miércoles, 31 de julio de 2013

¿Toman la posta los jesuitas?


Por Marco Robles López

Un domingo, 10 de febrero del presente año, el pontífice de origen alemán, Benedicto XVI –Joseph Ratzinger en la vida civil-, anunciaba solemne e irrevocablemente, que a partir del 28 del mismo mes, dejaba de ser la cabeza de la Iglesia católica. Aducía para semejante paso su avanzada edad, aunque también dejaba entrever los múltiples y graves problemas que afectaban a la Iglesia, los cuales el anciano papa no se encontraba en condiciones de enfrentarlos exitosamente. 
Sin duda la decisión del Vicario de Cristo, de resignar sus poderes a un nuevo pontífice elegido secretamente en el cónclave que se organizó para este caso especial, ha tenido su realización en unos tiempos cruciales para el Vaticano, el Papado y en general para la Iglesia católica, la rama con el mayor número de fieles del cristianismo.

UNA INTRODUCCIÓN NECESARIA
Para explicar de alguna manera esta cuestión, procede hacer algo de historia. Cuando Constantino el Grande declaró religión oficial del decadente Imperio romano a la corriente principal del cristianismo, que ulteriormente será conocida como catolicismo, esa Iglesia no era una estructura monolítica ni una institución consolidada. Todavía no contaba con un sistema de fe bien estructurado, ni un “corpus” teológico reconocido: la Biblia, constituida por el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, debió experimentar un prolongado proceso de selección, compilación y, quizá lo más importante, la trascripción al griego, del contenido de antiguos textos particularmente hebreos, que ulteriormente se oficializaron como la “palabra de Dios”. Muchos escritos se quedaron en el camino, no formaron parte del canon (oficial), y el ejemplo más elocuente de ello lo constituyen los llamados “Evangelios Apócrifos”, que originalmente no tuvieron el significado peyorativo de falsos, sino simplemente de ocultos y a algunos de los cuales, aunque a regañadientes, actualmente se los considera importantes desde el punto de vista histórico. 
Desde los mismos inicios hubo grupos religiosos disidentes –sectas del temprano cristianismo-, varias de las cuales marcaron distancias con el credo oficial. En la mayoría de los casos, las sectas fueron encarnizadamente combatidas por la Iglesia oficial, algunas resistieron por algunos años, pero en fin de cuentas desaparecieron del escenario histórico, no sin dejar importantes huellas. Esto es lo que sucedió en el período comprendido entre los siglos I y II de nuestra era, tanto que en las Revelaciones de San Juan o Apocalipsis, se menciona a diversos grupos de cristianos, como los llamados Nicolaítas.
No olvidemos que la ruptura del grupo religioso-político de Jesús con el de los fariseos (al que originalmente se perteneció Paulo de Tarso, ¡pariente del anatemizado Herodes el Grande!), éstos, muy celosos con relación a los dogmas y literalistas intransigentes, fue definitiva, si hemos de creer lo que se dice en varios pasajes neo-testamentarios.
Por otra parte, a más de las causas expuestas para explicarnos el rompimiento de las más tempranas comunidades judeo-cristianas, especialmente fuera de la cuna del cristianismo, Judea, con su capital Jerusalén, y en general Palestina –la variada composición social que tuvieron esas sectas, sobre todo en la capital del Imperio, Roma, y en otras ciudades importantes, como Éfeso, Damasco (por cierto la ciudad de la Decápolis, no la de Siria), Alejandría, etc.-; ¿qué otra razón de peso influyó en su separación con la matriz judaica? El hecho irrefutable de que para los judíos su más célebre coterráneo, Jesús, nunca ha sido un dios, ni hijo de dios, porque la divinidad judaica siempre fue el antiguo Jehová o Yavé, y por cuanto en el judaísmo ¡jamás hubo la Trinidad, constituida por tres divinidades masculinas!  Eso fue tomado por la nueva fe de los antiguos credos de Oriente Próximo y de Mesopotamia, particularmente de Egipto, en donde la Trinidad estuvo constituida por Osiris, el dios que nace, muere trucidado por otro dios, su hermano Set, y resucita; personificaba la naturaleza que cada año moría y retornaba a la vida; su esposa Isis que representaba la tierra fecunda, el agua y los vientos, era asimismo la guardiana de los muertos. Se trata de la segunda divinidad y el divino infante Horus, la tercera. Por estas razones difícilmente rebatibles, el destacado historiador judío, nacido en Rusia y muerto en Jerusalén, Joseph Klausner (1897 - 1958), manifiesta en la última parte de su voluminosa obra “Jesús de Nazaret. Su vida, su época, sus enseñanzas”, lo siguiente:
¿Qué es Jesús para la nación judía en el presente? Para el pueblo judío no puede ser Dios ni hijo de Dios, en el sentido transmitido por la creencia en la Trinidad. Ambas concepciones son para el judío no sólo impías y blasfemas, sino incomprensibles. Tampoco puede para el pueblo judío ser el Mesías: el reino de los cielos (los ‘días del Mesías’) todavía no han llegado. Tampoco los judíos pueden considerarlo un profeta: le falta la percepción política y el espíritu de consolación nacional (en el sentido nacional político) que aquellos tenían” (J. Klausner. Op. Cit., Cap. VIII. ¿Qué es Jesús para los judíos?).

