viernes, 6 de febrero de 2015

Gonzalo Peltzer
Viernes, 6 de febrero, 2015
Gracias a Dios hay periodistas
Vox pópuli, vox Dei dijo alguien y no se sabe quién hace miles de años, pero solo hay constancia escrita desde la época de Carlomagno. Quiere decir que la voz del pueblo es la voz de Dios y se refiere a una gran verdad sobre la que se basa la democracia: lo que todos eligen Dios lo firma, o de otro modo: el pueblo –como Dios– no se equivoca. Para la política, este proverbio sabio significa que nunca es bueno oponerse a la opinión pública, la opinión colectiva de la gente común, que no es lo mismo que la opinión de la llamada clase política o de los círculos áulicos del poder.
El juicio del pueblo no tiene por qué coincidir con el de los jueces, que sí tienen obligación de juzgar y sus fallos deberían cumplirse inexorablemente. Pero cuando la Justicia con mayúscula no funciona, cuando el Poder Judicial –cuyo único fin es restablecer la justicia cuando se la vulnera– no descubre y pena a los culpables de los crímenes o no restituye los derechos inculcados de las víctimas, entonces solo vale la sentencia de la opinión pública, que se vuelve cruel porque no siempre es justa. Y no es justa entre otras cosas porque sus parámetros son sentimientos colectivos de una sociedad a veces dañada, como es el caso actual de la Argentina. Pero eso no es nada.
No es nada porque si bien se puede manipular a los jueces inicuos, que los hay, es mucho más fácil manipular a la opinión pública, que es absolutamente inocente. Hay miles de casos en la historia, desde aquel día en que quienes querían condenar a Jesús porque les resultaba molesta su presencia, consiguieron cambiar el indulto de Pilatos a favor de Barrabás.
Todo el mundo sabe que quienes miden la opinión pública tienen varios resultados y que los de verdad solo los conocen cabalmente quienes pagan la cuenta, casi siempre bastante cara. El resto sirve para decir que vamos ganando, como decía José Gómez Fuentes, aquel locutor de la televisión pública argentina que durante la Guerra de las Malvinas mentía como un bellaco para engañarnos a todos hasta el mismo día de la rendición.
Dicen que la verdad es la primera baja de cualquier guerra y es así porque nadie gana cuando sale a perder, por eso mantener alta la moral en las tropas y en la retaguardia es fundamental para ganar un partido de fútbol y también una guerra mundial. La voz del pueblo actúa también así, incluso en las elecciones de los mandatarios, tanto que nunca sabemos cabalmente si gana el que vota la mayoría o la mayoría vota por el que gana.
Se entiende por qué hay interés en manipular la voz del pueblo. Sirve para ganar elecciones pero también para denostar enemigos, para inventar próceres, para hundir famas, para bajar precios y para subir estimas. Solo hay que mirar lo que pasa en la Argentina de hoy, dividida por una ancha avenida que separa los buenos de los malos y los malos de los buenos, depende en qué vereda esté cada uno. Todo pareciera indicar que ya no importa la verdad, ni la investigación, ni el fallo de la justicia en el caso de la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman. Solo valdrá la sentencia de la opinión pública, expresada cabalmente por la presidenta cuando interpretó lo que podríamos decir todos: “No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas”. El problema es que, digan lo que digan los jueces, la mayoría piensa que fue el gobierno que ella comanda.
Unos y otros –las dos veredas– usan todos los recursos que tienen para manipular la sentencia de los jueces y la voz del pueblo. No se salvan ni los periódicos, ni las revistas, ni la radio y la televisión, ni las redes sociales, que parecen lo más ingenuo y son lo más manipulable. Todos son víctimas de maniobras de distracción, globos de ensayo, cortinas de humo, preguntas inducidas, coberturas impensadas (…). Se fuerzan los errores del enemigo como en los partidos de tenis y se los machaca hasta el hartazgo. Para eso sirven zancadillas, palos en las ruedas, acción psicológica, mentiras desvergonzadas, memes, tuits, videítos, photoshop, sarcasmo (…) alimentan juicios apresurados y sofismas flagrantes que ocultan la verdad, que debería ser lo que realmente importa.
Si no hay normas, si las leyes solo valen para el que no puede escapar a su cumplimiento, si la justicia no consigue defendernos de esos abusos (…) solo queda el juicio de la opinión pública. Pero cuando la opinión pública está manipulada, entonces la voz del pueblo deja de ser la de Dios y se vuelve la voz de los poderosos, tengan las intenciones que tengan. Pero gracias a Dios hay periodistas.(O)

Se entiende por qué hay interés en manipular la voz del pueblo. Sirve para ganar elecciones pero también para denostar enemigos, para inventar próceres, para hundir famas, para bajar precios y para subir estimas.

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