lunes, 11 de enero de 2021

 

POR: José Manuel Castellano

Publicado en la revista El Observador (diciembre de 2020, edición 120) 

 


El bicentenario de Cuenca:
Una oportunidad histórica perdida

La comprensión del pasado es, sin duda, una estrategia esencial que nos permite reconocer el presente con la finalidad de proyectar el futuro. La realidad actual, y no nos referimos a las consecuencias derivadas por la pandemia o la sindemia, ha diluido con un brochazo brusco de ignominia al sobrenombre de la Atenas del Ecuador. Esta situación generada requiere de un necesario ejercicio de reflexión y análisis, aunque estas breves líneas no nos permiten abordar el asunto con la profundidad que merece, al  menos, pueden servir para destapar la caja de pandora, no con la intención de provocar un ambiente de crispación sino para exigir una responsabilidad institucional en cascada: desde la inocua Prefectura a la ausente municipalidad, las anteriores y las actuales; la de sus fatuos comités, “con sus notables incluidos”; desde el desdén generalizado incubado en otros centros y organismos, hasta la exclusión forzada y desconsideración institucional hacia artistas, gestores, organizaciones culturales, que mal sobreviven fuera de esos circuitos pesebristas del poder, y hacia la sufrida ciudadanía. En definitiva, se ha configurado un escenario modélico de política vacía, de cartón piedra, de florero sin flores, de un exceso y barroquismo de palabrería sin sustancia, de puntuales declaraciones pero sin acciones, de la inexistencia de un simple programa definido y, lo que es más preocupante, por no existir, no existe ni siquiera improvisación alguna. Toda una amalgama de despropósitos que delata un espíritu de dejadez y desidia absoluta, que encuentra en la pandemia su gran excusa, un escudo para protegerse de las posibles irresponsabilidades, incapacidades e ineficiencias y que tiene como desenlace: la mayor derrota histórica de nuestra ciudad. En cualquier caso, este Bicentenario es un legado para no olvidar y nos debe dejar una gran enseñanza, porque a mí, de tanto que la quiero, me duele esta Cuenca y espero pronto vislumbrar en el horizonte una renacida Atenas del Ecuador y de Nuestra América.

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