martes, 21 de mayo de 2013

Tres lustros de “El Observador” y Las libertades ciudadanas.


Por: Marco Robles López

En el mundo contemporáneo la orientación que se asume e incluso el partido que se toma sobre este tema de las libertades, desata contrapuestas pasiones y es uno de los principales asuntos de debates ético-políticos y del campo jurídico.
Con relación a la libertad de expresión, que se entiende primordialmente desde el Derecho y la Política, se acepta universalmente que constituye la facultad de los individuos a pronunciarse libremente sobre sus ideas, sus concepciones, sus pensamientos y opiniones.

La libertad de información es hermana gemela de la precedente; también atañe a los campos del Derecho y la Política y su esencia es la capacidad y legitimidad de los seres humanos a receptar y emitir información de manera libérrima, sin “corsees”, es decir sin condicionamientos, censuras o consignas que limiten esa libertad.
Asimismo vinculada a los campos del Derecho y la Política, la libertad de pensamiento proclama el derecho de las personas a no ser acosadas, perseguidas o sancionadas por sus criterios, reflexiones, opiniones y también por sus creencias. Por supuesto que la crítica tiene que expresarse sin ofender, sin calumniar, sin estigmatizar, expresando la verdad.
La libertad de conciencia, un derecho que no siempre se observa en las democracias occidentales y menos todavía en los países de Oriente, particularmente en los islámicos, prevé la facultad de profesar cualquier tipo de credo religioso o ninguno. Sin embargo, solamente en el papel se encuentra prescrito esto del “ninguno” y el rechazo y anatema al pensamiento disidente en este campo, ha reinado a través de los siglos.
El concepto y práctica de las libertades, sobre todo las de expresión e información, han generado encendidos debates. En tiempos de los antiguos griegos, a quienes les debemos en notable grado la noción de libertad (política), en general, se consideraba que ser libre significaba poder participar en los asuntos públicos de la propia ciudad. De ahí proviene también esa definición del Estagirita sobre el ser humano, que disgusta a ciertas personas que no comprenden a cabalidad el sentido de la expresión: Zwon politicon,  Zóon politikón,  es decir que somos animales políticos o sociales (la politeia griega contempla cuatro acepciones: ciudad// administración// Estado// gobierno), porque tenemos el derecho de participar en los asuntos del Estado (de la ciudad-Estado, en Grecia antigua), singularmente en todo lo que entraña la cuestión política y la vida en el seno de una colectividad.
La libertad de expresión es considerada unánimemente una de las primeras y más importantes libertades del ser humano. Se entiende como un bien inapreciable del mundo civilizado; se acepta que es un bien instrumental, en el sentido que lo  consideramos una herramienta para indagar, investigar y transmitir aquello que hemos asimilado; un bien intrínseco, en el sentido de ser íntimo, esencial, que nos brinda satisfacciones espirituales, porque a través de lo verbal o escrito, hacemos conocer a una colectividad lo que hemos estudiado, investigado, presenciado e, igualmente, nos permite alcanzar nuestra propia realización, como seres inteligentes.
Desde luego, no nos engañemos mucho: en una sociedad de capitalismo inexorable, de modelos económicos que brindan prioridad al dinero y al poder que generan las riquezas, esa libertad de expresión sigue siendo una quimera para las grandes mayorías de la población, así se encuentre la misma garantizada por la ley, y así el Estado se esfuerce por responder a las demandas de una sociedad bastante culta y equitativa. Por estas consideraciones, no nos admire lo que dice el profesor de la Universidad Privada TUFTS (Medford, Massachusetts, EE UU), Hugo Adam Bedauf: “…sin las oportunidades que la riqueza y el poder confieren, la libertad de expresión que uno tenga incluso en una sociedad liberal puede valer bien poco” (H. A. Bedauf. Libertad de Expresión. En: Ted Honderich –Editor- Enciclopedia OXFORD de Filosofía. Ed. TECNOS, Madrid, 2001). Amarga verdad de quien conoce a cabalidad el sistema imperante.
