lunes, 11 de enero de 2021

 

POR: Armando Sacta Guamán

Publicado en la revista El Observador (diciembre de 2020, edición 120) 

 


El libro de Nabón
Después de un desagradable momento, observando la destrucción actual de Ingahuasi (Casa del Inca); llevando una lógica tristeza, fuimos al Centro Cantonal de Nabón, a revisar los Archivos del Convento. Encontrando antiguos Libros de Bautismos, Matrimonios y Defunciones.

Me correspondió la investigación más larga, de los voluminosos Libros de Bautismos. Faltan los cuatro Libros iniciales. Sin duda fueron de la Colonia y los ocho años de la Gran Colombia. Me sorprendí al ver que el Quinto Libro, en la margen izquierda de todas las hojas, tiene impreso un sello redondo de la “REPÚBLICA DE COLOMBIA”. 
 
La primera Acta de Bautismos, expresa que “En el Pueblo de San Juan de Nabon, en ocho de Enero de mil ochocientos treinta años”, el Presbítero Manuel Beltran y Eredia, bautiza a un niño, con el nombre de Manuel, hijo legítimo de Pedro Quesada y Benedicta Mendieta, siendo padrino Manuel Calle y testigos Francisco Naula y Antonio Minga. Y la última Acta Bautismal de este Quinto Libro, expresa: “En el Pueblo de San Juan de Nabon, en treinta y uno de Diciembre de mil ochocientos treinta y siete”, el mismo Presbítero Manuel Beltran y Eredia, bautiza una niña nacida de seis días, con el nombre de Tomasa, hija legítima de Manuel Maldonado y Cesilia Morocho, siendo padrinos Liborio Maldonado y Leandra Cabrera y testigo Antonio Minga. Así termina el Quito Libro, habiéndose realizado 1.187 bautismos, en los siete años, por el mismo sacerdote.

Revisando todas las actas de los bautismos, se descubre que el mayor número de apellidos corresponde a Naula, Morocho, Ramón y Quesada. Y por los Archivos de Bautismos, Matrimonios y Defunciones, la Iglesia fue similar al Registro Civil; creado por el Presidente Eloy Alfaro Delgado, el 29 de Octubre de 1900, setenta años después de constituida la República.

En Rañas, buscando costureras, para investigar la confección de blusas y polleras, Fernando Ortega por un lado, yo por otro lado, tocando las puertas de las casas, encontramos recelo de los moradores. No faltó desde el interior, una joven voz femenina, respondiendo “no estamos aquí”. Continuando la búsqueda, en una casa moderna, fui atendido por una dama hermosa y gentil, invitándole pasar a la sala. Llamé a Fernando y entramos. La dama era la cantante Nancy Morocho, “Embajadora de la Música Nacional”. Y su madre, la señora Zoila Rosa Morocho Paucar, era la costurera experta en la confección y bordado de blusas y polleras. Fue una tarde fraterna, de largas conversaciones y recuerdos del pasado, con un sabroso y dulce café y chumales. Cuando anochecía, nos despedimos con pena y gratitud, quedando en regresar de nuevo. Quizás algún día regresemos.

Los tres del equipo: José Mayancela, Fernando Ortega y yo, acompañados por Jaime Chinchilima Pesántez, historiador de Cumbe; recorrimos por el Camino del Inca (Qhapag Ñan), hasta llegar a Miraviña. Un portón cerrado nos impidió continuar el recorrido por nuestro camino patrimonial. Sobre el mismo se había construido una carretera, debido a la concesión minera de caolín, a favor de un empresario rico de Cuenca. 

Durante la Colonia, Marivina era un tambo. Tenía una casa grande y hermosa, que servía como aposento para el descanso de las autoridades españolas que se trasladaban hacia Lima o que venían a Cuenca. También Simón Bolívar estuvo allí, de paso en su misión libertadora. Pero aquel aposento ya no existe, ahora está una pequeña y abandonada casa de bloque; quedando visible la planicie donde antes estuvo la antigua casa patrimonial.

Otro día, comenzando la mañana, Fernando Ortega y mi persona, fuimos a investigar en Shimpali. Adivinando caminos, preguntando a quienes encontrábamos de paso, apaciguando a los perros, pudimos llegar a la Hacienda “Las Cascadas”, de propiedad de los hermanos Walter Bacilio y Mónica Graciela Bermejo Arcentales; nativos de Cañar, dedicados a la agricultura y más a la ganadería. Después de indicar nuestro propósito, el dueño de la hacienda resolvió guiarnos, por senderos perdidos entre los matorrales, bajando una profunda quebrada, entre plantas espinudas, agarrándonos en los troncos y las ramas para no resbalar. Así llegamos al fondo de la primera cascada del arroyo Shimpali. Qué sorpresa maravillosa. Una caída vertical del agua, de veinte metros de altura más o menos, formándose un remanso dentro de un ángulo labrado en la pared de la roca. Al medio existe un pedestal cuadrado, hecho en la roca original. Parece haber sido un lugar ceremonial. Luego el agua se recoge hacia el rincón norte del cauce y desciende ingresando una parte por angostos canales hacia tres niveles de pequeños estanques rectangulares, de ángulos perfectos, labrados en la roca. Sin duda fue un balneario inca, por el labrado angular de la roca. Y no bajamos a la segunda cascada, por el peligro de caer al precipicio, no teníamos los implementos adecuados; sólo escuchamos a poca distancia, el ruido bronco del caudaloso Río Jubones.

Pasado el mediodía, dejando atrás los kilómetros de carretera, llegamos a Huasicashca, una comunidad de agricultores. Allí nos encontramos con los nativos Román Ramón Quezada y Cesario Ramón Ramón; confirmándonos la existencia de vestigios cañaris al asiento del cerro Pajón, aceptaron ser nuestros guías para llegar allá. Todo el trayecto era sólo bajada, hasta el borde de un profundo precipicio; pudiendo divisar al otro lado, a la distancia, en lo más bajo de la hondonada, un llamativo conjunto de muros de piedra, formando escalones.
 
Fernando y yo estuvimos cansados, habíamos caminado bastante en la mañana. El sol canicular nos quemaba. Tomamos algunas fotos lejanas y quisimos regresar. Sin embargo, propuse ir a ver de cerca los vestigios. Nuestros guías dijeron que era peligroso el camino, pero con cuidado se podía llegar. Sosteniéndonos en los matorrales, bajamos por un sendero resbaloso, hasta llegar al fondo de la quebrada llamada Chucarhuaico. Con un salto cruzamos un arroyo pequeño, hacia el lado norte de la quebrada, que tenía un sendero de medio metro de ancho, reduciéndose a veinte centímetros, justo en lo más profundo del precipicio; teniendo que avanzar lentamente, con pasos diminutos, abrazando la pared vertical del sendero, hasta cruzar un vértice triangular de la roca que era el asiento del cerro Pajón. Yo sentí tranquilidad y alivio, en el momento de librarme de esta peligrosa dificultad.

Huasicashca tiene cuatro terrazas largas y anchas, y otras terrazas pequeñas; todas sostenidas por muros de piedras que no son talladas, en la parte baja existe una hondonada y en las terrazas se observa claramente varios asentamientos de vivienda. Está limitada, al Norte por el declive del cerro Pajón; al Sur por el precipicio Chucarhuaico; al Oriente, por una ladera prolongada, que termina en el cauce Río Casadel; y al Occidente por la base rocosa del cerro Pajón.

Luego de un descanso necesario y estando enfriándose el Sol, pregunté a los guías si había otro camino para regresar; ellos respondieron que sí, subiendo unos diez kilómetros por el cerro Quillupallana, hasta salir a la carretera. Entonces no quedó sino regresar por el mismo sendero que vinimos. Y cuando con sumo cuidado pasé bordeando lo alto el precipicio y llegamos de nuevo al arroyo de la quebrada Chucarhuaico, me acosté sobre la grama y dije: Estoy muy preocupado, por el sufrimiento de mi almita, cuando tenga que recoger mis pasos por aquí.

Otro día, Fernando Ortega y yo, fuimos al Centro Parroquial de Las Nieves, también llamado Chaya, nombre cañari; para dialogar con las señoras Rosa Ordóñez Morocho y Celia Ramón Cajamarca, las únicas ceramistas de Nabón. Toda su vida han utilizado sólo sus manos, en la producción de una variedad de objetos de barrio. Cierto día, en una festividad de la parroquia, llegó a visitarlas un Gobernador del Azuay. Viendo el trabajo ancestral de ellas, ofreció donarlas inmediatamente un torno y una batidora. Muy contentas y en gratitud anticipada, le regalaron una variedad de objetos de su trabajo. Han pasado más treinta años y han comprobado que dicho Gobernador las mintió. Donde ellas nunca ha llegado el Ministerio de Bienestar Social, el Ministerio de Turismo ni el Ministerio de Cultura. Sí llegó un “gringuito”, compró una pequeña olla de un dólar; pero reconociendo su labor sacrificada, las pagó veinte dólares. Las señoras se acercan a la ancianidad, tienen artritis en sus manos. Son muy agradecidas con el Economista Beto Godoy Mendía y el Licenciado José Mayancela Jaigua, que las ayudan siempre y anhelan que Dios les condecore en el cielo.

Una tarde, buscando en Dumapara el “Pozo de los Remedios”, sin tener quien nos informe, después de no hallar nada en la planicie, Fernando Ortega y yo, subimos por una empinada colina, encontrando un canal de agua. Entonces buscamos el Pozo, repartiendo la zona y siguiendo cada lado de dicho canal. Caminamos varios kilómetros, en dirección al asiento del cerro; llegó hasta nosotros la lluvia y no tuvimos más remedio que regresar. Por suerte en nuestro retorno encontramos a la señora Luz María Ramón Jaya, que nos llevó a conocer el Pozo buscado. La sorpresa fue maravillosa. El Pozo cavado en la roca, tiene la semejanza de un horno cóncavo, en la parte superior con un perfil circular perfecto. Sin duda fue cavado por los Cañaris, por su necesidad agua más abajo, en Dumapara. Pero es lamentable mirar en el interior del Pozo una cantidad de piedras, lanzadas por supuestos turistas y otros visitantes, disque para conseguir buena suerte. Equivocación del Concejo Cantonal de Nabón, es haber denominado “Pozo de los remedios”, tratando en vano de motivar al turismo. Más bien debe primero mandar un personal para que saque las piedras y con propiedad ancestral llamar “Pozo de los Cañaris” o “Pozo de Dumapara”.

Para comprobar el respeto y cuidado al Camino del Inca (Qhapag Ñan), José Mayancela, Fernando Ortega y mi persona, desde Nabón fuimos hasta más allá de Oña; comprobando en el trayecto su destrucción total, con mínimos tramos de permanencia, de modo que pronto será sólo leyenda. En Putushío un dueño particular, ha puesto un letrero que prohíbe el paso, con un cerramiento de alambre de púas. Sin embargo, pasando por encima del alambrado, llegamos a una loma, con cuatro niveles de muros, al parecer asientos de vivienda. No subimos a la cumbre del cerro, donde estaba el cementerio de los Cañaris, por advertencia de la señora Luz Romero. Era tiempo de fuertes vientos, que nos llevarían “como papeles en el aire”. Y era verdad, en la parte baja del cerro, un viento fuerte nos forzó a protegernos bajando a unos huecos cavados por el guaquerismo.

De regreso subimos al “Pucara de Oña”, en línea recta a un kilómetro de distancia del Centro Cantonal. Es una reliquia arqueológica única del austro ecuatoriano, que está en visible destrucción. Es un complejo de tres círculos de piedra, círculos perfectos, de seguro ancestro cañari. Conversando con la señora Alcaldesa Germania Ullauri, dijo que el lugar pertenece a la Curia; pero que ella conversará con el párroco, para proteger al Pucara.

Tuvimos muchas anécdotas durante el tiempo de la investigación. En Zhiña, lloró “Mama Juana” (Juana Morocho), de pena de la Pachamama, que está siendo destruida por las mineras. La conocida “Mama Juana” es una mujer valiente, que bloquea las carreteras sin tener miedo a los militares; que un día en la Plaza Central de Nabón, viendo a los ojos, le gritó “traicionera”, a la asambleísta Bey Tola.

Recorriendo Nabón por todos los lados, habían transcurrido cuatro años. Existía material para muchos libros. Pero clasificando el mismo se resolvió publicar sólo cuatro tomos. Y al final se presentó la mayor dificultad, no había dinero para la publicación. Su promotor Licenciado José Mayancela Jaigua obtuvo cierto préstamo, alcanzando sólo para el Primer Tomo. Los tres Tomos restantes esperan el financiamiento del Estado cicatero.

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