lunes, 18 de noviembre de 2013

Elecciones: otra obra de Correa


Por: José Hernández
Director adjunto

Las próximas elecciones tendrán poco de locales. El correísmo las quiere convertir, otra vez, en un plebiscito a su favor. En el fondo, a favor del elector mayor que sigue siendo el Presidente de la República.
Para el oficialismo, esto implica enormes ventajas: tener un jefe único de campaña. Pensar y manejar esas elecciones en forma centralizada. Usar la capacidad instalada del Estado y el Gobierno. Uniformizar los mensajes y la propaganda. Poner la elección local bajo el paraguas de la lógica nacional. Crear una onda expansiva para tratar de convertir los municipios y prefecturas en una extensión natural del gobierno central… Se dirá, porque el correísmo desde hace tiempo es predecible, que si el país está contento con este Gobierno, no hay razón para que no lo estén hasta los barrios y las parroquias…

Sin embargo, la historia política está llena de ejemplos de gobiernos hegemónicos que desconocieron las realidades locales y quisieron hacerlas calzar en sus visiones, tan reductoras como maniqueas. Ecuador no es la antigua Yugoslavia, pero tiene particularidades que no podrán ser reducidas a una visión. Por ahora, esos intentos ya provocan efectos cuestionables:
Primero: la aceleración, con este Gobierno, de un proceso centralizador, que va a contracorriente de las tendencias administrativas contemporáneas. Correa, en ese punto, es un moderno que se mueve en las concepciones estatistas y fallidas de los años cincuenta. Desde hace años, su gobierno da retro y se nota cómo ministerios y dependencias oficiales recortan y absorben, en los hechos, facultades que las administraciones locales buscaron y obtuvieron, antes que ellos se instalaran en el poder.
Segundo: un gobierno siempre dirá que es mejor un país que camine al paso, encaminado en las mismas políticas. Esa es la visión del plan de desarrollo correísta. Y poco importa que se llame buen vivir o plan quinquenal. Lo cierto es que, tras experiencias estatistas, se sabe que los países se desarrollan mejor cuando florecen las experiencias locales y cuando los poderes seccionales funcionan como contrapesos de los poderes nacionales.
Tercero: la homogeneización mata la política que es, esencialmente, una confrontación civilizada y respetuosa de tesis diversas. La homogeneización también liquida la formación de cuadros que requieren pensar y confrontar en vez de obedecer y curtirse en la experiencia que da el servicio público. Pues bien: si hay homogeneización, el país político conocerá dos realidades: la mayoría de cuadros responderá a una visión que, más que orgánica, es caudillista. Y esos alcaldes, concejales, prefectos, miembros de las juntas parroquiales deberán su cargo más a Correa que a sus electores. Es lo que ya ocurre con los asambleístas: Correa se sintió autorizado a pensar en algunas revocatorias de mandato porque, en su visión, sus asambleístas le fueron desleales. Los eligieron –eso dijo– para protegerlo a él. Ese cambio en las prioridades políticas –a favor del partido o del caudillo– también ha sido analizado. La historia del PRI, por ejemplo, es significativa para saber lo que pasa con la vida pública regentada por un partido totalmente hegemónico. Y, además, América Latina es rica en experiencias caudillistas.
En definitiva, el correísmo apunta, en estas elecciones locales, a una mayor concentración del poder político en manos de su líder. Es el vértigo al cual está destinado un movimiento donde la política suma cero y, en vez de ideas en debate, el aparato se preocupa por el nivel de lealtad ciega y de obediencia.
Estos hechos se reflejarán y marcarán, negativamente, la campaña que apenas empieza. Ya se ve. Candidatas como Viviana Bonilla copian el perfil de Correa. Si él insulta; ella insulta. Retoma no solo el estilo sino su estructura discursiva. Aquellos que, como José Bolívar Castillo, defendieron antaño la descentralización y la desconcentración, hoy ponen su mano al fuego por un modelo que, en los hechos, las niega.
El correísmo funciona para partidarios y adversarios, como el referente que deben anclar o deben combatir en esta elección. Muchos de los debates locales no llegarán, entonces, a la tarima: es otra obra de Rafael Correa.

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