EL PAPADO, UNA MONARQUÍA DETENIDA EN EL TIEMPO
El papado constituye el poder religioso –y algo más, por supuesto- de la Iglesia católica, concentrado en una sola persona, en su condición de Vicario de Cristo. Es una de las antiguas estructuras religiosas, políticas y administrativas de este credo, pero no la primera, pues existe aproximadamente desde hace unos 1500 años. Por manera que no surge a la par con las sectas judeo-cristianas de los dos primeros siglos de nuestra era, como en ocasiones afirma la historia oficial, sino que empezó a conformarse durante el período de decadencia y descomposición del Imperio romano, a partir del obispado de Roma, ciudad a la que migró, desde Judea y su ciudad principal, Jerusalén, una parte muy importante de aquellas primeras sectas.
Un punto de inflexión fundamental para la religión católica fue el Edicto de Milán del año 313 d. n. e., mediante el cual Constantino reconoció religión oficial del imperio al cristianismo y, en la práctica, a su rama más importante, que se conocerá como catolicismo. Sin embargo, en tiempos de Teodosio -392-, se convirtió verdaderamente en el credo oficial del Estado, al prohibirse los cultos paganos, destruyéndose innumerables templos y monumentos de las antiguas religiones politeístas, impidiéndose que los educadores “paganos”, implacablemente represaliados, se ocuparan de la enseñanza. Es que para aquel tiempo, el cristianismo ya no era un modesto credo de unos cuantos grupos de fieles, la mayoría pobres, esclavos, libertos, campesinos desarraigados, artesanos, sino una organización influyente y con poder, en cuyo seno habían ingresado gentes ricas del imperio, burócratas y nobles cortesanos que ejercían autoridad en los asuntos del Estado, mercaderes y terratenientes ricos. Por ello aquella prevención neo-testamentaria de que bienaventurados [son] los pobres, sufrió un cambió sutil, sin duda más aceptable para los poderosos: bienaventurados  los pobres […, pero] ¡de espíritu!, porque supuestamente ellos heredarán el reino celestial.
Y esa otra prevención y sentencia, atribuida al Galileo, de que más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja (equivocada traducción del hebreo al griego, porque lo que se decía en el original fue otra cosa: ¡más fácil es que pase una maroma o soga por el ojo de una aguja…), que entre un rico al reino celestial, simplemente se archivó para eternas memorias.  
Con el traslado de la capital del Imperio desde Roma, que prácticamente se encontraba en ruinas, a Constantinopla, hacia el año 330 y la caída del último emperador romano el año 476, que igualmente significó el hundimiento del mundo antiguo con su sistema esclavista, y que se allane el camino al feudalismo, el poder civil en Roma pasó a manos del epíscope (obispo), lo que constituyó la oportunidad para que el obispado de la que pronto se convertiría en la “Ciudad eterna”, pretenda el papel principal de la flamante Iglesia, permitiendo que su autoridad asuma el título de papa o pontífice romano.
