viernes, 31 de marzo de 2023

 

POR: Jorge Dávila Vázquez

Publicado en la Revista El Observador

(edición 114, diciembre de 2019) 

 


Un maestro consumado
Con la disertación del tema: Visión de Cuenca en su Narrativa”, el destacado intelectual cuencano, doctor Felipe Aguilar Aguilar, se incorporó como Miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. La ceremonia se realizó el pasado 5 de diciembre del presente año, en la Universidad de Cuenca. El  discurso de bienvenida al Académico de Número, corrió a cargo del doctor Juan Valdano Morejón.

Cuentan sus amigos cercanos que Felipe desde sus primeros años de estudiante demostró su pasión por la lectura y la cátedra. Profesor de primaria, secundaria, y universitario. Los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, podemos dar fe de su vocación de Maestro. Con entrega total, enseñó de principio a fin, sin egoísmos, con pasión y dedicación. Analista literario, crítico-humorista, crítico-mordaz, apasionado hasta la médula del rey de los deportes. Sencillo, humilde, sin poses, exquisito para dialogar, amigo incondicional. Con una memoria envidiable. Un caballero a carta cabal.
El Observador se congratula y celebra que uno de sus brillantes colaboradores, pase a formar parte de la prestigiosa Academia, correspondiente de la Real Española.

Jaime Cedillo F.




Alo largo de medio siglo, hemos charlado, discutido amistosamente, intercambiado opiniones y, sobre todo, reído generosamente, con Felipe Aguilar Aguilar.
¿Santos nosotros? No, ¡qué va! Nuestras charlas, en las que intervenían, a menudo, amigos muy queridos, como Alejandro Mendoza (+) Walter Auquilla (+) o Jorge Villavicencio, siempre tenían una pizca de malicia.

Incluso cuando participaban las amigas y compañeras de docencia: María Rosa Crespo, María Eugenia Moscoso y María Augusta Vintimilla, el tonito “`perverso”, se mantenía.
Era tan notable el alegre trío de la Especialidad de Lengua y Literatura, Villavicencio-Aguilar-Dávila, que incluso en la Juntas Académicas causábamos un cierto escozor, sobre todo en quienes no se acostumbraban a los juegos de palabras, alusiones e ingenio, y creían que estábamos en el sancta  sanctorum del idioma y sus adoradores, y debíamos mantener una imposible seriedad.

Pero la gran risa de siempre, solo opacada por los dolores que nos afectaban a nosotros, a personas cercanas o al mundo, y que eran fraternalmente compartidos, esa magnífica sonoridad, nos acompañó la mayoría del tiempo.

De todos los “reídores” y “hacedores reír” de aquella época, más bien reciente, solo Felipe Aguilar Aguilar se convirtió en teórico del humor, y lo dejó sentado repetidamente, no solo en su libro inicial, sino en numerosos ensayos aparecidos en medios literarios de prestigio, culminando en su último “tratado” futbolístico.

“El humor se basa en las oposiciones y contrastes, es como decía alguien, la colisión de dos convoyes del pensamiento, pero, a ese “mundo al revés”, incluso se puede tratarlo con sutileza y con lógica rotunda para producir el efecto humorístico…”

 Estamos ante una de sus aproximaciones a ese rasgo tan especial y esencial, y tan soslayado, a veces, del ser humano. Su vocación de maestro aparece en este y otros textos, y es lógico que así sea, pues Aguilar gozó durante todo el tiempo de su actividad docente -en escuela, colegio y universidades- de un enorme prestigio, no solo por sus conocimientos profundos, actualizados, humanistas, siempre, sino por la forma de impartirlos, con sutileza, ingenio y de un modo agradablemente natural, respetuoso, pero libre de solemnidades inútiles y tonos pomposos. Sí, en la cátedra fue, en todo momento, accesible y cordial. Los testimonios al respecto, llueven.

Y he aquí, una de sus acertadas reflexiones sobre la tendencia humorística:
“Nos referimos, claro está, a ese antídoto contra la tristeza, a ese aliado que nos permite renacer de las muertes de cada día, a esa fuente de reflexión e instrumento de crítica, imposible de definir, que es el humorismo, pues, ya lo decía el viejo Borges, con sorna y sabiduría: ‘Como el amor, como la poesía, como el vino tinto, el humor es, por definición, indefinible?.”