Por estas razones innegables, asimismo no ha perdido vigencia la penetrante reflexión de Marx y en general del marxismo, sobre la “dimensión” económica de la libertad –singularmente cuando el discurso se refiere a la libertad política-: los seres humanos para ser libres tienen que encontrarse en capacidad de poder utilizar los recursos materiales que requieren para brindar satisfacción en sus elecciones; pero el asunto de fondo radica en que esto únicamente es factible merced al control colectivo de aquellos “poderes productivos de la sociedad”.
Sin embargo hay algo más, no menos importante en este asunto: cuando el ilustre historiador británico Arnold Toynbee y el igualmente célebre filósofo japonés, Daisaku Ikeda, sostuvieron un histórico diálogo, “Escoge la vida” (compilado por Richard L. Gage, EMECÉ Editores, Buenos Aires, 1980), coincidieron en señalar la enorme influencia de los medios de comunicación masiva en las colectividades, y los peligros que eso puede entrañar:
Daisaku Ikeda: Como la influencia de los medios de comunicación masiva es enorme, siempre existe el peligro de que se los emplee como instrumentos para manipular a la gente. Además, aunque esa manipulación sea inconsciente, los medios de comunicación masiva contribuyen a formar la opinión pública y a orientarla en una dirección;
Arnold Toynbee: La influencia de los medios de comunicación masiva es ciertamente enorme, y las personas que los controlan pueden emplearlos para manipular al público…
Es a nivel de los grandes poderes imperiales, en donde mejor se puede apreciar la extraordinaria influencia que tienen en la opinión pública las corporaciones mediáticas, los monopolios de la información, propiedad de algunos “ángeles malos” del sistema, como Rupert Murdoch. El descarnado relato de Naomí Klein sobre la invasión de Irak y el papel de los imperios mediáticos, constante en su  famoso Best Seller Internacional, “La Doctrina del Shock. El Auge del Capitalismo del Desastre” (Ediciones PAIDÓS Ibérica, 2007), es escalofriante: “La invasión de Irak se vendió a la opinión pública sobre la base del temor a las armas de destrucción masiva porque, como explicó Paúl Wolfowitz, esas armas eran ‘el único punto sobre el que todo el mundo podía estar de acuerdo’ (en otras palabras, la excusa del menor denominador común)”. No olvidemos que las más poderosas corporaciones mediáticas, singularmente de las potencias capitalistas de Norteamérica y Europa, por sus vínculos estrechos con el capital financiero internacional, con el complejo militar industrial de EE UU  y con las estrategias geopolíticas de los estados miembros de la OTAN, han apoyado las últimas intervenciones militares contra los países árabe-islámicos (desde luego, no solamente árabe-islámicos), víctimas de auténticos ataques económico-políticos y difamaciones, especialmente si sus Estados y gobiernos se revelan insumisos con relación a los dictados del gran capital.
Lo demás, respecto de Irak, es cosa muy conocida: no hubo tales armas, todo fue una monstruosa mentira, los monopolios de la información cumplieron un papel infame y se encuentran muy tranquilos; en la aldea global la mentira fue global, el “lavado de cerebros” (aunque más propiamente debería decirse “ensuciado de cerebros”) tuvo una macabra efectividad y el resultado fue la invasión de Irak, el saqueo desaforado de los recursos naturales de esa nación, principalmente el petróleo, un genocidio fríamente planificado y la destrucción de ese país, que muy difícilmente podrá recuperarse. El libreto fue similar en Afganistán, en Egipto, en Libia, siempre con las corporaciones mediáticas que iban a la vanguardia, “limpiando” el terreno del mundo de la información de esas antipáticas “dudas razonables”. El asunto también va por ese mismo camino en Siria, aunque lentamente, porque las mentiras ya no pueden “venderse” a la velocidad del rayo.