Pasó otro buen tiempo, el cristianismo se quedó sin concurrentes como el mitraísmo, los cultos de Egipto, de Mesopotamia o de Eleusis, hasta que en el 756 el soberano francés Pipino el Menor (o Exiguo), obsequió al papa un terreno identificado como región papal, que dio comienzo a su poder laico. Este hecho sirvió después para que se fabrique la leyenda del “obsequio de Constantino” y el seudo Decretal de Isidoro, en el S. IX.    
En la Edad Media el papado se convirtió en uno de los más importantes poderes, si no el primero, del sistema feudal, según caracterización de F. Engels y otros destacados estudiosos; pero no estuvo en condiciones de superar las graves contradicciones que surgieron en su seno, provocadas por las ambiciones opuestas de ciertos jerarcas de la Iglesia, quienes ya disponían de un innegable poder político-económico, no solamente espiritual; las intrigas cortesanas, los escándalos orgiásticos de no pocos papas, obispos y   sacerdotes, las ansias de bienes terrenales; en fin, los “pecados mundanos” de muchos miembros del alto clero constituyeron un estigma prácticamente indeleble. El reino de “ultratumba” se quedó en el limbo y se hizo realidad irrefutable el “reino de este mundo”. Esta situación desembocó en el surgimiento de hondas e irreversibles divisiones que afectaron la unidad de la Iglesia, conocidas como cismas. Una de las primeras fue la de Oriente, iniciado el año 862 por Focio, un personaje político y religioso bizantino, escritor y patriarca de Constantinopla entre 858 – 867 y 877 – 886. Focio, que fue un hombre de armas tomar, luchó con el “paulismo” (del gr. Paulikianoi, probablemente en referencia a Pablo de Tarso), considerada una herejía del cristianismo, surgida en el S. VII, en la lejana Armenia. Su base social estuvo conformada por campesinos pobres, artesanos y desarraigados de las ciudades. Los paulinos intervinieron contra la explotación feudal y las desigualdades económicas y políticas. Las “fuentes” de esta herejía se encuentran en el mazdeísmo.
Focio, con su infatigable lucha posibilitó la difusión de la ortodoxia entre los eslavos –justamente en su tiempo surgió la Iglesia ortodoxa de Volgogrado, que obedecía al patriarca de Constantinopla y fue motivo de conflictos con el papa. En las lenguas provenientes del antiguo eslavo, incluida la lengua rusa, la ortodoxia se conoce como ПРАВОСЛАВИЕ (Literalmente “pravoslavie”, que traduce “palabra verdadera”). Focio tuvo un fin más próximo al de un partisano que al de un santo: el año 886 fue destituido de sus funciones, apresado y murió en cautiverio.
Sin embargo, el cisma no se detuvo y fue consumado por Miguel Ceruliano, el año 1053, concretándose la separación definitiva de la Iglesia griega de la I. latina, el año siguiente. Aquella tomó el nombre de Ortodoxia y ésta conservó el nombre de Latina y luego, católica. Sin embargo, los problemas no concluyeron con el Cisma de Oriente: el otro Cisma, llamado de Occidente, se prolongó desde 1378 hasta 1417, caracterizado porque la gran fractura se producía en lo profundo de la misma Iglesia católica, con los papas como protagonistas principales, quienes casi pululaban como setas después de la lluvia, pues se dio el caso que había simultáneamente dos y tres pontífices, una que otra papisa, entronizados en Aviñón y Roma, varios de ellos desacreditados por una enorme corrupción, insaciable sed de riquezas, ajuste de cuentas entre facciones rivales, muertes violentas de los indeseables, especialmente merced al empleo de los “pulcros” venenos o del “implacable” puñal, que no dejaban huellas. Uno de los símbolos vergonzosos de esos tiempos sicalípticos fue el papa de la familia Borgia, Alejandro VI y su entorno familiar, especialmente sus hijos César y Lucrecia.
