Por: Gonzalo Dávila Trueba
¿Imitarían
el rugir del tigrillo? ¿Del puma? ¿De la pantera? ¿El canto de las aves? ¿El
aullido de los monos? ¿El ruido de los ríos, o de la niebla y el viento? Son
los ruidos de la selva y ellos mismos son la selva. O lo eran. Yasuní era su
hogar. Hoy convertido en la versión Cajamarca ll donde los nuevos
conquistadores encontramos El Dorado bajo tierra. Por eso nos estorba todo lo
que sobre ella esté.
Los árboles,
las plantas, los pantanos, los ríos, y por supuesto los humanos -si los
hubiera- estorban. Por ello los Taromenani fueron contactados y se inició su
aniquilamiento. Ahora, aterrorizados, están ocultos. Les asustó el helicóptero,
el maná envenenado que del cielo caía y la muerte sin heroicidad e impotencia
que esto supone. Los horrorizó la muerte anunciada de sus hermanos cuyo
impedimento cayó en manos de la telaraña burocrática.
No faltaron
Felipillos que renegando de su cultura facilitaron la acción del invasor.
Cajamarca y
el atroz asesinato de Atahualpa cobran vida para indicar que nada ha cambiado.
¿Creían acaso que ese era su territorio, su casa, su vivienda y que los que
ingresarían a ella serían invasores? ¿Como no entendieron que eso no es verdad?
Que primero esos territorios no eran propiedad de nadie, luego pertenecieron a
la Corona Española por Bula que emitiese el Papa Alejandro VI y finalmente,
gracias a los hijos de algunos pelucones -no todos paisanos nuestros- viramos
la tortilla y la "recuperamos". Ahora, imbuidos del mismo animo,
consideramos que la selva es "republicana" y pertenece al partido de
gobierno. Y los Taromenani sobrevivientes: ¿Propiedad de quienes son?
Si buscamos
culpables de esta "expropiación" todos lo somos. Somos un pueblo
indolente que no tiene identidad alguna con nuestro pasado histórico y
vomitamos el mismo discurso que pronunciara Pizarro asegurando mejores días
para la Corona, para los conquistadores y para los nativos que conocerían, a la
luz de la nueva religión y del trabajo legítimo en mitas, encomiendas y
obrajes, el verdadero desarrollo que los libraría de la postración económica en
que se hallaban.
Lo grave del
discurso aquel fue su total incumplimiento. Si baja el precio del petróleo aún
más, los discursos habrán sido coincidentes y entonces, quizá luego de otros
quinientos años -¿menos?-, tengamos que vender nuestra Amazonía a los beduinos
para con ese valor adquirir un poco de agua dulce.
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