sábado, 28 de abril de 2018

Baca Mancheno fue víctima de su propio invento

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La película en la cual resulta censurado y destituido Carlos Baca Mancheno, como Fiscal General de la Nación, se entiende mejor si se empieza por el final: tener 128 asambleístas en contra disuade a cualquiera incluso de ensayar su mejor repertorio. Y es evidente que el Fiscal supo antes del juicio lo que le esperaba este 26 de abril.
Eso explica muchas cosas empezando por la estrategia que usó ante interpelantes y jueces. En el fondo y en la forma, Baca Mancheno fue víctima de su propio invento. Los días que precedieron el juicio se dedicó, en efecto, sobre todo en las radios quiteñas, a sembrar expectativas gigantescas. En su discurso, su juicio iba a servirle de tarima para hacer revelaciones en las que aparecerían hechos desconocidos, claves de por qué se perdió la paz en la frontera y actores hasta entonces sin rostro. En este punto trazó algunas líneas que hicieron pensar que incluiría a José Serrano. Su nivel de exaltación parecía tan alto que algunos leyeron más bien mensajes y amenazas veladas para cortocircuitar la marea que subía en su contra en la Asamblea.
El Fiscal cometió otro error: llamó cobardes a los asambleístas y pretendió ganarles la mano ante la opinión haciéndolos aparecer como políticos que no arriesgan, que hablan de lo que no saben. Las redes registraron, 24 horas antes del juicio, que Baca se había equivocado gravemente en su estrategia: azuzó el rechazo de la opinión, generó la impresión de estar chantajeando a los asambleístas y, aunque gente suya buscaba votos en la Asamblea, él se encargó de minar ese terreno. En un palabra, Baca Mancheno agravó su caso.
En los hechos, el Fiscal llegó al juicio político con la opinión exacerbada, una Asamblea cabreada y un gobierno presionado a producir cambios y virar la página del correísmo. Cedatos publicó horas antes del juicio un sondeo en el cual baja la credibilidad y la aprobación del Presidente. Se entiende que Carondelet, en una evaluación de costos y beneficios, decidió no comprarse el pasivo que le hubiera representado mantener a Baca Mancheno en el cargo. Ese mensaje era claro desde el 9 de marzo cuando la Asamblea decidió con 103 votos llevarlo a juicio político. Si se había ido Serrano; tenía que irse Baca Mancheno.
En los hechos, el Fiscal supo que las cuentas no le daban en la Asamblea Nacional. Quizá por ello no ocupó las tres horas atribuidas para su defensa. Tampoco varió su libreto. Su estrategia, construida alrededor de cuatro ejes, fue redundante: no hubo un hecho nuevo, una eventual revelación, un solo nombre. Y sobre todo no comprometió a nadie. No habló de Correa y por poco olvida citar a José Serrano. Y cuando todo el mundo esperaba las revelaciones sobre la frontera, se dedicó a decir generalidades: por un lado, el fin del monopolio de unos carteles, la dispersión actual y la especialización en el negocio de las drogas. Por otro, las estadísticas del negocio en la frontera y las monumentales cantidades de dinero en juego. Esos datos desembocaron en un callejón simbólico y político: la necesidad de forjar la unión nacional. Un mensaje con ribetes enteramente subliminales: no romper, en estos momentos aciagos, el frente interno. La Asamblea lo pescó en curva y rechazó la utilización que pretendió hacer del tema.
Haber usado el audio; no haberlo judicializado primero; haber utilizado las instalaciones de la Fiscalía para conducirse, según dijo, como ciudadano; echarse flores por lo que ha hecho en once meses; pedir disculpas por sus insultos contra los asambleístas; haber insistido en que fue objeto de un complot; afirmar que Serrano habla en audio con un delincuente; haber presentado a Carlos Polit como el hombre más poderoso del país; decir que no se respetó el debido proceso; sostener que lo querían sacar de la Fiscalía por haber dado una rueda de prensa y solo por eso… Nada de todo esto le sirvió. Su suerte estaba echada y en ello incidieron poco Henry Cucalón y César Carrión con sus interpelaciones. Cucalón, del PSC, hizo una intervención descosida, mediocre y desorganizada; la de Carrión fue sencilla, pero sentida, testimonial y lapidaria.
En su réplica, lejos de mejorar, Baca volvió a agravar su caso: el origen de su cargo, su itinerario político, las referencias que hizo César Carrión, víctima directa suya, subrayaron en su contra el nexo de su sumisión al correísmo. Le sentó muy mal hablar de independencia de poderes. Decir que no pensaba poner la Fiscalía al servicio de intereses políticos de nadie. Pretender que no usaría el cargo para “bajarse a nadie”. En cada una de esas frases, se le veía atrapado por su pasado en el cual fue incluso trol de la causa correísta.
La caída de Baca Mancheno anuncia otras; la de Gustavo Jalkh por ejemplo. También mostró que el doble lenguaje del bloque morenista en la Asamblea (decir una cosa y hacer otra) tiene cada vez menos espacio porque el nivel de hastío del correísmo en vez de disminuir en la opinión, crece.
El Presidente queda en el campo de los ganadores porque evitó una factura costosa: forzó al bloque parlamentario a no cargar en brazos un peso muerto: el último Fiscal de la era correísta.

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