Pero, ¿cuáles fueron las razones de fondo para el primer “cisma”? Reiteramos: razones político-religiosas y económicas que enfrentaron a los patriarcas de Constantinopla con los papas de Roma, terminando con mutuas acusaciones, excomuniones y maldiciones de los máximos representantes de estas iglesias. Como resultado, la ruptura y el alejamiento del catolicismo con relación a la ortodoxia será irreversible, insuperable y definitiva, sobre todo por la forma en la que se consolidó el poder religioso, político y económico en cada caso: mientras en el mundo católico los papas concentraban en sus manos un poder realmente enorme, que se identificaba plenamente con las monarquías feudales, sin que en la actualidad haya perdido esas características, como el lujo y las riquezas que ofenden a los millones de pobres del mundo capitalista de Occidente, en donde señorea el catolicismo -¿se compadece con la pobreza, las necesidades y la marginación que afecta a millones de seres humanos el patrimonio que actualmente posee el Vaticano, que alcanza la colosal suma de ¡cinco mil millones de euros!?. ¿Suma tan enorme requerirán para mantener un tren de vida fastuoso y al morir, para costearse el viaje al paraíso celestial?-; la plena identificación de la alta jerarquía vaticana con quienes poseen ese dominio político y económico civil del sistema vigente, sobre todo los banqueros, que no tienen patria ni credo, si se exceptúa el lucro, jefes de Estado, magnates de la industria y el comercio, e inclusive dictadores como el finado Augusto Pinochet y representantes de la mafia;  en cambio en el mundo ortodoxo la situación ha sido un tanto diferente, sin que esto signifique que ellos sean los fieles seguidores de San Francisco de Asis: los patriarcas nunca concentraron su poder en una sola cabeza y en consecuencia  lo distribuyeron en 15 iglesias autocéfalas, es decir autónomas, que por lo mismo estuvieron menos vinculadas con las cúpulas de ese poder del sistema político-económico vigente (capitalismo, neoliberalismo, alta burguesía, magnates de la banca, la industria y el comercio, militarismo, etc.). Esto significa que sin perder la relación con lo político-económico, se inmiscuyeron más moderadamente con el mundo capitalista y se conservaron independientes entre sí. Los patriarcados corresponden a los siguientes países, ciudades y regiones: 1. Grecia (o de la Hélada),  2. Rusia, 3. Bulgaria, 4. Alejandría, 5. Jerusalén, 6. Georgia, 7. Constantinopla, 8. Antioquía, 9. Serbia, 10. Chipre, 11.  Albania, 12. Polonia, 13. Rumanía, 14. Checoslovaquia (actualmente representando dos repúblicas soberanas: Checa y Eslovaquia), 15. Norteamérica.
Esta diferente consolidación del poder, igualmente ha tenido una influencia determinante en una cuestión fundamental: la moral. En efecto, al concentrar tanto poder en una sola cabeza, sea de naturaleza política, económica o religiosa, consecuentemente se controla un mayor número de miembros de una determinada colectividad, sociedad o inclusive de pueblos y naciones enteras, y, en el caso del poder religioso, se establece vínculos con el poder político, con el mundo de las finanzas y la “contaminación” es inevitable. Además, si ese poder desmesurado se sostiene en dogmas, muchos de ellos anacrónicos, injustos e inflexibles, como aquellos que discriminan a la mujer, por ejemplo, y no se encuentra debidamente controlado mediante la vigencia de la ética y de un sistema judicial idóneo, entonces pasa a constituirse en un escollo para un desarrollo más democrático de la sociedad, para la misma institución religiosa, para la existencia de muchas personas indefensas, como los niños y niñas, fáciles víctimas de abusos sexuales de parte de individuos salaces que con su ropa talar y amparados en el temor reverencial y sumisión que provocan en muchos creyentes la autoridad religiosa, cometen sus infames fechorías. A esto agréguese la impunidad que les concede la organización. En fin, se facilita el camino para la práctica  de una violencia psicológica y física, la corrupción y las injusticias, que en definitiva acaba socavando a ese mismo poder.
