadanos donde pueden hacer lo que les da la gana. Y nadie, pero nadie les puede pedir cuentas. Primero porque ellos son ellos. Luego, porque se dicen de izquierda. Y también, y sobre todo, porque perdieron aquello que Foucault llamó la preocupación por la verdad: eso los vuelve políticos ajenos a la necesidad de ser éticos; la mayor garantía que deben ofrecer a los ciudadanos en su labor pública.
El correísmo parió este espécimen político que el país está viendo actuar, que oscila entre autómata y zombi.
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