domingo, 8 de mayo de 2016

Gestos

Francisco Febres Cordero
Domingo, 8 de mayo, 2016


Un escritor rompe la hoja de papel con un texto recién terminado. No habla, pero el gesto demuestra que está insatisfecho con el resultado.
Un señor se despoja de su corbata, la estruja con furia y la arroja lejos. No habla, pero se entiende que está harto de su vida burguesa, tan llena de normas, de formalidades y de reglas.
Una señora enciende un cigarrillo, aspira la primera bocanada, contempla el cigarrillo y lo pisa con odio: no habla, pero revela que está en medio de una lucha encarnizada contra el hábito de fumar.
Son gestos. Gestos que se explican por sí solos.
Las palabras, a veces, son insuficientes y, por más que por medio de ellas expresemos nuestra voluntad, nuestros deseos, quedan flotando en el ambiente si no van acompañadas de una acción que les dé corporeidad.
Al excelentísimo señor presidente de la República le ha faltado eso: un gesto. Un solo gesto que reafirme sus palabras sobre la austeridad, por ejemplo. Él habla con cifras y busca convencernos de que sí, que el suyo es el gobierno que más ha ahorrado.
Pero le ha faltado un gesto –quizás uno solo– con el cual él dé ejemplo de esa tan proclamada austeridad.
No es que con la venta de uno de sus dos aviones –digamos– se vaya a solucionar el déficit ni a pagar la deuda externa. Pero al deshacerse de ese avión hubiera dado una señal de que aquello que él pregona tiene asidero en la práctica. Y si se hubiera desprendido de algo tan preciado, tan querido, tan ansiado por él, habría estado invitándonos a que todos hiciéramos también un sacrificio, aunque este jamás fuera equiparable al suyo: así como con una lata de atún no se reparan las carreteras, tampoco una lata de atún vuela.
Dice también el excelentísimo señor presidente de la República que nadie como él ha hecho tantos recortes en la burocracia. Pero la gente mira ese engendro que, meditación mediante, conduce directamente al Buen Vivir, y se ríe a carcajadas. Suprimiéndolo, el excelentísimo señor presidente de la República hubiera hecho un gesto –uno solo– para demostrar que en su gobierno lo accesorio, lo inútil no tiene cabida, y que el dinero se emplea exclusivamente en asuntos de verdadera trascendencia.
Nunca tuvo moderación en el gasto el excelentísimo señor presidente de la República. Sus incesantes viajes al exterior acompañado de numerosísimas caravanas, sus festivas sabatinas, la construcción de ese faraónico edificio de Unasur, los mil doscientos millones de dólares enterrados en El Aromo, la construcción de Yachay, son apenas unos pocos ejemplos de que, como él desperdiciaba el dinero a manos llenas, todos quienes gozaban de los fondos del Estado podían hacerlo a discreción y con similar prodigalidad, amparados en el grito estentóreo y prepotente con el cual han justificado todos sus desafueros: somos más, muchísimos más.
Y como son más, muchísimos más también en la Asamblea, allí siguen levantando la mano para aprobar nuevas cargas tributarias, sin que surja un gesto –uno solo– que nos demuestre que se está corrigiendo el rumbo para sacar del abismo en que va cayendo este país endeudado hasta la coronilla, con buena parte de su territorio devastado, con millones de personas en la desocupación y la con esperanza deshecha, traicionada, robada. (O)

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