Por lo expuesto, no debemos soslayar el hecho indiscutible de que, cuando aquel poder religioso, recurriendo a diferentes estratagemas acaba consolidándose política y económicamente, se convierte en una pesada y siniestra maquinaria estatal, en la que los altos burócratas del credo protegen a cualquier precio el statu quo (por ejemplo la adquisición por el Vaticano, un tiempo antes de la elección de Bergoglio, de una residencia por ¡20 millones de euros!, cuando un día antes una entidad privada había adquirido esa misma residencia, en ¡9 millones de euros!, enorme negociado. Lo “chistoso” del caso es que, la Iglesia que condena la homosexualidad, no ha dicho ni pío con relación a ese carísimo y lujosísimo palacio, propio de los seguidores del Cristo pobre…, ¡que se encuentra contiguo a la sauna gay más grande de Europa! Cf. www. el diario noticias.com.ar/nota/45276/ 19-03-2013), los privilegios de un grupo selecto, las arbitrariedades, los actos reñidos con la moral, la corrupción, los abusos, lo que explicaría, entre otros casos, los escándalos financieros, las relaciones ilícitas con grupos mafiosos, el lavado de dinero, la pederastia, e inclusive el asesinato del papa Juan Pablo I, a poco de su coronación, porque había decidido cambiar esta situación vergonzosa, como ha señalado el escritor  inglés David Yallop en su famoso libro “En nombre de Dios. La verdad sobre la muerte de Juan Pablo I”, nunca refutado. Justamente esta situación, insostenible, llevó a Joseph Ratzinger a abandonar el “sillón de San Pedro”. 
Otra cuestión muy importante radica en que los sacerdotes de la I. ortodoxa sí se casan, cumpliendo previamente determinadas condiciones, mientras que en la I. católica el celibato tomó la posta y eso probablemente ha sido la fuente principal de aquellos “pelotones” de curas pederastas, pedófilos, violadores de niños y niñas, ¡inclusive de menores con discapacidades!, horrorosos delitos denunciados reiteradas veces por la prensa internacional, aunque en su mayoría han quedado en la más completa impunidad, porque no hubo el afán de enmendar o faltó entereza al poder papal. Suficiente recordar al respecto, que la Arquidiócesis de Los Ángeles, de EE UU, la súper potencia en declive, en donde los presidentes juran respetar y hacer cumplir las leyes, con la Biblia en la mano, se llegó a un acuerdo, vísperas de la elección del nuevo papa, para compensar con ¡USD 10 millones a cuatro víctimas de abusos sexuales cometidos por religiosos! , y el mismo día en que se conocía que Bergoglio había sido elegido papa en reemplazo de Ratzinger, mujeres activistas de la organización FEMEN, protestaron en la plaza Pío XII, con mensajes reveladores: “Pope no more” (“No más papa”) y “Paedophilia no more” (“No más pedofilia”) (Cf. El Comercio, 13/03/2013). Mientras tanto, paradójica e insólitamente, ¡el Vaticano ha prohibido el uso del condón y se ha pronunciado contra los matrimonios gay, contra el aborto!
Eduardo Febbro, en un enjundioso y extenso artículo publicado en “Página 12” (Argentina) y reproducido por el diario público ecuatoriano “El Telégrafo” (Miércoles, 20/ 02/2013, p. 16), concluye de la siguiente manera su análisis de la causa de la renuncia de J. Ratzinger: “Más que las querellas teológicas, es el dinero y las sucias cuentas del Banco del Vaticano lo que parecen componer la trama de la inédita renuncia del Papa. Un nido de cuervos pedófilos, complotistas reaccionarios y ladrones, sedientos de poder, impunes y capaces de todo con tal de defender su facción, la jerarquía católica ha dejado una imagen terrible de su proceso de descomposición moral. Nada muy distinto al mundo en el que vivimos: corrupción, capitalismo suicida, protección de los privilegiados, circuitos de poder que se autoalimentas y protegen, el Vaticano no es más que un reflejo puntual de la propia decadencia del sistema”. 
Lo cierto que en ese pasado que ya es historia, las luchas de Lutero, Calvino y otros reformadores, también apuntaron a terminar con los abusos del papado, y el resultado fue la formación de una nueva corriente religiosa, el protestantismo, que con el tiempo devino en la constitución de algunos grupos fundamentalistas, como aquel al que se pertenece el candidato a la beatificación, George W. Bush, “héroe” de la destrucción de Irak y de una masacre de algunos centenares de miles de ciudadanos inocentes:¡655.000 vidas de iraquíes desde el inicio de la invasión anglo-estadounidense a Irak, hasta el 2006, cuando se publicó este escalofriante dato!  (“El Comercio, jueves/ 02/10/2006, p. 22). ¡Y sin embargo este genocida que decía que dialoga con su Dios, anda libre! ¿Qué medidas ha tomado la Corte Penal Internacional de la Haya? ¡Absolutamente nada, porque estos “santos” del imperio son intocables!