En nuestro país, como igualmente en el extranjero, asimismo se ha hablado de linchamiento mediático y estamos de acuerdo que eso siempre será horroroso, por cuanto la víctima queda estigmatizada, moralmente destrozada, socialmente aislada; si se trata de un profesional, pierde su trabajo o sus posibilidades quedan menoscabadas, mientras en el núcleo familiar del “linchado” reinan una angustia y una decepción permanentes. Conocemos algunos casos concretos al respecto y nos hemos pronunciado en anteriores números de El Observador, solidarizándonos con las víctimas.
En otros asuntos, el silencio de los medios de comunicación ha sido igualmente deplorable. Expongo un solo ejemplo, pero muy elocuente:
Los jubilados de la Universidad de Cuenca -¡aprox. 200!-, han sufrido injustamente durante dos, tres y cuatro años por cuanto no recibían oportunamente sus pensiones –en un caso, porque no se hizo constar la partida correspondiente en la proforma presupuestaria y en otro, porque cuando el Ministerio de Finanzas envió la partida para jubilaciones, el Consejo Universitario, ¡apelando a la autonomía universitaria y haciendo gala de una censurable acrobacia jurídica, dispuso el dinero para otros fines!, según documentos que reposan en nuestro poder-. Al fin, después de reiteradas frustraciones, gestiones infructuosas, desaires y prolongadas esperas, una buena parte de los jubilados recibió sus pensiones, lo que, a su vez, no ha dejado de significar discrímenes, inequidades y procedimientos administrativos muy cuestionables, porque la justicia no funciona a base de “preferencias” ni “prioridades”. Lo preocupante es que algunos pensionados todavía no reciben ese pago. Unos cuantos compañeros, gravemente enfermos, descendieron a la tumba, sin poder recibir aquella modesta jubilación que por lo menos habría aliviado sus dolencias y prolongado algún tiempo su existencia. Eso fue sumamente doloroso y angustioso para sus familiares, compañeros y amigos y reveló indolencia e insensibilidad de quienes tenían el irrenunciable deber de solucionar diligentemente estos graves casos. Otros, con diferentes discapacidades, ¡esperan todavía estoicamente, no se arredran ante los infortunios!; unos terceros han sufrido problemas económicos. Me preguntará intrigado el lector: ¿qué tiene que ver todo esto con la libertad de expresión? Responderé: no poco. Resulta que los medios de comunicación, tanto los privados o independientes, como los gubernamentales o públicos, no publicaban las noticias de los afectados, no hacían conocer sus puntos de vista, el verdadero drama que vivían; no se entrevistó a los dirigentes de la Asociación de Jubilados, y cuando se publicaba alguna nota, no superaba los 3 o 4 renglones; pero sí fueron muy expeditos y acuciosos publicando amplios artículos -¡hasta páginas enteras en diarios!- o detalladas declaraciones de las autoridades universitarias, de tal manera que una respetable parte de los ciudadanos tenía una idea distorsionada de los hechos, creía que no había ningún problema, que todo se encontraba en orden. Solamente UNSIÓN y alguna radioemisora brindaron un espacio para que puedan expresarse los dirigentes de la Asociación  y, por supuesto, esta Revista en la que colaboro, publicó oportunamente cuatro o cinco extensos artículos y cubrió los eventos que tuvieron su realización en las asambleas de los jubilados, superando de alguna manera esa confabulación del silencio e informando sobre el verdadero drama que han sufrido los compañeros jubilados todos estos años. En estos casos, es innegable que la libertad de expresión sufrió grave quebranto, como comentan varios ciudadanos, pero no por causas exógenas sino endógenas, ¡por propia voluntad de los medios!, y la consecuencia mayor fue que no se demostró solidaridad alguna para las personas de la tercera edad.
Por lo expuesto, estimo que los medios de comunicación tienen un papel sumamente importante en la vida de los pueblos, pero en ocasiones los nexos que se construyen con los poderes, fácticos o de derecho, determinados compromisos con instituciones públicas o privadas, les impiden ser todo lo objetivos que se desearía.
