Por: Gonzalo Dávila Trueba
¿Imitarían
el rugir del tigrillo? ¿Del puma? ¿De la pantera? ¿El canto de las aves? ¿El
aullido de los monos? ¿El ruido de los ríos, o de la niebla y el viento? Son
los ruidos de la selva y ellos mismos son la selva. O lo eran. Yasuní era su
hogar. Hoy convertido en la versión Cajamarca ll donde los nuevos
conquistadores encontramos El Dorado bajo tierra. Por eso nos estorba todo lo
que sobre ella esté.
Los árboles,
las plantas, los pantanos, los ríos, y por supuesto los humanos -si los
hubiera- estorban. Por ello los Taromenani fueron contactados y se inició su
aniquilamiento. Ahora, aterrorizados, están ocultos. Les asustó el helicóptero,
el maná envenenado que del cielo caía y la muerte sin heroicidad e impotencia
que esto supone. Los horrorizó la muerte anunciada de sus hermanos cuyo
impedimento cayó en manos de la telaraña burocrática.