jueves, 13 de junio de 2019

JUAN CARLOS CALDERÓN
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano. 
#Sobrevivientes
La dignidad es el derecho a no ser humillado. A no ser humillado por todo aquel que se crea que puede tratar a otro ser humano como objeto, como un medio, como un instrumento. Humillado por quien crea que está por encima de la humanidad de los demás. La dignidad es ser tratado como un fin absoluto. Si se nos menosprecia como sujetos o se nos usa como medios, somos humillados, y la humillación es la experiencia de alguien que nos quita la dignidad. Cuando alguien humilla a alguien, lo lleva a una situación de impotencia. ¿Quién puede hacer eso? Quien tiene el poder de hacerlo. (1)
Entre el 2007 y el 2017, centenares de ecuatorianos, sus familias, sus allegados, fueron humillados por el poder, un poder expresado en un caudillo que quitó la dignidad a muchos de ellos, les hizo sentir su poder y los sometió a la impotencia.
Para humillar a los demás, sobre todo a los más débiles, Rafael Correa Delgado usó al Estado ecuatoriano, a sus agentes, a sus funcionarios, y sometió a la sociedad al miedo, a la política de la retaliación, a la sombra de la amenaza, y a una persecución sin límites. Para ello, Correa y sus agentes tampoco tuvieron límites: no se detuvieron ante una constitución aparentemente garantista; no tuvieron ley que les detuviera, ni debido proceso; no tuvieron compasión, no pensaron en la condición humana de sus víctimas; lo importante era saciar su ansia de poder, su vanidad y su orgullo. Demostrar la soberbia de su poder.
Y no solo eso: gozaron con ello, se sintieron a sus anchas, en su elemento y lo demostraron con burlas, con sorna y con cinismo. Mira cómo puedo humillarte, mira cómo gozo con ello, mira cómo te someto a la impotencia de poder defenderte y decir tu verdad, mira cómo te arrodillo ante mí, mira cómo te obligo a pedirme perdón...
Correa encabezó un Estado cuyos agentes humillaron a los ciudadanos, que conspiraron contra las personas e intentaron destruirlas, sin importar los costos humanos. No solo eso: buscaron a toda costa proteger sus espaldas, no dejar huellas ni sobrevivientes. Para ello ocultaron o sembraron evidencias, montaron denuncias falsas con testigos falsos y pruebas falsas. Ante todo, y sobre todo, apostaron al silencio, al olvido y a la impunidad de una sociedad que prefirió mirar para otro lado o esconderse bajo la protección de este leviatán.
ESTE ESPECIAL ES UNA APUESTA POR LA MEMORIA, CONTRA EL OLVIDO, Y LA IMPUNIDAD. Y TAMBIÉN ES UNA PRUEBA DE QUE LA DIGNIDAD PREVALECIÓ. POR ESO LO HEMOS LLAMADO SOBREVIVIENTES. NOMBRE QUE SURGIÓ DE LAS PROPIAS PERSONAS: NO NOS LLAMEN VÍCTIMAS; SOMOS SOBREVIVIENTES, NOS ACLARARON.
Los derechos humanos son el baluarte y el antídoto contra la arbitrariedad. Rafael Correa  y su gobierno violaron los derechos humanos. Correa es un violador de derechos humanos. Ofendió y humilló no solo a la oposición, a la disidencia y los críticos de su gobierno autoritario y corrupto, sino a sus propios seguidores, a los cuales trató (y maltrató) como objetos, como cosas, como instrumento para garantizar el poder corrupto suyo y de su gavilla.
Esta es una dolorosa constatación, luego de haber reportado la historia de 101 personas y comunidades, en el recorrido que ha hecho Plan V sobre una parte de los casos de violaciones a los derechos humanos durante su gobierno. Es un especial digital periodístico, que ha tomado más de seis meses. Nuestro equipo periodístico ha entrevistado a decenas de personas, ha tomado su testimonio, ha contado sus historias. El resultado es, decía, la constatación de que la violación de derechos humanos fue una política del Estado secuestrado por el correísmo, una política sistemática, orquestada, dirigida y puesta al servicio de la perversidad más grande: humillar a las personas.
Este especial es una apuesta por la memoria, contra el olvido, y la impunidad. Y también es una prueba de que la dignidad prevaleció. Por eso lo hemos llamado Sobrevivientes. Nombre que surgió de las propias personas: no nos llamen víctimas; somos sobrevivientes, nos aclararon. Así lo hemos hecho, con enorme admiración por esas madres y esos padres que lucharon porque la tortura de sus hijos no quede en la impunidad, porque los asesinos de sus familiares sean juzgados y condenados; lo hemos hecho con el respeto y la compasión que merecen sus historias trágicas, sin embargo de las cuales se repusieron para sostener su dignidad intacta.
¿Qué va a hacer el Estado ecuatoriano con estas personas, con estos sobrevivientes? Lo primero que se espera es que sean reconocidos como víctimas-sobrevivientes de esta época infame; lo segundo, que reciban la reparación moral y material por parte de ese mismo Estado que los victimizó. Y lo tercero, que ese mismo Estado, y la sociedad entera, se comprometa a la no repetición de estos hechos. No pueden volver a repetirse. El Ecuador ya vivió la infamia y la represión del gobierno de Febres Cordero, recayó en el gobierno de Rafael Correa, y hay evidencias, afortunadamente pocas, de que en el actual gobierno hay sectores que quieren volver a tropezar en la violación de derechos humanos.
¿Qué va a hacer Usted, señor presidente Lenín Moreno, que fue parte de esta década obscura? ¿Va a seguir pretendiendo que nada ocurrió, como entonces? ¿O va a asumir la responsabilidad moral e histórica de cerrar esta página manchada de dolor?
Se lo preguntan los sobrevivientes.

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