lunes, 19 de agosto de 2019

JUAN CUVI
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La democracia entre bueyes y carretas
Cuarenta años equivalen a dos tangos. En el caso de la democracia ecuatoriana, el tiempo transcurrido tampoco ha implicado mayor cosa. Ha sido un soplo institucional que no ha cambiado casi nada. El país sigue atrapado en el mismo fetichismo jurídico que nos impusieron desde la conquista. Tributaria del legalismo romano y de la perezosa burocracia española, la sociedad ecuatoriana sigue pensando que la solución a sus problemas está en las formas.
Por eso se valora una regularidad que únicamente se asienta en las apariencias. Que no haya habido golpes de Estado ni dictaduras no implica, por rebote, que la democracia haya funcionado. Al menos no en el sentido de un sistema que permita a la mayoría de los ciudadanos construir y definir su destino.
Tres constituciones no hacen una verdadera democracia. Pero aún cuando han sido sistemáticamente atropelladas, alteradas, manipuladas… Las taras que se pretendió superar siguen vigentes: jubilados empobrecidos arriesgando la vida para exigir sus derechos, justicia politizada, corrupción, colapso económico, informalidad política. La lista de reiteraciones es interminable.
SEGUIMOS COLOCANDO LA CARRETA DELANTE DE LOS BUEYES, CREYENDO CON FE DE CARBONERO QUE LAS LEYES TRANSFORMAN A LA SOCIEDAD, CUANDO OCURRE PRECISAMENTE LO CONTRARIO. LA CULTURA ES UN FACTOR MUCHO MÁS DINÁMICO QUE EL DERECHO.
Seguimos colocando la carreta delante de los bueyes, creyendo con fe de carbonero que las leyes transforman a la sociedad, cuando ocurre precisamente lo contrario. La cultura es un factor mucho más dinámico que el derecho. Basta ver lo que está ocurriendo con los derechos civiles para constatarlo. Por ejemplo, las demandas por el matrimonio igualitario y por la despenalización del aborto. Son las presiones ciudadanas las que obligan a la esfera de la política a responder desde la formalidad legal. Es la vida frente a la letra, porque el derecho es esencialmente conservador; siempre camina con excesiva parsimonia. Va muy a la saga de las revoluciones.
Con su célebre frase ("Las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad"), Francisco de Paula Santander definió un estilo de hacer política que terminó por asfixiarnos. No son las leyes, sino las ideas, las que definen un horizonte de libertad para cualquier sociedad. Son los ecologistas planteando la defensa de la naturaleza, las mujeres demoliendo el patriarcado, los artistas innovando la cultura.
Lamentablemente, ese conservadurismo inherente a toda forma de colonialismo aún tiene oxígeno. El fetichismo jurídico tiene su correlato en el apoltronamiento burocrático, en la inercia, en la pasividad.
Cuatro décadas en las que la izquierda intentó todas las opciones posibles para transformar radicalmente a la sociedad: movilizaciones, huelgas, lucha armada, levantamientos indígenas, participación electoral. La derecha, por su parte, siguió en lo suyo. Por un carril, un formulismo político que se ha reencauchado en función de las coyunturas; por el otro carril, una persistente acumulación de riqueza en sus negocios privados. Al final, el sistema sigue relegitimándose en su ilegitimidad.
Habrá que poner a los bueyes de la dinámica social por delante de la carreta anquilosada del Estado y del derecho. Si las mujeres obligan a los carcamales de la derecha a votar en favor de la despenalización del aborto, habremos empezado a despertar de la modorra nacional.

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