lunes, 26 de diciembre de 2022

 

POR: Fernando Balarezo Duque

Publicado en la Revista El Observador

(edición 128, abril de 2022) 

 


Solidaridad
De manera alguna lo necesita porque se basta solo para repeler los ataques aleves y cobardes de ciertos sujetos que se encuentran encaramados en el poder político de gobiernos seccionales, a quienes los ha denunciado públicamente por sus actos ilícitos de corrupción rampante, mediante una certera investigación de periodismo serio, valiente, decidido y veraz.

Hombre íntegro en toda la extensión de la palabra: inteligente, frontal, honesto, profesional, luchador incansable... Lo conocí hace varios años a través de su Revista El Observador, pero recién durante mi visita a la ciudad de Cuenca, a fines del año pasado, tuve el gusto de tratarlo personalmente. Él es Jaime Cedillo Feijoó: respetable caballero, respetuoso del pensamiento disidente, pero tremendamente combativo contra protervos propósitos de latrocinios y enriquecimiento ilícito.

Días atrás, ya por segunda ocasión, ha debido soportar el embate de manos aviesas con el fin de causar daño a su integridad personal, a su familia y su vivienda y, más aún, obligarlo a guardar silencio, a no denunciar la ineptitud, la arrogancia y el mal uso de bienes públicos por parte de personeros municipales y provinciales, quienes se han valido de sicarios contratados para que cumplan la vil consigna de acallarlo. Sin embargo, no lo conseguirán porque la libertad y la dignidad son dos cualidades consustanciales, inmanentes e inalienables del ser humano, que constituyen la facultad que tenemos para tomar decisiones basadas en nuestra propia razón, es decir en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin coacción exterior.

Pero, ¿qué han dicho los medios de comunicación cuencanos sobre esta agresión? Pues nada porque han preferido mirar hacia otro lado y autocensurarse. El temor a expresarse con entera libertad reduce a lo más ínfimo a quien actúa de manera solapada o guarda ominoso silencio ante el poder político; el temor a ser mal visto, a ser excluido de su círculo íntimo, a no recibir ya los favores; el temor a ser tachado de traidor, desleal, inconsecuente; el temor a ser insultado, agredido; el temor a la burla y al escarnio. En definitiva, el temor a la libertad es una cosa complicada que destruye al ser humano. Todos somos responsables, sin excepción alguna, ante la mirada implacable de la historia, de lo que digamos o hagamos, o dejemos de decir o hacer; todos deberemos cargar en nuestra conciencia si el legado que dejamos a nuestros hijos y nietos es el más adecuado.

Permíteme, apreciado Jaime, entregarte este sencillo homenaje de desagravio y acompañarte en tu loable labor periodística, para beneficio de la sociedad cuencana y del Ecuador entero. Recuerda siempre y guarda en tu corazón este par de versos del patriota cubano José Martí: “cual un monstruo de crímenes cargado, el que lleva la luz se queda solo”. Entonces, la lucha inclaudicable por la verdad, por la justicia, por la honestidad… será eterna y en soledad.

Para finalizar, no quiero soslayar el pensamiento periodístico del insigne poeta y ensayista ambateño Pablo Balarezo Moncayo:

“Decir la verdad en todo momento no es mérito alguno. Es solo el cumplimiento de un deber ineludible. Para proclamarla a todos los horizontes solo se requiere decisión inexorable, si algo hemos aprendido de la lección y el ejemplo de Montalvo. Nos declaramos inculpados confesos de esta actitud y merecedores del castigo que tal conducta pudiese llevar consigo. La luz que siempre llevamos en nuestra labor periodística, no nos pertenece. La verdad desnuda es patrimonio de la humanidad. Inútil empresa de detracción, de la cual hemos salido con el espíritu con reciedumbre de acero cuando el acero servía para lances de honor; con mayor decisión para el diario combate del periodismo; con más exacto concepto de responsabilidad de la profesión y destino de hombre y de periodista. Qué difícil para algunos periodistas eludir funciones de burocracia estatal y municipal para tener derecho a la libertad de expresión de la verdad. Y para otros, que no les importe el agravio que les endilgue la prepotencia y el egoísmo. Ellos no conocen de la soledad del aislamiento luminoso, y menos de la “vendetta”, entre comillas, de los que se consideran poderosos ofendidos...”.

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