Desde hace pocos días tenemos, finalmente, Fiscal General del Estado, luego de un proceso que parecía interminable y que no estuvo ausente, –como parece que es común últimamente en todo lo relacionado con la función pública – de gran polémica. Hemos estado pendientes de esta designación no solo por la importancia del cargo sino, principalmente, porque durante toda una década ese puesto clave estuvo ocupado por personajes de cuestionable accionar.
La Fiscalía, dentro de la estructura administrativa del Estado, es un ente fundamental porque es el órgano encargado de representar a los intereses de los ciudadanos mediante la aplicación de las leyes cuando existen delitos y, de igual forma, es el organismo que protege a víctimas y testigos. Por lo tanto, aquel que ostente esa dignidad debe garantizar a la sociedad que sus actos se conducirán en el ámbito de la verdad y del derecho. En democracia el Fiscal de la nación no puede ser nunca un perseguidor de culpables e inocentes: debe ser un profesional que se compromete con el esclarecimiento de la verdad, para luego someterla a la justicia.
Es evidente que durante los diez años pasados vivimos justamente lo contrario. Nos urge, por tanto, dejar atrás esa época perdida durante la cual ese órgano fue utilizado para blindar al Ejecutivo de toda investigación y, en su lugar, miró a otro lado mientras protegía a delincuentes: fue lento para investigar delitos pero muy ágil cuando se trataba de iniciar causas contra enemigos políticos, aunque fuesen inocentes.
Por eso nuestro país necesita hoy, más que nunca, un Fiscal independiente que marque la pauta de inicio hacia la verdadera lucha contra la corrupción, que desate ese hilo conductor para que se sepa todo, se investigue bien y logremos llevar a la cárcel a los corruptos.
Desde hace rato que como país el Ecuador está llevando una carga bien pesada de impunidad: desde hace tiempo que la corrupción es una maldición de la cual no sabemos cómo salir. Y en medio de esa zozobra surge un personaje singular que, por su trayectoria, está logrando abrir una puerta que parece que podría conducirnos a una ruta de mano dura, que logre combatir la corrupción de forma efectiva.
La persona de Diana Salazar se instala, ganadora de un proceso en el cual fue analizada, evaluada y hasta impugnada. Ella salió victoriosa y se colocó en el primer puesto en una competencia hecha a la luz del día, ante el ojo público; como deben ser los concursos.
La Dra. Salazar ha sido ungida con una responsabilidad histórica en estos momentos de turbulencia y se alza, de forma justa con el cargo más deseado. Y la verdad es que, cuando revisamos su trayectoria, la esperanza nos envuelve por muchas razones. La nueva Fiscal llega con una carpeta de experiencia en el ámbito penal, con un accionar lúcido y correcto. Se ha desempeñado objetiva y jurídicamente bien en casos bastante difíciles, como el procesamiento al ex Vicepresidente Jorge Glas.
Pero quizá lo que a los ciudadanos nos brinda mayor confianza, fuera de sus méritos profesionales y académicos, que son muchos, es la persona que ha dejado ver detrás de la profesional. Diana Salazar no proviene de las clases de elite ni ostenta títulos rimbombantes: es alguien como todos nosotros. Una mujer esforzada que hizo carrera con vocación de honestidad. Ella es una abogada de provincia y confiesa que su inspiración, en su accionar, es su madre. Ella asume la cartera que es de largo la más difícil en este momento. Deberá mostrar al país de qué está hecha y fajarse duro y parejo el compromiso del combate a la corrupción.
La lucha contra la corrupción tiene rostro de mujer y, si hace un buen trabajo, con seguridad tendrá el respaldo incondicional de los ciudadanos, cuando de investigar a los corruptos se trate. Eso esperamos todos.
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.
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