viernes, 26 de abril de 2019

El Salvador, un país sembrado de muertos



Un texto de Maye Primera
La vida junto al pozo
La abuela se quedó viviendo junto a la casa abandonada de su familia, a quince metros del supuesto asesino de su nieto mayor y a medio kilómetro del pozo donde ella sospecha que el vecino lanzó el cadáver, en el municipio Santiago Nonualco del departamento La Paz de El Salvador. La suya es una calle ciega de tierra, rodeada de mangos, milpas y cañales. Solo se escucha el canto de los talapos y el zumbido de las chicharras; cuando los perros ladran o los disparos suenan, la abuela piensa que pueden ser el vecino, o los emeeses de La Galilea o los policías rurales de San Rafael Obrajuelo que están cerca, y vienen por ella.
Hace un año que su hija, el yerno y cuatro nietos escaparon de la colonia con lo que llevaban puesto, de un día para otro, y en septiembre de 2017 obtuvieron el estatus de refugiados en México. Desde que se fueron no los ha visto ni cree que vuelva a verlos nunca, más que en las fotos del Facebook. La abuela quiere mandarles saludos por Whatsapp y graba este mensaje para el yerno:
—¿Qué les digo, pues? Pídanle a Dios de que les vaya bien y pidan por mí también aquí, pues. Y una cosa te quiero decir: que a mí me pase lo que me pase, vos no te volvás para acá. No vayás a regresar para acá. Vos tenés que ver por tus hijos, ¿oís? Ya por mí no te vayás a preocupar. Te digan lo que te digan de que me ha pasado algo, vos no volvás atrás. Solamente eso quiero decir.
La abuela llora en su casa en una zona rural de El Salvador. Ni ella ni los miembros de su familia que siguen aquí pueden salir a trabajar. Viven con constante temor a las amenazas y la muerte. “A nosotros nos ha pasado de todo. Solo falta que nos muramos ya”, solloza describiendo palizas, “pero que no sea así ¿verdad? cruelmente”. ALMUDENA TORAL / UNIVISION.
La abuela tiene 76 años que ha vivido enteros en el campo, rajando leña, cortando caña, limpiando milpas, criando pollos. Los últimos 50, en este callejón de Santiago Nonualco. Ya no trabaja, no puede hacer fuerza, y el marido que la sostenía murió hace cuatro años. Ella va sobreviviendo como puede. Tuvo dos hijos y dos hijas. Los hijos viven en el mismo caserío, el menor comparte la casa con ella. Las dos hijas se fueron con sus familias: una a Estados Unidos empujada por la pobreza, la otra a México empujada por la violencia.
El callejón era tranquilo hasta que volvió un deportado entre 2009 y 2010, cuenta la abuela. Este nació en La Paz, la madre lo dejó pequeño para irse a Los Ángeles y mandó buscarlo cuando cumplió 13 años. Allá se hizo pandillero, cuando tenía unos 23 años lo expulsaron del país, se quedó una temporada en El Salvador y ahora está de regreso en Estados Unidos.
—Cuando vino ese joven, empezó a llevarse a los cipotes . No a la fuerza; al principio ellos llegaron por su voluntad.
A los pandilleros de la colonia los conoció chiquitos o en las panzas de sus madres. Pero ahora llegan también muchos de Miraflores, de Pedregal City, de Arco, todos de la Mara Salvatrucha, a armar balaceras con fusil. No tiene caso alertar a la Policía, algunos pandilleros van de uniforme también. En agosto detuvieron a un agente y a su esposa por cooperar con las maras, por cobrar extorsión. La pareja vivía en su mismo caserío.
Uno de los hijos de la abuela que fue golpeado en su casa durante un allanamiento de la policía. “A ellos los golpearon, los tiraron al suelo, les ponían una cosa que tiene electricidad”, explica su madre. “Venían uniformados, pero también los pandilleros así andan uniformados, pues para que la gente salga y solo la matan”. ALMUDENA TORAL / UNIVISION.
