11 febrero 2015
Caso Nisman: ¿una
aberración argentina?
0
Se ha convertido un lugar común decir, a propósito de la muerte del
fiscal Alberto Nisman, que “cosas como estas sólo ocurren en la Argentina”. Una
nota aparecida en la página de opinión del New York Times del Martes 10 de
Febrero abona la supuesta verdad contenida en esa afirmación que, como era de
esperar, fue reproducida y agigantada hasta extremos indecibles por la prensa
hegemónica y los intereses del bloque oligárquico-imperialista empeñado en
acelerar, también en la Argentina, un “cambio de régimen” sin tener que
atenerse a los plazos y nimiedades establecidas por la Constitución y la
legislación electoral. Y decimos supuesta porque si hay algo que enseña
la historia comparada contemporánea es que casos como el de Nisman: muertes
sospechosas, imposibles de certificar si fueron suicidios o asesinatos, no son
infrecuentes en las principales democracias del mundo. Casos que, casi
invariablemente, se archivaron rápidamente señalando causas y culpables de
menos que improbable verosimilitud.
En lugar de sermonear a los argentinos por el caso Nisman el New York
Times podría hacerle un servicio a su país si investigase seriamente el
asesinato de John F. Kennedy o el de otros connotados personajes de la política
norteamericana que murieron bajo asombrosas circunstancias, para decirlo
con benevolencia. La forma en que se investigó y se cerró el caso de JFK con el
Informe Warren que dictaminó que Lee H. Oswald actuó en solitario para matar a
JFK y herir al Gobernador Connally, y que Jacob Rubenstein (a) Jack Ruby, un
conocido hampón y narcotraficante de Dallas, hizo lo mismo al matar a Oswald
dos días después en la propia comisaría. Pocas cosas contribuyeron tanto al
descrédito del sistema judicial de EEUU como ese informe refrendado por la
Corte Suprema de ese país. El NYT, que con tanto entusiasmo adhirió a la
absurda teoría de que había armas de destrucción masiva en Irak haría bien en
tratar de develar las razones y consecuencias de una mentira que costó millones
de vidas, heridos y gentes desplazadas; o de ilustrar a sus lectores qué
ocurrió con Osama Bin Laden, cuya supuesta muerte en Mayo del 2011 quedó
sellada en las profundidades del Océano Índico mientras un espectro de
sospechas corroe hasta el tuétano la credibilidad de la justicia y el gobierno
de Estados Unidos, lo mismo que los macabros misterios -cada vez menos
herméticos y más cuestionados- que rodean los sospechosos atentados del 11-S.
La lista sería tan extensa que necesitaríamos una página simplemente para
enumerar las principales muertes de altos funcionarios o personas muy allegadas
al poder político en Estados Unidos. Tomemos el caso de dos exdirectores de la
CIA. William Colby lo fue entre 1973 y 1976 falleció en 1996 mientras hacía una
solitaria excursión en canoa en un río cercano a su domicilio en Maryland.
Colby duró poco en su cargo; no era muy bien visto por sus colegas en la
Agencia porque sentía que algunos de sus “agentes operativos” (vulgo: killers)
gozaban de demasiadas prerrogativas y desconfiaba de los verdaderos propósitos
de algunas de sus operaciones secretas. Otro ex Director de la CIA, William J.
Casey, dirigió la agencia entre 1981 y el año de su muerte, 1987, sirviendo en
tal calidad durante casi todo el período presidencial de Ronald Reagan. Casey,
un fundamentalista católico, carecía de los escrúpulos que le llevaron a su
predecesor a sufrir un fatal accidente náutico. Pero tuvo mala suerte también
él, porque falleció pocas horas antes de testificar en el Congreso sobre la
criminal operación Irán-Contra y también sobre la intervención de la CIA en el
reclutamiento y organización de los mujaidines afganos bajo el liderazgo de
Osama bin Laden. La versión oficial, apta sólo para ingenuos incurables, es que
Casey padecía de un extraño tumor cerebral que de la noche a la mañana se
agravó hasta privarlo del habla y, un par de días después, despacharlo al otro
mundo. Otro caso interesante es el del senador republicano John Tower, que a
mediados de los setentas presidió junto con el demócrata Frank Church un comité
que examinó el papel de la CIA en el golpe de estado de Chile de 1973. En el
curso de la investigación se descubrió que la CIA estaba desarrollando una
pistola altamente sofisticada que podía eliminar enemigos políticos
inoculándoles bacterias o gérmenes letales mediante el disparo de un rayo
ultracongelado que penetraba en el organismo de la víctima sin que esta fuera
consciente de ello. Tower murió en un accidente de un pequeño avión de línea
regional. Otro desafortunado fue Vincent Foster, un amigo y consejero del
Presidente Clinton que supuestamente se suicidó en 1993. La investigación
estuvo plagada de irregularidades, incomprensibles en el caso de un sujeto tan
cercano a la familia presidencial, nacido y criado en el mismo pueblo en
Arkansas. Un informe señala que llamó al celular de Hillary Clinton unas pocas
horas antes de su muerte. El caso se catalogó como suicidio y asunto concluido.
