Por: Jaime Galarza Zavala
Nadie puede negarlo: es legítima la permanente
recordación de la intentona golpista del 30-S y el fallido magnicidio del presidente Rafael Correa. Nadie, salvo los autores,
cómplices, encubridores y sectarios políticos que tratan de tapar el sol con un
vidrio transparente. Para el común del pueblo, es necesario y urgente que
brille la verdad a plenitud y se castigue a los culpables. De otro modo, la
historia volverá a repetirse hoy o mañana.
Igualmente es legítimo, necesario e impostergable
reabrir la investigación acerca de quiénes mataron a Roldós, pues 32 años
después del pavoroso crimen colectivo sigue de pie la impunidad, mientras Dios
o el diablo cargan con aquellos, constituyéndose la justicia, una vez
más, en una burla a carcajadas.
Claro que, reiniciada la causa, hay el peligro de
que a muchos les interese enfrascarla en el cuento del accidente, probado como
falso por un cúmulo de evidencias, testigos, documentos y hasta un
impresionante desfile de cadáveres posteriores. De allí que, tirado al
tacho de basura el mañoso cuento del accidente, la reapertura de la causa
deberá iniciarse bajo el lente de la investigación del magnicidio y el castigo
real o histórico a los culpables.
Entre estos hay alguno que ha sido plenamente
identificado, como es el caso del criminal panameño Manuel Antonio Noriega, antiguo agente de la CIA, quien
estuvo a las órdenes del George Bush padre, cuando este
ocupó la dirección de la tenebrosa central del terrorismo y el espionaje. La
identificación de su rol en el asesinato de Jaime Roldós Aguiera y
de Omar Torrijos, el inolvidable líder nacionalista de Panamá, lo
estableció el laureado periodista norteamericano Seymour Hersh a través de un extenso artículo publicado en la
revista LIFE de su país en enero de 1990.
Y Hersh, nacido en 1937, no es uno de esos
charlatanes y fabuladores que abundan en los grandes medios. El descubrió
crímenes monstruosos cometidos por la CIA y el Ejército norteamericano en Viet
Nam en 1968, como la masacre de mujeres, ancianos y niños por las tropas
yanquis en la aldea My Lai en 1968, como reveló hace pocos años las bestiales
torturas cometidas por los mismos genocidas en la cárcel de Abu Ghraib, Irak, a
cuyo lado Hitler resulta un santo digno de los altares.
¿Y cómo así Noriega?, se preguntan
muchos. Bajo su virtual dictadura, Panamá se había convertido en un centro
mundial del tráfico de drogas y de armas, de lavado de dinero,
intervencionismo contra la Revolución Sandinista y mil actividades más,
mientras el Plan Cóndor creado en 1975, por Pinochet, Videla y otros
criminales de guerras, abarcaban a gobiernos y mandos militares de todo el
continente, teniendo como cuartel general la Escuela de las Américas montada
por los yanquis en Panamá, la cual fue una enorme fábrica de dictadores,
asesinos y torturadores. En esa malla siniestra se ubica la figura de Noriega,
que luego devino prisionero de sus amos, cuando comenzó a actuar por cuenta
propia, al punto de producir toda una invasión para ser capturado.
Tan grande fue la actividad de este agente que
durante el juicio celebrado a puerta cerrada en Estados Unidos, cuando el
abogado de Noriega, Frank Rubino, intentó
presentar documentos altamente comprometedores para Estados Unidos, los jueces
se lo impidieron por tratarse de "información clasificada", es decir,
secreta.
Al reabrirse el caso Roldós, clarificar el macabro
entorno de Noriega será fundamental. En la danza del crimen surgirán el Plan
Cóndor, la CIA, el Mossad (que es la CIA de Israel), la
Democracia Cristiana y otros grupos derechistas, la Escuela de las Américas y
sus aprovechados alumnos. Por esa ventana se hará luz sobre estos crímenes que
le duelen a América Latina y avergüenzan a la humanidad.
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