miércoles, 19 de abril de 2023

 

POR: Aurelio Aguilar García

Publicado en la Revista El Observador

(edición 117, junio de 2020)

 


Necesitamos un compromiso

Cuántas cosas no sabíamos o las sabíamos a medias antes de vernos abocados a esta terrible etapa de la historia humana.  Comenzando por algo que en verdad duele reconocerlo:  antes de la emergencia sanitaria éramos libres, relativamente libres, i no lo sabíamos.  Libres de actuar, libres de tomar decisiones de salir o no; de reunirnos o no; de acercarnos o no, libres i dueños de un espíritu aventurero i soñador. Libres en nuestro albedrío, como siglos atrás lo había planteado ya Rousseau en su elaborado “contrato social”. Aquello, por el momento, terminó ora sea por el respeto a las regulaciones que emanan de los gobernantes de turno; ora sea por el temor que genera un contagio jamás deseado ora sea, en fin, por una especie de coacción moral i psicológica a la que nos han sujetado  teniendo como arma letal i de perversa aplicación al miedo, al infundido temor,   a aquel que se alimenta  de carroña que en este País sobra como sobran quienes son los más altos representantes de ella que han hecho su agosto, aprovechando siniestramente de esta  penosa circunstancia .     
Voces desde todos los estamentos de la Patria retumban, en un desgarrador grito de dolor en contra de este monstruo del averno llamado corrupción. Todos hablan de él i pocos, muy pocos, luchan en verdad i eficazmente en su contra.   Es más fácil i más cómodo hablar que actuar decididamente para tratar de vencerlo comenzando por reconocer la responsabilidad que cada uno ha tenido i tiene en torno a dicha aberración. Si bien los más claros “exponentes” de esta otra pandemia, pandemia moral, son sin duda algunos funcionarios públicos no por ello todos quienes conformamos la sociedad, desde el lugar en el que nos encontremos, carecemos también de responsabilidad en este terrible mal.
La Justicia entendida como la misión “augusta i casi divina” de la que hablaba Pedro Ellero, de juzgar al prójimo; representada por Jueces i Fiscales son o cuando menos se espera que sean el rostro visible de esa tenaz lucha. Cierto. Pero no por ello ha de aceptarse ni admitirse la repudiable desidia en la que, por desgracia, una buena parte de la sociedad se encuentra hasta haber llegado al imperdonable extremo de habernos convertido en tolerantes i por ende cómplices i/o encubridores de esta fatalidad que nos asfixia con miserable descaro, sin respetar a nada ni a nadie, ni al dolor ni a la muerte.  Hablamos de ella con una pasmosa como escalofriante familiaridad. Como si fuese lo normal.  Como “es pan de todos los días” parece que es lo usual…. Con esa actitud ya no sabemos, ciertamente, “si los buenos somos más” ….
Es que son tantos i tantos los casos, las personas i los espacios  en los que enquistada en la médula social  se encuentra la corrupción,  que no hace distingos de cargos ni de funciones, ni de serranos ni costeños, ni de delgados o  “tucos”; ni de prefectos inmorales i pavoneados,  o de expresidentes i familiares a quienes bucaran  cuando ya se han fugado;  ni entre  pequeños o de quien se agranda en  el asalto a pertrechos de salud  i  de tantos otros en una interminable como nefasta lista de saqueadores . Todos, con correa   en mano,  han salido a asaltar al erario nacional para dejarlo en soletas.
  I eso, no podemos permitir que siga sucediendo por el bien de este País, pues es deber moral e histórico de todos nosotros, evitar que la innegable brecha social que ha marcado siglos de injusticia i abismos de discriminación siga siendo   más profunda debido, en gran medida, a la endémica presencia de la corrupción representada por miserables que pasean i se ufanan de una espantosa impunidad que encuentra su cimiento en este tipo de concepciones sociales de indebida tolerancia.
Basta, basta ya de tolerar a los corruptos i a la corrupción. Hay que cerrar líneas i juntos, todos los actores sociales, desde el lugar en el que nos encontremos, debemos comprometernos a contribuir con una decidida i feroz lucha que debe ser inclaudicable i tenaz hasta llegar a extirpar el mal de raíz.
No se trata solo de sistemas, el problema central está en nuestra formación ética que debe ser el bastión i nuestra mejor arma para el combate.  Ese es i debe ser nuestro férreo compromiso, el actuar ética i moralmente en todo cuanto nos toque llevar a cabo desde el sitial en el que nos hallemos.

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