miércoles, 25 de marzo de 2020

El virus y la pobreza: una mamá deja de comer para alimentar a sus hijos



Por Manny Fernandez
23 de marzo de 2020
BRENHAM, Texas — Con sus seis hijos hambrientos en el coche, Summer Mossbarger era una de las primeras en la fila de autos para recibir su almuerzo. Pero no estaba en un restaurante de comida rápida, sino afuera de la escuela primaria Alton.
By The New York Times
Alton estaba cerrada —todas las escuelas públicas de Brenham (un pueblo rural de Texas, Estados Unidos, unos 150 kilómetros al este de Austin y con 17.000 habitantes) han cerrado debido al coronavirus—, pero una parte vital de la escuela seguía en marcha: la comida gratuita. Mossbarger bajó la ventanilla de su camioneta, un modelo que había salido hace quince años, para que los empleados de la escuela le entregaran seis recipientes de unicel.
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Pese a que el vehículo se llenó con el olor a feria de las minibanderillas durante el camino de regreso a casa, y aunque los niños se sentaron en la entrada a comérselas en los mismos recipientes, con los perros de la familia corriendo a su alrededor, Mossbarger no comió nada.
No desayunó ni almorzó, sino que tomó su primer alimento —pollo frito de la despensa— a las 5:30 de la tarde. Todo lo que ingirió desde que se despertó esa mañana hasta que merendó fueron sorbos de un Dr. Pepper de cereza.
No había mucho dinero. Mossbarger, una mujer discapacitada de 33 años, veterana del ejército, no labora. El trabajo de carpintero de su marido ha disminuido y se ha vuelto más impredecible en los últimos días, puesto que la gente cancela o posterga los trabajos de construcción en su casa. Tenía muchas preocupaciones —pagar la renta de mil dólares era la primera de la lista—, pero la comida de sus hijos no era una de ellas.
“Si no tuviéramos esto, tal vez me daría un ataque de nervios por la tensión”, dijo sobre las comidas gratuitas de Alton. “No voy a permitir que mis hijos pasen hambre. Si tengo que comer solo una vez al día, es lo que voy a hacer”.
El potencial del coronavirus para trastornar la vida de la gente depende en parte de sus ingresos. Los estadounidenses que tienen menos recursos económicos cuentan con menos opciones para transitar por esta nueva normalidad de escuelas cerradas, negocios clausurados y la orden de permanecer en casa.
Los expertos en pobreza han dicho que, en épocas de desastres naturales y emergencias de gran escala, las familias más perjudicadas son las de bajos ingresos, a las que ya de por sí no les alcanza para pagar las cuentas con su escaso presupuesto y que tienen condiciones de vivienda inestables, mala atención médica y empleos a menudo inciertos.
“Hay una tendencia a que esas personas sean las primeras afectadas cuando las cosas salen mal y que también tarden mayor tiempo en recuperarse”, señaló H. Luke Shaefer, profesor de Trabajo Social y Políticas Públicas en la Universidad de Míchigan y director del equipo docente del proyecto Soluciones a la Pobreza.
El ayuno autoimpuesto de Mossbarger fue una acción silenciosa y anónima en medio de una crisis nacional, y también una muestra de la magnitud del impacto del virus para los trabajadores pobres.
El servicio de entrega de alimentos gratuitos para recoger en automóvil del distrito de escuelas independientes de Brenham fue uno de los muchos que estuvieron en marcha esta semana en Texas, Florida, Pensilvania, Oregón y otros estados de Estados Unidos que intentan garantizar que los estudiantes sigan recibiendo comidas gratuitas de lunes a viernes durante las semanas que estén cerradas las escuelas como consecuencia del virus. Los pedagogos y nutriólogos de las escuelas dijeron que, para algunos niños en situación de pobreza, el desayuno y el almuerzo gratuitos en la escuela son los únicos alimentos nutritivos que comen en el día.
Las escuelas públicas de Albuquerque, el distrito más grande de Nuevo México, donde cerca del 69 por ciento de los alumnos recibe comidas gratuitas o a bajo costo, a partir del lunes empezaron a distribuir desayunos y almuerzos gratis en decenas de sus escuelas. En California, desde la semana pasada, el sistema escolar de Elk Grove en Sacramento ha proporcionado a unos 11.000 alumnos dos alimentos al día, el almuerzo y el desayuno para el día siguiente.
En Brenham, donde el 60 por ciento de los 5000 alumnos de las escuelas públicas tienen derecho a comidas gratuitas o a bajo costo, el distrito escolar repartió más de mil almuerzos y más de 800 desayunos a los niños durante los primeros tres días de esta semana del programa.
