Por: Antonio Rodríguez Vicéns
El 12 de agosto de 2008, hace más
de cinco años, antes de que se apruebe la Constitución en la consulta popular,
escribí: "Una lectura minuciosa, artículo por artículo, del proyecto de
Constitución elaborado en Carondelet y aprobado en Montecristi, con cambios
incorporados a última hora con trampa y mañosería, permite introducirnos en un
texto excesiva e improcedentemente extenso, alejado de la más elemental y
aconsejable técnica jurídica, poco coherente y sistemático, contradictorio,
farragoso, repetitivo, con vacíos incomprensibles pese a su pretendida
prolijidad y su reglamentarismo, con novelerías rayanas en la puerilidad y la
tontería y con una redacción ambigua y recargada, que, más allá de los
ocasionales aciertos, nos llena de confusión e incertidumbre.
Es un bodrio.
"Una segunda lectura, que nos lleva a analizar la estructura institucional
que se pretende dar al Estado, nos entrega nuevos y reveladores datos. En
efecto, el proyecto establece una estructura orgánica tan alejada de nuestra
tradición constitucional que, más que un novedoso afán de cambio y renovación,
o la búsqueda de una participación directa y democrática de los ciudadanos,
delata la influyente intervención en su redacción de asesores extranjeros
-reconocida incidental y vergonzantemente- y una excesiva tendencia
estatizante. La eventual aprobación de ese proyecto produciría un inusual
crecimiento del Estado -más gasto público, burocracia y corrupción- y una
peligrosa disminución de los espacios de la sociedad civil. "Es probable
que las lecturas señalada no permitan, como los árboles impiden ver el bosque,
descubrir otras evidencias subyacentes y también importantes: el proyecto, que
no ha sido redactado para el país, reconociendo su diversidad ideológica, sino
para un proyecto político excluyente y concentrador, servirá, si fuere
aprobado, para consolidar y, paradójicamente, 'legalizar' la dictadura
correísta. Esa dictadura que ya padecemos, fraguada en la mentira y la
descalificación, el abuso y el atropello, y apuntalada por la ingenua ilusión,
o la indiferencia ciega y la falta de perspicacia, o los traumas y
resentimientos, o el sectarismo y la connivencia, o el servilismo y la cobardía
de muchos ecuatorianos". Aparte de los criterios expuestos, que han sido
confirmados con el paso del tiempo y que prueban que la oferta de un texto
constitucional milagroso constituyó un perverso engaño de la 'revolución
ciudadana' a los ingenuos y esperanzados ecuatorianos, creo que hoy es
imprescindible, a la luz de los acontecimientos de estos siete años, añadir uno
nuevo: si el país desea evitar en el futuro otros proyectos políticos
autoritarios, deberá desmontar el andamiaje legal, sectario y represivo, que se
la ha impuesto, y, por necesidad, reformar a fondo la Constitución o derogarla.
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