domingo, 24 de junio de 2018

Ahora Correa tiene miedo de ir a la cárcel

  en La Info  por 
Rafael Correa pasa por un mal momento. Se le nota en el rostro demacrado, en su rigidez muscular, en su mirada esquiva, en esa irritabilidad manifiesta que delata su estado de tensión. De angustia. En este video, se le ve superado por los acontecimientos. El ex presidente, es obvio, no estaba acostumbrado a remar contracorriente. Ahora no dice si pedirá asilo en Bélgica, pero es obvio que ya lo hizo. La prueba es que informa, muy molesto, que le han pedido contratos de arrendamientos, certificados, matrículas de sus hijos…
¿Tiene miedo a ser detenido, a terminar preso? Le pregunta el periodista. “¿Quién no va a tener miedo de eso?”, responde Correa. “Claro que sí, uno siempre tiene miedo de perder su libertad. Uno aprecia su libertad y sobre todo sabemos lo que buscan. A mi me quieren preso o muerto”.
Preocupado por lo que pasa y con miedo de perder su libertad: el ex presidente expresa esa sensación opaca que produce la inquietud, ese desasosiego sombrío que genera el miedo. Hoy hace alarde de esas servidumbres humanas que negó a sus críticos y opositores. Hablaba de ellos –presos, buscados o perseguidos– para burlarse. Para hacer reír a sus funcionarios y fanáticos en las sabatinas. ¿Recordará que los imitaba, que les ponía apodos, que tenía una larga lista de epítetos para denigrarlos? ¿Recordarán él y los suyos que Alexis Mera se burló de la hija del coronel Carrión, conmovida ante su presencia, tras meses de no haberlo visto por estar preso? ¿Qué dijeron las militantes de Alianza País, también madres, ante el dolor de las madres de los Diez de Luluncoto? ¿O del Central Técnico? ¿Se estremecieron en Alianza País con el dolor de la familia del general Gabela -asesinado en su propia casa-, enclaustrada en su tragedia ante la desidia de los poderes del Estado para saber la verdad sobre su muerte?
¿Recuerda el ex Presidente el dolor de Verónica, la esposa de Fernando Villavicencio, o de la familia de Cléver Jiménez perseguidos por tierra y aire hasta en las selvas de la Amazonía? ¿Y el dolor de Martha Roldós acusada de aliarse con los asesinos de su padre? ¿Y el infierno de las familias de Calderón y Zurita cuando Correa los demandó por $10 millones por haber contado los negocios de su hermano? ¿Y el dolor de Emilio Palacio y su familia que tuvieron que expatriarse en Miami? ¿Y los policías y civiles perseguidos por la fábula creada el 30-S? Lourdes Tibán hizo un libro “Tatay Correa”, donde recoge la cronología de la persecución y de la criminalización de la esfera pública durante el correísmo. En cada historia hubo la misma perplejidad, el mismo miedo, la misma angustia que dice hoy sentir Correa.
Él y los suyos construyeron un Estado frío, insensible, cínico, pasmosamente deshumanizado. Él y los suyos crearon una estructura de poder diseñada para aplastar, desconocer y subordinar la razón, la vida incluso de los ciudadanos a su parecer, a su verdad. Ellos convirtieron la disidencia en delito y la persecución en una prerrogativa que ejercían con sorna y desvergüenza. Correa y los suyos estaban en camino de convertir los seres humanos que les contradecían en “los gusanos”; apelativo que usa el castrismo contra sus opositores.
Correa hoy tiene miedo de ir a la cárcel. Y eso es respetable porque es un ser humano. Su problema es haber hecho de la política una empresa de dolor y persecución contra miles de familias que hoy, lejos de sentir pena, piensan más en la necesidad de que rinda cuentas ante la Justicia. De que responda por esa prepotencia procaz, por ese maquinaria fría en que convirtió el Estado.
Correa asustado ante la evidencia de tener que dar la cara a la justicia, Correa con miedo ante la posibilidad de perder la libertad: esa realidad debería servirle de lección a él y también a los demás secuaces que lo secundaron y lo aplaudieron. ¿Pero han aprendido algo? No parece. Hay que ver al ex presidente. Hay que oír a sus seguidores o verlos en las calles golpeando a sus contradictores. Hay que oírlos: cocinan un odio sordo, seco, frío. Demencial. No piensan en lo que hicieron a otros seres humanos y en el dolor que causaron. Quieren volver al poder… para ajustar cuentas.
El miedo de Correa es respetable. Pero la gestión política del ex Presidente no lo es: y debería saberlo. Empezar, en este momento difícil que atraviesa, por pedir perdón al país por todo el odio que destiló con tanto esmero. La cárcel o el exilio es el resultado evidente de lo que sembró desde el poder, que creyó suyo.

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