Como vemos, el NYT tiene una lista de temas bastante extensa para
preocuparse, además del caso Nisman. Si cruzamos el Atlántico las cosas no
mejoran. Uno de los incidentes más resonantes de los últimos tiempos es el del
notable científico británico y autoridad reconocida en el tema de la guerra
bacteriológica: David Christopher Kelly. Había sido inspector de la ONU en Irak
en aquella búsqueda absurda de las supuestas armas de destrucción masiva y que
todos sabían que no estaban allí. Kelly fue llamado a testimoniar ante el
Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento Británico y se produjo un áspero
debate en donde refutó inapelablemente la postura de los secuaces
parlamentarios del Primer Ministro Tony Blair, íntimo aliado de las mentiras y
crímenes de George W. Bush. Dos días después y en medio de la conmoción que
habían producido sus declaraciones Kelly apareció muerto. La información
oficial dijo que se había suicidado, y a diferencia de lo ocurrido hasta ahora
con Nisman la comisión parlamentaria dirigida por Lord Hutton resolvió, luego
de una pericia más que superficial, archivar todos los elementos probatorios
del caso (incluyendo la autopsia y las fotografías del cadáver) y resguardarlos
como material clasificado ¡por un plazo de 70 años! Este sí es un caso de
“encubrimiento” que debería despertar las iras de tantos políticos argentinos
que con total irresponsabilidad apelan a esa figura jurídica para acusar al
gobierno nacional de ocultar la responsabilidad de Irán en la tragedia de la
AMA. Políticos y publicistas que demuestran su incoherencia (o mala fe) cuando
se cuidan de aplicarla a quienes -como el propio Nisman al seguir las
orientaciones de la CIA y el Mossad- encubrieron “la pista siria” y la
“conexión local” involucrados en el criminal atentado de la AMIA y, no
olvidemos, de la Embajada de Israel, de la cual sorprende lo muy poco que se
habla.
Podríamos seguir con este listado de muertes sospechosas en suelo
europeo: mencionemos sólo otros dos. La del Papa Juan Pablo I que entra en esa
misma categoría de crímenes irresueltos, aunque un pesado manto de silencio
impidió que se investigara tan exhaustivamente como ocurriera con JFK. Otro:
Olof Palme, progresista primer ministro sueco asesinado en las escalinatas de
una calle céntrica de una ciudad tan segura y tranquila como Estocolmo, sin
haberse jamás hallado al magnicida cuando en ese país hasta el ratero más insignificante
es aprehendido por las fuerzas policiales en menos que canta un gallo.
De lo anterior se desprende que el discurso que proclama una suerte de
aberrante “excepcionalismo” argentino carece de fundamento. Por supuesto, esto
no equivale a minimizar la gravedad de la muerte del ex fiscal o a cerrar los
ojos ante la impericia con que actualmente se está investigando el caso Nisman
-para ni hablar de la AMIA- o ante la parálisis de la pesquisa sobre la muerte
de los 10 bomberos en el harto sospechoso incendio del depósito de archivos y
documentos almacenados en Iron Mountain, en el barrio de Barracas, entre tantas
otras causas que merecerían la minuciosa investigación de nuestros fiscales.
Pero, por favor, terminemos con eso de que tragedias como las del fiscal Nisman
sólo pueden ocurrir en la Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario