martes, 1 de octubre de 2013

Presidente, ¿qué es para Ud. la Justicia?



Publicado el 22 de Septiembre 2013
Análisis

Por: José Hernández


Director Adjunto

El Presidente ha puesto de primero en la lista para Superintendente de Comunicación a Carlos Ochoa. Es muy probable, entonces, que él sea nombrado presidente por el Consejo de Participación; un organismo que ha dado pruebas fehacientes tanto de ponderación como de independencia. Cualquier parecido con la voluntad presidencial es eso: pura coincidencia.

Nadie puede mancillar las convicciones del señor Ochoa. En ellas incluye la defensa fundamentalista de este Gobierno. El uso de micrófonos pagados por los contribuyentes para insultar y denigrar a los críticos del Presidente. Su capacidad para convertir en guerra verbal las diferencias democráticas. Un talento desmedido para generalizar defectos o insuficiencias de los medios de comunicación (y hay hartos). Hasta en las nubes están sus textos y esos subtextos tan elocuentes de la forma en que concibe hoy la comunicación. Y la democracia. Ese es su derecho más estricto que ejerce en una esfera pública que es una vitrina abierta y transparente a los ojos de ciudadanos. Lo que él reclama para sí, lo niega a los otros.
Pero, claro, una cosa es ser un periodista gobiernista e hiriente. Otra, muy diferente, es que esa persona sea convertida en juez de aquellos que, en forma sistemática, agravió y denostó. Esta situación lleva a una pregunta: ¿qué es la Justicia para el Presidente de la República?

Un ordenamiento jurídico se basa en principios, una doctrina y, también y sobre todo, en el reconocimiento de aquellos que serán sujetos de la administración de Justicia. Todo ello reposa en los jueces. En buenos jueces. Probos. Imparciales. Virtuosos. Personas que no se remiten solamente a las disposiciones literales de la Ley. Se remiten –y esa es la grandeza del derecho– a la moral, a la ética, a la filosofía. A la razón misma de la Ley.

¿Puede un juez dictar sentencias justas si él mismo vive desdoblado, negándose a asumir en su conducta personal esa característica?

¿Puede un juez ser justo si para él el sentido de la Justicia depende del nivel de odio que profesa un poder contra un grupo de ciudadanos? ¿Puede un juez hablar de Justicia si, por adelantado, convierte a las personas que dependerán de sus fallos en enemigos suyos y de la autoridad que lo nominó? ¿Puede un juez ser virtuoso sin reunir cualidades y potencialidades que lo lleven a ser justo?

¿Cuál es para el Presidente el sentido de la Justicia si los jueces que nomina son seguidores suyos, encargados de vigilar y castigar a los medios de comunicación que, por un motivo que solo él conoce, amenaza, insulta y persigue? ¿La gran renovación de la Justicia no era convertir a los jueces en personas formadas y virtuosas capaces de dictar sentencias justas, sino en militantes aptos para provocar escarmientos, solicitados o no?

Los jueces deben ser, mirados desde la phronesis de Aristóteles, personas que no emiten sus fallos basándose en conductas o actitudes condicionadas. La phronesis reclama que las acciones respondan a una deliberación y a una decisión. Esa es la máxima virtud de la ética aristotélica a la cual hay que volver en tiempos aciagos. Es la capacidad intelectual para no inscribirse en un guión predeterminado: una actitud racional que exige el conocimiento de la Ley. Que necesita la sabiduría para juzgar y, sobre todo, la disposición expresa para deliberar -en el proceso que antecede la toma de una decisión- sobre lo que es justo y correcto. Ningún militante fundamentalista, del borde político que sea, puede tener esas características. Peor aún cuando la Ley que tiene que aplicar parece un camembert lleno de resquicios que autoriza una discrecionalidad que pone a la autoridad a buen recaudo de la idea misma de Justicia y de lo que debe ser la razón de una ley. En ese caso se encontrarán la Superintendencia de Información y Comunicación y el Consejo Regulador de la Comunicación.

¿Cuál es la idea que tiene el Presidente de la Justicia? ¿Un simple arreglo de cuentas? ¿Puede una persona volverse juez sin que haya cultivado sistemáticamente las características que la puedan convertir en una autoridad virtuosa? Y los jueces, ¿son personas dignas de ser imitadas o solo son verdugos de toga y birrete?


 Tomado de Diario HOY

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