Francisco Febres Cordero
De actuar con prepotencia calificó un funcionario del
Gobierno a un canal de televisión por haber protestado ante la imposición de
transmitir un programa producido en un medio gubernamental. De prepotente
calificará mañana ese mismo funcionario a un diario independiente si protesta
porque se lo obliga a llenar su página editorial con artículos de uno de los
periódicos oficiales. Y de prepotente, si una radio no transmite una entrevista
realizada a alguien cuya voz es grata para el Gobierno.
La prepotencia, en esta hora de tergiversaciones y absurdos,
es –según el revolucionario lenguaje del régimen– no acatar ciegamente los
dictámenes que salen de los estamentos públicos, que deben ser obedecidos ante
las amenazas de sanciones que, afiladas en los talleres de la obsecuencia, caen
desde lo alto como una guillotina.
Prepotentes son, entonces, todos quienes no asumen la palabra
oficial como una ley, cuyo dictamen resulta obligatorio. El funcionario público
ha arrumado en el cajón su rol de servidor y lo ha cambiado por el de
usufructuario de los derechos que emanan de su cargo, el principal de los
cuales es mandar.
Y así mandan. Mandan lo que hay que escribir y lo que no. Lo
que hay que pensar y lo que no. Lo que hay que leer y lo que no. Lo que hay que
ver y lo que no. Lo que hay que decir y lo que no. ¡Y pobre de aquel que se
atreva a alzar cabeza!
¿Dónde entonces está la prepotencia? ¿En aquel que cuestiona
o en aquel que, creyéndose dueño de la verdad absoluta, por sí y ante sí manda,
prohíbe o permite? ¿Dónde está la prepotencia? ¿Está en aquel que emite una
opinión o en aquel que lo somete al escarnio valiéndose de los medios públicos,
sin posibilidad alguna de defensa?
¿Dónde está la prepotencia? ¿Dónde, si quienes detentan el
poder han creado un obeso y poderoso aparato que impide que alguien se atreva a
contradecir la palabra oficial, peor si esta es pronunciada por el
excelentísimo señor presidente de la República, cuya voz pone a temblar a
legisladores, jueces y fiscales?
¿Dónde está la prepotencia? ¿Dónde, si el ciudadano común
mira con una sorna no exenta de desprecio el paso de una caravana que custodia
a un ministrito de los tanto que hay, como si allí fuera un rey, de los que ya
no hay?
¿Dónde está la prepotencia si cualquier espacio radial o
televisivo es sistemáticamente interrumpido por cadenas oficiales en que se
menosprecia la palabra de los otros para remarcar que la única verdad es la del
Gobierno y la de sus conmilitones?
¿Dónde, si a quien revela un acto de corrupción se lo
persigue aduciendo falta de pruebas y, en cambio, a la prensa independiente se
la califica de corrupta y de corruptos a quienes allí escriben sin otras
pruebas que las emanadas del desprecio al pensamiento ajeno, la malquerencia y
el odio?
¿Dónde, ilustres panegiristas de regímenes totalitarios,
militantes de una doctrina que sostiene la vigencia de un Estado sin división
de poderes, temblorosos siervos de un mandamás indefinido, dónde –digo– está la
prepotencia?
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