No soy muy dado a pensar que lo hereditario sea definitivo en cuanto a los comportamientos o capacidades de los seres humanos, pero sí vienen por línea familiar algunos rasgos de la conducta y la percepción del mundo. Pienso que la hondura y una cierta áspera ironía para trata temas serios y profundos en Felipe Aguilar provienen, por su temperamento y sutileza, de la personalidad intelectual de su padre, el gran Víctor Gerardo Aguilar. He aquí un claro ejemplo de lo afirmado, con el que cierro esta breve aproximación a una figura intelectual cuencana de impresionantes proporciones, a la cual, más allá de la honda fraternidad que nos une, rindo un público tributo de afecto y admiración; calidades humanas e intelectuales, estilo brillante, y, cuando es necesario mostrar, una atinada erudición, que han sido reconocidos por la Academia Ecuatoriana de la Lengua, al momento de incorporar a Felipe como su Miembro  Correspondiente:

“Leer en su sentido más amplio y esencial nos “enseña a aprender”, a pensar, a  elegir, a caminar, en definitiva, pese a la influencia de los medios de comunicación y al desborde tecnológico, es una forma de conocimiento, fuente de reflexión y desarrollo de la capacidad crítica y, por lo tanto, el camino más idóneo para  alcanzar una auto-educación”.

Conceptos que se amplían en lo tocante a la lectura que más nos enriquece, la de literatura:
“Ya dentro de los límites del texto literario, leerlo significa embarcarnos en una aventura plena y total. Impredecible. Porque el lector supera sus condicionamientos, busca nuevos caminos y traspasa fronteras, estimula su imaginación y vuela con libertad.  Porque la obra literaria nos traslada a regiones ignotas, nos presenta a personajes inimaginables, nos enfrenta a situaciones impensadas. Porque, el texto artístico no está montado sobre mecanismos lógicos y racionales, a veces, ni siquiera fluye con coherencia, emplea un lenguaje que desborda los límites de lo puramente referencial y crea, con intensidad, con verdadera pasión, mundos autónomos y, por lo tanto, actúa como sucedáneo de los sueños y anhelos de todas las edades y supera la estrechez y la miseria de la vida cotidiana”.

Emociona encontrar tanto saber,  desplegada imaginación y sentido poético en este breve texto, uno de los ricos, abundantes y hermosos, que nos ha prodigado Aguilar, muchas veces sin mayor eco, porque somos dados a ignorar los  valores que tenemos cerca, hasta que alguien  -muchas veces de fuera- nos lleva a reconocerlos y admirarlos.


!Conozco a Felipe Aquilar desde casi siempre! Cuando yo llegué a los bancos de nuestra Facultad de Filosofía y Letras -de manera tardía, pues primero fui esposa y madre y luego universitaria- en los tardíos años 70, Felipe se estrenaba como flamante profesor de la Especialidad de Filología -así se llamaba ese departamento que nos otorgará los títulos de Licenciados y Doctores-.
Felipe desde sus inicios, optó por la literatura ecuatoriana y por su narrativa, de manera preferente! !Cuanto leyó, cuánto enseñó! La lectura fue por siempre su dedicación principal, pero de manera paralela, el fútbol llenó sus horas libres, a tal punto que, escribió un libro sustentado en su consistente conocimiento sobre este deporte. A la literatura y al fútbol, agregó siempre, un componente importante -lubricante vital- cómo sostenía Estuardo Cisneros: el humor. Nada traspasa en la vida y el accionar de Felipe Aquilar, si no están matizados por el ingrediente humorístico. Cuenca es cuna de grandes familias y apellidos y los Aguilar han tenido un importante lugar en la dimensión del conocimiento, de la cátedra, del quehacer cultural. Felipe Aguilar enaltece a Cuenca y a su cultura, por ello, con gran acierto, la Academia Ecuatoriana de la Lengua acaba de nominarlo como miembro correspondiente del capítulo Ecuador. Bien por nuestra Academia y por el flamante Académico a ser incorporado en el mes de diciembre, como excelente colofón en el año que está por concluir.

María Eugenia Moscoso Carvallo

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