Uno de los hijos de la abuela denunció una vez que el vecino le había disparado y fue peor. La noche siguiente recibieron la visita de los policías rurales de San Rafael Obrajuelo: allanaron sus casas, echaron abajo las cercas, golpearon a los hijos y a los nietos, y se robaron unas lociones y 200 dólares en efectivo que tenía guardados la abuela. Lo que deduce la familia es que los rurales eran socios del vecino.
El vecino es coyote , jala personas hacia Estados Unidos, gente que va buscando algo o que va huyendo de algo. Y lo hacía con ayuda del nieto desaparecido de la abuela. Primero lo mandaba a llamar para que le lavara el carro, le regalaba zapatos, ropa fina. Un día le pidió que lo ayudara a contar dinero. “Los billetes pesan”, le contó a la abuela el nieto de 17 años, acostumbrado a cargar sacos de maíz en grano de hasta 200 libras. “Fíjese que el vecino tiene un saco de billetes que no me lo pude echar al lomo de lo que pesaba”.
Un día el nieto llegó borracho y contento porque había viajado a México con el vecino a llevar un encargo. Luego los viajes se hicieron costumbre. Dos días después de regresar de uno de ellos, el muchacho entró a la casa llorando, diciéndole a la familia que iban a matarlo pero sin señalar quién iba a hacerlo. Al cabo de otros dos días, desapareció. La noche del viernes 24 de julio de 2015 fue a una fiesta y no regresó, y el vecino no volvió a preguntar por él.
La abuela muestra una foto de su nieto desaparecido. Describe al nieto como un muchacho fuerte, al que le gustaba el deporte, sonriente, servicial. “¡Bien parecido, el jodido! ¡Bien parecido!” ALMUDENA TORAL / UNIVISION.
Pusieron la denuncia en la Fiscalía, pegaron fotos suyas por todas las delegaciones y comenzaron la búsqueda en los cañales. De ahí siempre brotan cuerpos en época de zafra; cuando limpian los campos con la rastra, salen huesos, montones de huesos, y los campesinos y sus patrones callan, porque si avisan que hallaron un muerto, Medicina Legal ordena “que nadie toque la caña” y el ingenio cierra y la cosecha se pierde. No dicen nada y siguen los obreros picando la caña sobre los muertos.
—Todos esos cañales en El Salvador son cementerios. Ese yerno mío sacaba cuerpos hechos pedazos, pensando que era el hijo. Sin canillas, sin manos, sin cabeza y él con la ilusión de que ese era, que ese era, y nada. No sabemos dónde lo fueron a dejar, suponemos que tal vez está en ese pozo macabro.
La hierba y las abejas invaden ahora la boca del pozo al que se refiere la abuela, sellado con una tapia de cemento desde hace dos años por orden de la Fiscalía. Por los caseríos y las carreteras de tierra aledañas al pozo, nadie mira, nadie oye. O la gente no quiere decir nada aunque mire y oiga. Simplemente se van. Se van familias enteras, en silencio.
El pozo donde la familia sospecha que está el cuerpo del nieto desaparecido. Fue sellado por orden de la Fiscalía después de que vecinos denunciaron que olía a muerto y había cadáveres dentro. ALMUDENA TORAL / UNIVISION.
La hija menor de la abuela, su yerno y sus cuatro nietos huyeron de casa el 16 de septiembre de 2016. Salieron de tres en tres, cargando lo que podían en pequeñas bolsas plásticas. Un mes antes, los emeeses de la colonia cercana de La Galilea habían amenazado con matarlos a todos si no les entregaban a uno de los niños, al de 13 años. La familia volvió a la Fiscalía para poner la denuncia pero allí les dijeron que no podían ayudarles, que era mejor que se pusieran en contacto con una organización de derechos humanos con sede en la capital, para que ellos les ayudaran a escapar.
El Salvador es un país muy pequeño para esconderse. Mide poco más de 20,000 kilómetros cuadrados y las pandillas y el crimen organizado tienen control o influencia en todo el territorio. Además, las pandillas tienen estructuras en México, Italia, Estados Unidos y en los países del Triángulo Norte.
