martes, 5 de julio de 2016



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CreditLisk Feng
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Los políticos de extrema derecha en el Reino Unido, Francia y otros países del continente culpan a la Unión Europea por todos los problemas, reales o percibidos, que aquejan a sus países. Muchos de sus argumentos están totalmente equivocados, pero hay pruebas de que la unión necesita una reforma urgente.
Las quejas en contra de la Unión Europea varían de país a país, pero reflejan frustraciones similares. Muchos británicos votaron a favor delbrexit porque querían limitar la migración de los otros países europeos y deshacerse de las regulaciones de la unión. En Italia, el Movimiento 5 Estrellas (M5S, su sigla en italiano) quiere que el país abandone el euro y así revivir una economía debilitada con la lira. Por otro lado, la política nacionalista francesa Marine Le Pen dijo en marzo que la Unión Europea representaba “la muerte de la economía, del sistema social y de la identidad” en Francia.
Le Pen y aquellos con opiniones aislacionistas y nacionalistas han encontrado una audiencia receptiva para sus ideas entre personas que han perdido la fe en la Unión Europea y en la capacidad de sus funcionarios para proveer la estabilidad y la prosperidad que prometía el proyecto europeo. El fracaso de los últimos años para encontrar una respuesta unificada al flujo constante de refugiados sirios, africanos y de otros países ha minado la reputación de la Unión Europea. Si al final el Reino Unido abandona o no a la unión, ahora es el turno de la canciller alemana Angela Merkel, del presidente francés François Hollande y del primer ministro italiano Matteo Renzi de reformar a la Unión Europea o de ser testigos de cómo su credibilidad y efectividad se consumen aún más.
Una de las críticas fundamentales a la unión es que no es democrática. Se trata de una exageración, pero tiene algo de verdad. De las tres instituciones principales de la UE, la más poderosa es el Consejo Europeo, que está conformado por 28 gobiernos nacionales. Sus decisiones —que están sujetas al acuerdo político— pocas veces reflejan las preferencias de las personas que integran los pueblos de los Estados miembro.
Otra de estas instituciones es la Comisión Europea, que negocia acuerdos comerciales, fortalece las reglas antimonopolio y propone leyes. Los votantes no eligen directamente al presidente de la comisión, pues lo elige el Parlamento Europeo. Aunque los votantes de los Estados miembro sí eligen a los 751 integrantes del parlamento, no pueden presentar leyes y tienen un control limitado sobre el presupuesto de la unión. Como resultado, el parlamento es débil y en realidad no dicta el rumbo de la Unión Europea.
Entre los cambios que podrían hacerse a esta estructura opaca está el convertir al parlamento en una entidad más central en la toma de decisiones; también podrían permitir que los europeos escojan por elección directa al presidente de la comisión para lograr así un compromiso mayor con los ciudadanos de la unión.
Aunque los nacionalistas recriminan la unidad europea, el hacerse cargo de los retos más grandes para Europa —como la crisis de refugiados— necesitará justo de eso. La dirigencia actual de la Unión Europea empeoró la crisis al dejar a Italia y Grecia solas en este frente, sin recibir mucha ayuda. La política europea ha empeorado la situación pues pide a los refugiados que soliciten asilo en el país europeo al que llegan, así ha alentado a las personas a que viajen a través del continente para llegar al país de su elección.
Recientemente, la unión acordó crear —tardíamente— una operación de frontera y guardia costera europea para ayudar a manejar la migración y la seguridad. Los funcionarios necesitan ir más allá y centralizar el registro y la revisión de los refugiados, y ubicarlos de acuerdo con la capacidad de los países para recibirlos. Esto significa que los Estados miembro deben compartir más recursos e información de inteligencia.
La debilitada economía europea representa otro gran desafío, que se ha agravado con la incertidumbre en torno a la salida del Reino Unido de la unión. Algunos países, como Grecia y España, han sufrido una caída tan fuerte en sus estándares de calidad de vida que la recuperación puede tomar décadas. Incluso en países que están mejor, como Francia e Italia, los niveles de desempleo todavía están por encima de los niveles previos a la crisis. En el Reino Unido —que no usa el euro y en donde el gobierno ha tomado más medidas para revivir la economía— el salario promedio sobrepasó su nivel previo a la crisis apenas el año pasado.
La Unión Europea podría fortalecer su economía con una reestructuración de la deuda de los países más débiles, también podría aumentar el gasto público para estimular la inversión privada y potenciar el consumo. Otra idea interesante, crear un fondo europeo para asegurar y proteger a los ahorradores, se propuso hace años pero aún no se materializa.
Desde sus inicios, la integración europea se construyó con la idea de que garantizaría la paz y, a partir de un solo mercado, que aseguraría una prosperidad mayor para todo el continente. Estos objetivos se han logrado de muchas maneras, pero es preocupante que el brexit y sus repercusiones han dado ímpetu a aquellos que quieren disolver esta unión.

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