Se comprende que la neutralidad en las noticias, en los análisis, en la opinión es extremadamente compleja, prácticamente quimérica, porque no se trata exclusivamente de esa anhelada ecuanimidad política que debería existir entre izquierda y derecha, sino de intereses contrapuestos entre poderes no solamente gubernamentales sino de grupos privados, de instituciones con prestigio o influencia, a las cuales no se desea afectar su imagen, ¡aun si existen claros signos de injusticias y marginaciones para unos y privilegios para otros!. Por estas y otras razones, en el asunto comunicación –prensa, televisión, radio, otros-, en ocasiones no hay una genuina imparcialidad, pero reinan los silencios elocuentes…
Sin embargo, no obstante todo lo que exponemos, jamás estaremos a favor de los “cepos” y restricciones a los medios privados o independientes de comunicación -creo que nadie, dotado de espíritu democrático, piensa en ello-; y aunque a veces molesten las críticas, el poder debe respetar la opinión contraria; en cambio sí estamos a favor de que los medios hagan realidad un comportamiento más justo, más ecuánime, más solidario, especialmente para contribuir a amparar a quienes no tienen poder ni influencias, a los olvidados de siempre, a las personas mayores, a los campesinos, trabajadores, artesanos y amas de casa, que en su mayoría ni siquiera saben qué significa y para qué sirve la libertad de expresión. Igualmente sería extraordinariamente reconfortante para el espíritu democrático y la justicia, que ciertos medios no se dejen envolver por esos poderes fácticos, ni que sus periodistas se embelesen con el comportamiento desfachatado que asume el embajador de EE UU en nuestro país, Sr. Adam Namm, quien toma partido en los desencuentros entre medios privados y gobierno, ¡como si estuviera en su feudo! ¿Qué dirían los defensores de la no injerencia en estos asuntos, si el embajador de Irán o el de Rusia, se comportaran exactamente igual que dicho diplomático yanqui y dejaran un mensaje pidiendo el fin de esa horrorosa cárcel en Guantánamo, en donde se han violado los más elementales derechos ciudadanos, o exigirían la inmediata salida de todas las fuerzas invasoras de Irak y Afganistán? Sin duda las indignadas protestas de aquellos medios y periodistas fieles a la política de la súper potencia, no se harían esperar, lanzarían sapos y culebras contra los  “entrometidos imperios del mal”, contra los “instigadores del terrorismo” y por lo menos exigirían la expulsión de los embajadores.
Afortunadamente sí existen algunos medios –son pocos, como los dedos de una mano-, que escapan a esas “atracciones fatales”. Uno de ellos es la revista “El Observador”, que no tiene esos problemas, que no serpentea y dice las verdades sin rodeos; dice lo que otros medios callan. Por lo expuesto, consideramos que constituye una forma digna de conmemorar estos 15 años de duro bregar, la edición del presente libro, que recoge los más importantes artículos de análisis políticos del país, cultura, problemas internacionales, cuestiones de la ciudad, arte y deportes, autoría de quienes han colaborado y colaboran en El Observador, durante todos estos años. Es una demostración fehaciente de que este medio ha resistido los embates del tiempo y ha logrado una sólida aceptación en el Azuay, en el Austro, e inclusive en todo el país. Su página WEB lleva el pensamiento de quienes hacen esta revista, más allá de las fronteras patrias.
Felicitaciones calurosas para su Director, el periodista Sr. Jaime Cedillo, por su firme, tesonera e incansable labor, y para los dilectos y respetados compañeros de pluma que, armados de integridad, lucidez y temple, honran a El Observador, colaborando  en sus páginas con brillantes artículos, expresando la verdad, esa “magna palabra”, como decía Friedrich Hegel, porque el buen periodista es y refleja la dignidad, la conciencia y el intelecto de su pueblo, de su comunidad.


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