MENOS PODER Y MÁS MORAL, PARA SOBREVIVIR
En estas condiciones, el miércoles 13 de marzo del presente año, el arzobispo de Buenos Aires, Argentina, Jorge Mario Bergoglio, fue elegido papa, tomando el nombre de Francisco I, como reconocimiento al buen religioso de la época feudal, Francisco de Asís, fundador de la orden de los Hermanos Menores. Es la primera vez que un sacerdote latinoamericano llega a tan elevada dignidad de la Iglesia católica y eso ha despertado una entendible expectativa. Sin embargo, no todo ha sido color de rosa para Francisco I: apenas se conoció su elección, Cristóbal García Vera (Canarias-semanal.org, Digital informativo, 14/03/2013), escribió que sobre el papel del nuevo papa,  en los años de la feroz dictadura argentina, existe el testimonio de numerosos testigos, “que relataron cómo el sacerdote perjudicó a sacerdotes y laicos que fueron secuestrados, torturados y desaparecidos. En abril de 2010, un sacerdote, un ex religioso, una teóloga, un seglar de una fraternidad laica que en 1976 denunció en el Vaticano lo que ocurría en la Argentina, y un laico que fue secuestrado junto con dos curas que no reaparecieron, denunciaron públicamente su apoyo a las prácticas  criminales de la dictadura”. También el sociólogo Fortunato Mallimacci, ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, dice sobre el nuevo papa: “La historia lo condena: lo muestra como alguien opuesto a todas las experiencias innovadoras de la Iglesia y sobre todo, en la época de la dictadura, lo muestra muy cercano al poder militar…” (Canarias, ïbid.). Por supuesto que también hay personas que defienden al flamante papa, como el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Lo que debe quedar claro es que no se eligió al nuevo pontífice de entre un grupo de altos prelados progresistas que desean un verdadero cambio, frente a conservadores que pugnan por más de lo mismo, sino de entre conservadores moderados y conservadores radicales.      
En fin: los imperios de la información, con la aquiescencia y el júbilo de los inapelables poderes político-económicos de las potencias capitalistas de Occidente, cantan himnos, queman incienso y alaban al nuevo pontífice, surgido del extremo austral latinoamericano y quien lideró la congregación jesuita de esa región, cuando se instauró aquella dictadura militar inmoral y despiadada en la tierra de José de San Martín, Gardel y Borges,  mientras han resuelto archivar, quizá para las calendas griegas, los recuerdos del inmediato predecesor, que acaba de ingresar a un silencio elocuente, abrumado por un tenebroso pasado, del cual fue parte y al que jamás supo enfrentar. No lo olvidemos: para el auténtico poder sólo causan alborozo los resplandores que alumbran los solemnes ritos por la elección del nuevo vicario,  la consagración de los triunfos del viejo sistema, en los que se exhibe el boato y las fastuosas conmemoraciones “mundanas” en honor al representante de Cristo en esta tierra vapuleada; Cristo que, si hemos de creer su historia confundida con la leyenda, murió hace casi dos mil años, predicando la sencillez y la pobreza, pero asimismo después de expulsar a los mercaderes de la sinagoga (recuérdese: en su tiempo no hubo Iglesia cristiana, ¡no tenía por qué haberla!), ¡a latigazos! No obstante, nada de aquellas tenebrosidades del pasado que pueden avergonzar el presente, con sus aberraciones, desdichas y pecados capitales, aunque esto también sea parte de la historia, merecen exteriorizarse.
¿Y qué pasará con el Opus Dei, el temido poder tras el trono? ¿Será desplazado por el papa jesuita? ¿Se tomarán inteligentes medidas para frenar el avance de sectas y confesiones que, bien asistidas financiera e ideológicamente, vienen en oleadas desde el imperio? ¿Se depurarán las finanzas del Vaticano, convertido éste, en un pasado próximo, en refugio de poderosos e insolentes mafiosos? ¿Se pondrá coto a las infamias de los pedófilos, ¡protegidos por la Corte Pontificia!? El tiempo lo dirá.

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