lunes, 24 de febrero de 2025

 

El más vivo, el más tonto

Corina Dávalos

Hay paradojas dignas de ser reconocidas. Pienso por ejemplo en una: en la época de lo políticamente correcto, los políticos son menos correctos que nunca. Al parecer, la imposición de temas tabú y ciertos dogmas del que pretende ser el pensamiento único, han dado lugar a la ruina de la educación y las buenas maneras.

Qué lejos quedan la inteligencia, el humor y la agudeza de la palabra como arma política. Se cuenta que en una ocasión, una señora, en medio de una acalorada discusión, le espetó a Churchill:  “Si usted fuera mi marido, pondría veneno en su té”. A lo que él respondió:  “Señora, si lo fuera, lo bebería con gusto”.

Qué diferencia con el acróstico que nos ha regalado Aquiles Alvarez. Además de burlarse de todos, reincide en la ofensa. No solo no ha aprendido de su error, sino que ha hecho gala de una retórica torpe y deslucida.

Quizá creyó que estaba siendo vivísimo, apelando al triste ethos nacional en el que el “vivazo”, el que se salta las reglas y se sale con la suya, está bien visto. La viveza criolla es un estereotipo caduco que solo nos ha traído complicaciones y vergüenzas.

Es comprensible que muchos lo adopten como un mal necesario ante el insoportable peso de la burocracia, la sobrerregulación y el abuso. Pero si la viveza  –tataranieta mestiza de la picaresca española– se hace costumbre primero y luego virtud, es un problema. Una sociedad que premia la astucia y la trampa, tarde o temprano será víctima de los que destaquen como astutos y tramposos.

Si en lugar de premiar al vivazo, premiáramos al justo y al honrado, tendríamos élites ejemplares a las que mirar, a las que seguir. Esas élites no vendrían de las oligarquías o los grupos de poder, nacerían en cualquier lugar y destacarían por su nobleza de espíritu. Nos urge fomentar esa democrática aristocracia. Para empezar, podemos dejar de alabar a quien no lo merece. Que solo hay uno más tonto que el vivo: el que lo aplaude.

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