miércoles, 11 de febrero de 2015


Felipe Burbano de Lara

Las sabatinas son todo

Resulta impresionante, sin duda, que Rafael Correa haya realizado 410 sabatinas en los siete años que lleva en el Gobierno. Un esfuerzo de perseverancia, continuidad, consistencia, que describe una forma inédita de manejo político de las poblaciones. Algo así como 73 mil minutos de un monólogo cuidadosamente elaborado, donde se teje una relación permanente entre el territorio, el presidente, el Estado y un lenguaje político de amigos y enemigos. Activismo estatal, personalismo político y marcos ideológicos se desplazan por cantones y ciudades para afianzar un dominio político desde el territorio. Si la revolución ciudadana es fuerte; si Correa es aclamado en pueblos y ciudades; si la patria ha recuperado presencia nacional, todo eso se debe a las sabatinas, de largo el mejor invento de los estrategas gubernamentales.
Cada sabatina empieza con una exaltación de la localidad, de sus paisajes, su cultura, su gastronomía, su música, a veces incluso de sus personajes, pero en el marco de la patria que se construye y se simboliza en Correa. A través de estos peregrinajes presidenciales, con el Estado y los ministros a cuestas, los cantones son sacados de su aislamiento e inscritos en la lógica del centro. Cada visita presidencial debe ser una fiesta popular: un momento en donde cantones y poblados se sienten unidos, en la imagen del presidente, a la patria como la comunidad política que acoge a todos.
Las sabatinas han modificado la lógica del poder territorial: el centro va a las periferias, se aproxima a ellas para integrarlas y atenderlas. Correa se moviliza con una parafernalia gigantesca: tarimas, pantallas gigantes, parlantes, computadoras, tecnología, guardaespaldas, seguridades, helicópteros. Pero también llega con el gabinete, con los ministros en pleno, con la nobleza estatal –en la expresión de Bourdieu– para escuchar a las poblaciones, atender necesidades, inscribirlas a la lógica del activismo estatal que es, a la vez, la lógica política de Alianza PAIS. En esos peregrinajes del centro todopoderoso y próspero a las periferias se construye una nueva relación jerárquica en el territorio: subordinación y agradecimiento al centro, al señor presidente, a la patria que ha regresado con él para oír a los olvidados. El centro deja de ser un punto fijo para volverse móvil, itinerante, personalizado, para construirse simbólicamente como un referente nacional.
Y por último, sirven las sabatinas para identificar a enemigos y aliados, para pifiar, insultar, descalificar, amenazar y advertir; pero también para aplaudir, agradecer a sus colaboradores, recriminarlos si es necesario, y mantener viva la esperanza, lo único que según Correa nunca podrán robarles los sufridores de siempre; para cantar y hacer un poco de humor forzado; para cerrar con un resumen del monólogo en quichua.

Las sabatinas son todo; sin ellas la revolución ciudadanía sería un gobierno común y corriente, administrado burocráticamente desde un centro y su habitual distancia y frialdad frente a las necesidades de sus múltiples poblaciones. Haber entendido la dimensión territorial y simbólica de la política les ha dado una gran fortaleza, que ayuda a esconder sus peores, más dramáticas y feas costuras. (O)

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