Brenham es un pueblo en el que habitan personas de la clase obrera, conocido en Texas por ser la cuna del helado Blue Bell. Los caballos y el ganado pastan en las praderas que bordean las carreteras y autopistas y los vaqueros no se preocupan por quitarse el sombrero cuando suben a sus furgonetas. Aunque no se le da crédito por ello, este pueblo es el escenario de innumerables tarjetas postales, carteles y fotos de Instagram, pues hay brillantes flores de un morado azulado por todos lados, incluso coloreando los camellones. Pero debajo del encanto de esta belleza rústica y de la empresa de helados yacen sus dificultades económicas. Brenham tiene un ingreso promedio por familia de apenas 44.000 dólares anuales y un índice de pobreza del 18,6 por ciento.
El 17 de marzo, el largo y tranquilo acceso a la escuela Alton era, en estos tiempos del coronavirus, el equivalente a las filas de los comedores comunitarios que antes veíamos; había una fila de unos diez automóviles. Los empleados del distrito que se ofrecieron como voluntarios para distribuir los alimentos reconocieron a algunos de los conductores que también trabajan para el distrito y que habían traído a sus hijos para que recibieran su almuerzo gratis.
El programa de almuerzos gratuitos o a bajo costo de Estados Unidos se ha usado desde hace mucho tiempo como un indicador del nivel de pobreza de una comunidad, pero en la fila no había señas de incomodidad, resentimiento o vergüenza. Algunos conductores agradecían enfáticamente a los voluntarios cuando se retiraban y la mayoría ni siquiera se molestaba en preguntar lo que contenía el recipiente del almuerzo: banderillas miniatura, frijoles cocidos, zanahorias pequeñas y una naranja. La gente parecía más preocupada por conservar la distancia que por cualquier otro estigma social. Con el fin de que los voluntarios no se acercaran demasiado a ella, una mujer mantuvo subida la ventanilla del lado del conductor cuando interactuaba con ellos.
Gabbie Salazar, de 28 años, pasó dos veces con su auto por el servicio de entrega de comida, cada una de ellas con grupos diferentes de sobrinas, sobrinos y primos dentro del coche. Ella conoce bien la escuela Alton porque administra la cafetería escolar. Es madre soltera y tiene dos empleos (en la escuela y en una guardería), con los que gana en total alrededor de 2000 dólares al mes y paga una renta de unos 800 dólares mensuales.
“Hay que ahorrar un poco, ¿verdad?”, dijo Salazar, refiriéndose a las comidas gratuitas. “Soy madre soltera. Yo solo tengo que hacer una comida en la noche, así que eso ayuda mucho”.
Antes de que Mossbarger se detuviera el 17 de marzo en la línea en la escuela para recoger las comidas, llevó a sus seis hijos al supermercado H-E-B. Fue al pasillo a buscar toallas de papel y papel higiénico, pero no quedaba nada: los estantes estaban vacíos y los clientes se agolpaban para agarrar lo que podían. Reunió a los niños, dejó el carro de compras en la mitad del pasillo y salió, frustrada de haber desperdiciado gasolina en su camioneta Chevrolet.
Su esposo, Jordan Spahn, de 47 años, dijo que no pueden darse el lujo de comprar y almacenar artículos. Cuando descubrió que no tenía comisiones ese día —por lo general gana alrededor de 180 dólares al día—, trabajó en los muebles de patio de un amigo para ganar unos dólares adicionales.
Hace unas semanas, la familia se mudó a una casa que rentan. Los campos salpicados de altramuces son el espacio suficiente para que los niños corran, anden en bicicleta y se columpien del neumático que cuelga de la rama de un árbol. Mossbarger recuerda su entrenamiento militar cuando les da de comer a sus cuatro niños y dos niñas: Tristan Spahn, de 5 años; Layla Ray, de 6; Stasy Spahn, de 7; Hayden Brown, de 9; Gavin Brown, de 9, y Joseph Brown, de 10 años. “Era cocinera en el ejército, así que solía alimentar a las masas”, dijo.
La expansión del coronavirus en Estados Unidos es solo uno de los desafíos que han tenido Mossbarger y Spahn. Hace unos años, dijo Mossbarger, no tenía hogar. Dos de los hijos mayores de Spahn —Matthew, de 21 años, y Jonah, de 24—, murieron en accidentes de coche (en ocasiones separadas) en el último año y medio.
La comida fue proporcionada por la cuñada de Mossbarger y por una organización sin fines de lucro, Bread Partners. Los niños comieron la pasta que sobraba, vegetales enlatados, y galletas. Mossbarger y su esposo comieron pollo frito con arroz y vegetales enlatados. Los niños hicieron una oración antes de que sus padres se sentaran.
Mossbarger apenas lo mencionó, pero tenía mucha hambre. “La verdad es que no iba a comer, pero Jordan me dijo: ‘Tienes que comer algo’”, comentó.
A la mañana siguiente, volvió a saltarse el desayuno y se tomó una bebida Monster Energy. Estaba cansada y le dolía la cabeza.
Cancelaron una vez más el trabajo de su esposo, lo que aumentó sus preocupaciones financieras sobre los próximos días y semanas. “Estoy constantemente pensando cuál será el próximo plan”, dijo Mossbarger. “Si él no va a trabajar, voy a comer lo menos posible porque sé que mientras más coma, habrá menos alimento para mis hijos”.
Y eran casi las 11:00 de la mañana. Reunió a los niños en la camioneta y se dirigió de nuevo a la entrada de la escuela Alton.

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