viernes, 27 de febrero de 2015

Juan Jacobo Velasco
Viernes, 27 de febrero, 2015
Mujica como literatura
Un mandatario viviendo en una chacra humilde, yendo al Palacio de Gobierno en su viejo “escarabajo”, compartiendo su salario, hablando desde el sentido común, la sencillez y un genuino anhelo por un mundo más justo y solidario. Un presidente perseguido por sus ideas, que hace realidad su proclama de dejar atrás las atrocidades vividas en carne propia para renacer desde la grandeza de espíritu que reconoce al otro en sus diferencias y trata de tender puentes institucionales para crear una sociedad con un denominador común que permita la convivencia. Parece un personaje de literatura. Una ficción radicalmente distinta de los arquetipos del poder total que abundan en la literatura regional, desde el Supremo de Roa Bastos, pasando por el Patriarca garciamarquino, el Chivo de Vargas Llosa y el Señor Presidente de Asturias.
Esta especie de fabulación real que es José Mujica, conocido popularmente como “el Pepe”, le ha permitido a Uruguay, y a la región, encontrar en el saliente mandatario a una nueva narrativa política, social y económica en este punto de la historia. Todo se inició con la crisis de ese país burocrático (Benedetti dixit), culto, reservado y casi condenado al inmovilismo estructural, que sufrió su mayor recesión entre 1999 y 2003: las tasas de desempleo se duplicaron, la economía se contrajo agresivamente y la gente, haciendo uso de sus raíces, comenzó a migrar en estampida.
Fue esa caída libre la que decantó la llegada del Frente Amplio al poder con el triunfo de Tabaré Vázquez, primero, luego con Mujica y ahora de nuevo con Vázquez. Pero no fue un cambio de revoluciones voceadas o control progresivo del Estado. Fue uno de los procesos democráticos más interesantes, en el que participación ciudadana y políticas públicas coordinadas permitieron establecer estrategias de reducción de pobreza, generación de empleos, fundamentos macroeconómicos estables y una estrategia de expansión agresiva de mercados que se tradujo en un crecimiento superior al 5% en promedio entre 2004 y 2014, la caída de las tasas de desempleo a sus más bajos niveles en décadas, la multiplicación por seis del salario mínimo y el acuerdo comercial con los Estados Unidos.
Desde que el Frente Amplio llegó al gobierno fue visto como un outsider de paso transitorio, con mal pronóstico de supervivencia porque venía precedido de un ánimo combativo que retrotraía al discurso de la izquierda de los setenta. Fue por eso que, al inicio, Vázquez aparecía como un candidato ideal pero a la vez irrepetible. El temor del Frente Amplio –y la apuesta de la oposición– era que la transición pos primer mandato de Tabaré iba a fracasar víctima de la historia electoral más larga y de una dinámica gubernamental sin autorregulación.
Mujica cambió radicalmente este presagio. Gracias a la combinación entre pragmatismo, sentido de Estado y una apuesta a la pervivencia de su coalición más allá de los personalismos, logró consolidar al Frente Amplio para que pasara de ser un proyecto entroncado en la clase media de izquierda (y mayor de cuarenta años) a ser un fenómeno de raigambre popular y cada vez más joven, que le arrebató parte de la base electoral a los partidos tradicionales. Lo que más caló fue la identidad presidente-pueblo. Como mucha gente pobre o de clase media-baja uruguaya lo define: “Pepe es de los nuestros”. El escritor Juan José Millas reafirma esta idea en un reportaje para El País de España, de marzo pasado: “se ha dicho de ella (la vivienda de Mujica) que es una casa modesta. Falso. Es pobre”.
A contramano de lo que supone hacer política en el continente, “el Pepe” practica lo que predica. Desde su discurso campechano, que destila a manos llenas pachorra y sabiduría, pero por sobre todo desde un ejemplo de vida austera, una práctica gubernamental en que juntó inclusión social con estabilidad económica y una puesta en escena sin revanchismos ni persecuciones, Mujica hizo de su mandato un referente que trasciende el ámbito político y se convierte en uno ético y moral, no solo a nivel local sino regional y global.

Pero además, ese personaje real que es “el Pepe” embroca lo mejor de la literatura uruguaya, cuyo debate empieza por ese parte aguas –similar al que generan Peñarol y Nacional– que son Benedetti y Onetti. Si bien ambos tienen una impronta de izquierda, los diferencia el lenguaje más coloquial, lúdico y montevideano de Benedetti, al que se contrapone la perspectiva onírica, densa e interiorana de Onetti. Como literatura encarnada, Mujica toma prestado lo mejor de los dos: la mirada más contemplativa del interior uruguayo de Onetti se suma a la calidez y luminosidad urbana de Benedetti. Su resultado es esa vida sin poses, casi de caricatura, que nos regala el sentido común del hombre sencillo que desde el poder cuestiona al poder. (O)

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