lunes, 20 de septiembre de 2021

 

POR: Francisco Escandón Guevara

 

Publicado en la Revista El Observador (edición 124, agosto de 2021) 


El vaivén de la integración
Históricamente Latinoamérica experimentó indeterminadas experiencias de integración regional. Desde el período de la independencia, las intentonas carecieron de uniformidad y se diferenciaron por el alcance económico, político o social.

A partir de los procesos libertarios, los esquemas de regionalización se diseccionaron por las doctrinas de Simón Bolívar y James Monroe. Al bolivarianismo le correspondió la intención de unir a la América hispana y portuguesa, sin la rectoría estadounidense, mientras que el pensamiento Monroe promovió la supremacía de los intereses hegemonistas de América para los (norte)americanos.

Los resultados de la aplicación de dichas doctrinas aún siguen siendo debatidos, aunque en la actualidad se proyectan nuevas propuestas de regionalización que apelan a su adulterado espíritu.

En la década de los noventa, del siglo anterior, Ecuador y buena parte de la región se alineó con el modelo de regionalismo abierto que estuvo asociado a los procesos de globalización neoliberal: liberalización del comercio, privatización de las economías, desregularización del Estado, etc. Los gobiernos del subcontinente trataron de imponer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o al menos un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos de Norteamérica.

El movimiento popular se opuso a este modelo de integración. La lucha social derrotó al acuerdo hemisférico y en buena parte de los países latinoamericanos se abortaron las negociaciones de los TLC’s. Fueron derrotados los intereses imperialistas neocoloniales, se detuvo la glotonería de las transnacionales y monopolios, pero los límites de esas manifestaciones continentales radican en que no se cambió el sistema, pues los gobiernos progresistas que emergieron del espíritu antineoliberal sólo modernizaron el capitalismo.

La decadencia del esquema de regionalismo abierto fue el abono del que germinó teorías de integración postneoliberal y posthegemónico como respuesta geopolítica a norteamericana.
Del nuevo modelo de regionalismo surgieron procesos de integración. La Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), etc., se fundaron especialmente para el primado de la cooperación política, aunque no superaron la vieja estructura inequitativa de la región, ni las patrones económicos que subsisten.

Prueba de ello es que la estructura regional postneoliberal fue capaz de intervenir en algunos apremios políticos de los países como: la asonada policial del 30 de septiembre del 2010 o el bombardeo ordenado por Álvaro Uribe en Angostura, territorio ecuatoriano, pero no logró políticas comunes de cooperación, complementariedad, reciprocidad o apoyo mutuo de las economías del subcontinente.

La inauguración de ese modelo de integración latinoamericana, al que se adscribió el Ecuador durante la vigencia del correísmo, no terminó de romper la dependencia extranjera, sólo la renegoció, especialmente con China, e inauguró el paso del neoliberal Consenso de Washington hacia el Consenso de la Commoditties que permitió la exportación de materias primas a nuevos mercados.

El modelo de integración del progresismo renovó la economía extractivista del viejo capitalismo neoliberal. Particular importancia tuvo el impulso de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana - Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (IIRSA-COSIPLAN) en la UNASUR, pues promueve la mercantilización de los recursos naturales, la profundización de un modelo primario-exportador basado en la exportación commodities agrícolas y energéticos, la estructuración de un Estado corrupto y represivo, además del aseguramiento jurídico ventajoso en favor de las inversiones transnacionales.

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