La familia se mudó cuatro veces dentro de El Salvador antes de dejar el país. Pasaron unos meses en la capital y después estuvieron en dos colonias del Oriente donde se toparon con otras pandillas que amenazaron con investigarlos para saber de dónde venían, a cuál organización estaban afiliados y de quién huían. En abril de 2017 lograron llegar al pueblo de Santa Elena, en Guatemala, con ayuda de varias organizaciones de derechos humanos. Ese mismo mes cruzaron la frontera hacia México y pidieron asilo en el estado de Tabasco. En septiembre, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) aprobó su petición. [Esta es la misma familia de la que hablamos en el video animado del primer capítulo de este proyecto. Después de encontrarnos con ellos en Tabasco, volvimos a su lugar de origen para entender las razones que los habían obligado a huir en busca de refugio].
Lo que dejó atrás una familia que huyó de El Salvador por la violencia
La cama donde dormía el padre de la familia fuera de la casa que abandonaron de un día para otro. El padre dejaba que sus hijos durmieran dentro de la casa, demasiado pequeña para todos, para protegerlos: ser joven en El Salvador significa ser objeto de reclutamiento de las pandillas. Después de que el hijo de 17 años desapareciera y nunca encontraran el cuerpo, al padre de familia le amenazaron con que tenía que entregar al siguiente hijo, de 13 años, a la mara. Más de la historia de este padre y esta familia en esta animación.
La abuela puso un candado para cerrar la puerta de la humilde morada donde la familia vivía después de que vinieran ladrones. “Dejé mi casita con todo, hasta las cacerolas se llevaron”, dice el padre de familia. “¡Salimos así como estamos! Tres primero y los otros tres después... con bolsitas plásticas, chiquitas, una cobijita para arropar al niño nada más”
Los tacos de fútbol del nieto desaparecido. La familia sospecha que lo asesinaron y su cuerpo yace en el fondo de un pozo vecino.
La puerta de la casa abandonada tiene dibujos hechos por las niñas. “Se han ido obligados por salvar la vida de sus hijos, y las de ellos mismos también. Es duro ver a sus hijas, sus nietos que se van”, dice la abuela. ALMUDENA TORAL / UNIVISION
Al padre de familia le encantaba la música de Los Tigres del Norte y la abuela guarda sus CDs. “Los Tigres del Norte siempre cantan la verdad”, asevera el padre desde México, donde a la familia le han otorgado refugio.
La abuela tiene estampas de Monseñor Romero y La Santísima Trinidad bajo la luz de una vela las 24 horas del día. Desde que su hija, su yerno y sus nietos se fueron ya ha recibido numerosas amenazas de pandilleros para que revele el paradero de sus familiares. “Para mí pues están lejos, pero están vivos”, dice sin esperanza de volver a verlos
La violencia de las pandillas, del crimen y del Estado es cada vez más referida como la causa principal de la migración forzada de los salvadoreños, tanto dentro como fuera del país; tanto por parte de los deportados y retornados, principalmente de Estados Unidos y México, como de aquellos que han pedido refugio en México, Belice y Costa Rica desde 2014, luego de que se agotaron las posibilidades de hallar protección en su propio país.
El gobierno salvadoreño no reconoce el desplazamiento forzado de manera oficial. La única instancia del Estado que admite el problema es la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), que señaló en su informe anual 2014-15 que las amenazas a la vida, las extorsiones y la presión sobre los adolescentes para que se unan a las pandillas han provocado la huida de familias enteras. El Salvador no cuenta con una cifra oficial de cuántos de sus ciudadanos se han visto forzados a abandonar sus casas y sus pueblos. Sin embargo, el Consejo Noruego para Refugiados estimó que más de 280,000 personas se encontraban en situación de desplazamiento dentro del país en 2014, según datos obtenidos a través de una encuesta nacional realizada por la Universidad Centroamericana en la que el 4.6 % de las personas entrevistadas dijeron que habían cambiado de vivienda obligadas por amenazas. Se trata de una avalancha humana similar a la que provocó la encarnizada guerra civil que asoló al país entre 1980 y 1992 y dejó más de 75,000 muertos. Solo entonces y ahora, los países de la región han otorgado el estatus de refugiados a los salvadoreños que reciben en sus territorios, conscientes de que no migran sino que huyen. Pero el gobierno salvadoreño no lo reconoce porque hacerlo implicaría admitir también que ha perdido el control de gran parte de su territorio.
La vida dentro del pozo
En diciembre de 2015 los vecinos avisaron que el pozo hedía y la Fiscalía dio la orden para que Israel Ticas fuera a investigar. Ticas introdujo una cámara de vídeo que fue guiando hasta el fondo y en las imágenes que devolvió el aparato vio que sí había restos humanos dentro. Pero el pozo era antiguo. Era riesgoso bajar en rapel porque podía colapsar y Ticas aún no tiene los equipos adecuados para explorar de otra manera. Solo pudo bajar una vez al fondo y recoger lo que alcanzó antes de dar la orden de que sellaran el pozo para que ya no siguieran usándolo como escondite de cadáveres.
—Lo único que logré recuperar fue un pie, lo demás continúa adentro —dijo Ticas, ya en agosto de 2017, en San Salvador.
Israel Ticas es criminólogo y trabaja desde hace veinte años en la Fiscalía General de la República de El Salvador. Él y su asistente son los únicos investigadores forenses que procesan inhumaciones de esta manera en todo el país; los demás, dice él, solo desentierran muertos. Ticas tiene en su oficina un mapa gigante lleno de puntos de colores. Cada punto señala un entierro. La mayor concentración, medio centenar de puntos, está sobre San Salvador y hay varias decenas que se extienden hacia La Libertad, Santa Ana y Sonsonate; ninguno de los 14 departamentos está libre de puntos. Los lilas son pozos y los verdes son cementerios clandestinos que Ticas ya excavó. Los puntos azules y los rojos marcan pozos y cementerios clandestinos no explorados, donde habría uno o más cuerpos. Los puntos amarillos son las fosas comunes de la guerra civil que Ticas ha excavado —de esos hay menos, unos 15, pero allí aparecieron unas 55 personas— y los puntos anaranjados —unos diez— marcan los lugares donde se sabe que hay más víctimas del conflicto por recuperar.
—Comenzamos en 2005 con dos o tres fosas clandestinas y ahora somos el país más lleno de fosas clandestinas de todo el mundo –dice el criminólogo.
El pozo donde la abuela sospecha que está el cuerpo de su nieto desaparecido y donde el criminológo Israel Ticas confirmó que había restos humanos. ALMUDENA TORAL / UNIVISION.
Ticas ingresó a la policía en 1989, en plena guerra, y se especializó en el procesamiento de escenas de atentados de la insurgencia. Tras la firma de los acuerdos de paz en 1992 pasó a formar parte de la División de Policía Técnica Científica de la Policía Nacional Civil. Cavó su primera fosa en 2004, vestido de traje y corbata: era la víctima de un secuestro, una escena atípica en casos que no fueran de lesa humanidad pero que a partir de ese año se volvió común en casos criminales. Desde ese entonces ha hallado más de 500 víctimas en cementerios clandestinos, pozos artesanales, pozos sépticos y cuevas. Desde 2004 Ticas lleva una bitácora de cada procedimiento que ha ejecutado y sus diarios se van haciendo más gruesos conforme llega el 2008, el 2012, el 2015.
Él y su asistente no se dan abasto. Ahora mismo tienen tres informes pendientes de cinco fosas que han cavado en los últimos meses. Procesar una escena de homicidio con inhumación puede tomarles dos, tres días, una semana o más, dependiendo del grado de dificultad.
Los asesinos seriales, organizados o no, dejan su sello en cada escena. Los que matan en San Vicente, en el centro del país, cavan fosas circulares. Los de Occidente, fosas rectangulares. En La Libertad, San Salvador y San Miguel ha encontrado fosas ovaladas. Algunos los desnudan o los ponen boca abajo o los marcan clavándoles estacas, botellas, haciéndoles torniquetes en el cuello con alambres. A algunos los han enterrado vivos, se nota en el lenguaje corporal. Otros desmiembran a sus víctimas, las ordenan por piezas —el tórax, la cabeza, los brazos, las piernas— y las sellan con cal. Por el lujo de la barbarie ya Ticas puede inferir a simple vista cuándo la víctima era del bando contrario al grupo que lo asesinó o cuándo era alguien que no tenía ninguna relación con las pandillas o con el crimen organizado. La mayoría de los enterrados son personas jóvenes.

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