sábado, 22 de abril de 2017

¿Y ahora el país depende del dedo de Moreno?

  en La Info  por 
Rafael Correa se muestra favorable a la sanción de la Supercom contra siete medios; Lenín Moreno pide al impresentable Carlos Ochoa que la deje insubsistente. 4Pelagatos ya evocó la posibilidad de un tongo entre Correa y Moreno: resucitar la estratagema del policía malo y el policía bueno que tan buenos resultados les dio durante los siete años que estuvieron juntos en Carondelet. Esto permite a Moreno ganar puntos por su magnanimidad en la opinión. Y esa popularidad le ayuda a que muchos olviden las condiciones ilegítimas en que llega a Carondelet.
Dos intervenciones suyas, en dos días, ante evidentes escándalos propiciados por el Contralor y el inquisidor Ochoa, tienden a probar que el tongo es una realidad. Los tongos tienen problemas: no solo se notan; tienen consecuencias de imagen y políticas para sus protagonistas.
  1. Moreno se legitima con arbitrariedades. Este es el mecanismo: Correa y sus esbirros (en la fiscalía, en la judicatura, en los organismos del Estado…) incrementan las tropelías, Moreno deja que sigan su curso y cuando se judicializan, él interviene. No las impide; no las denuncia desde que aparecen como evidentes desafueros. Las deja insubsistentes. Esto le sirve para hacer gala de su poder. Para probar ante una opinión harta de atropellos –e incluso ante poderes supuestamente independientes del Ejecutivo– que él es el nuevo emperador. En los hechos, el poder saliente legitima con arbitrariedades al poder entrante.
  2. La justicia depende del dedo de Moreno: la sociedad asiste a un espectáculo deprimente. Mientras Correa, como desaforado, aplaude, por ejemplo, los desmanes del inquisidor Ochoa, Moreno le pide que se retracte. En los dos casos, los afectados dependen de la voluntad del que más poder exhibe. Correa y los suyos hicieron una Ley de Comunicación tan discrecional que ha dado lugar a que el impresentable Ochoa y sus secuaces la usen a su libre arbitrio hasta casi desaparecer el periodismo en el país. Ahora Moreno juzga que la voluntad persecutoria es demasiado obvia. El referente, en su caso y en el de Correa, no es una ley justa: es su voluntad, su parecer, su capacidad para perseguir o perdonar. Ecuador no es una República: es un reino en el cual los súbditos dependen de la dirección del pulgar del monarca.
  3. ¿Moreno cree en la democracia o en su aire bonachón? Los siete años pasados en Carondelet, el tiempo pasado en Ginebra sin cargo y pagado con dineros públicos, el uso del Estado en su campaña, los fraudes cometidos a su favor por el CNE, dan fuerza a la pregunta que Moreno nunca ha respondido: ¿quién es usted realmente?
    Ahora, cuando se quiere legitimar a los ojos de la opinión, vuelve a la misma ambigüedad en la que navega como si esa fuera su naturaleza profunda. Moreno no puede pedir a Ochoa que deje insubsistente una arbitrariedad: debería decir que miserables como él no estarán en su gobierno porque son adictos a las arbitrariedades. Debería decir que un tipo como Ochoa irá ante jueces probos (no como Karen Matamoros) a responder por tanta ignominia perpetrada desde sus cargo. Debería decir que una persona de la calaña de Carlos Polit no puede ser contralor de la República.
    El país no requiere un buenoide en el poder tras el reino de un maloide. El país no necesita un bonachón en la Presidencia; requiere un demócrata. Alguien que destruya las ficciones creadas por el correísmo y que en vez de buena voluntad, instaure una verdadera división de poderes; jueces dignos –no alfombras del poder–; funcionarios que sirvan a los ciudadanos no esperpentos como Ochoa, Fernando Alvarado, Patricio Barriga, y otros troles formados por Correa, que lastiman la más paupérrima idea de decencia pública.
  1. Las señales dadas por Moreno deben ser institucionales: es obvio que los mensajes emitidos por Lenín Moreno son alentadores. Pero este país, tras diez años de autoritarismo y miedo, debe instalarse en un ambiente de confianza, de decencia, de transparencia, de predictibilidad. No puede depender más del humor o los trastornos ciclotímicos del gobernante y sus círculos de poder.
    Es evidente –si se sigue la lógica de Moreno– que adefesios como Ochoa y Alvarado ya no estarán en su gobierno. Se entiende, por lo que dice, que el ejército de insultadores, como los troles, también desaparecerán. Se entiende que mercenarios, como Patricio Mery Bell, importados para perseguir, insultar y acabar con honras personales, se quedarán sin trabajo. Lo mismo que Jorge Gestoso, un lameculos sin igual.
    Más allá de todo esto, Moreno requiere devolver la respectabilidad que su cargo tiene y que Correa destrozó. Y eso no lo logrará convirtiendo la Presidencia en una sucursal del Santuario de Las Lajas. El país necesita un Presidente, no un milagrero.

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