Por Marco Robles López
Un domingo, 10 de febrero del presente año, el pontífice de
origen alemán, Benedicto XVI –Joseph Ratzinger en la vida civil-, anunciaba
solemne e irrevocablemente, que a partir del 28 del mismo mes, dejaba de ser la
cabeza de la Iglesia católica. Aducía para semejante paso su avanzada edad,
aunque también dejaba entrever los múltiples y graves problemas que afectaban a
la Iglesia, los cuales el anciano papa no se encontraba en condiciones de
enfrentarlos exitosamente.
Sin duda la decisión
del Vicario de Cristo, de resignar sus poderes a un nuevo pontífice elegido
secretamente en el cónclave que se organizó para este caso especial, ha tenido
su realización en unos tiempos cruciales para el Vaticano, el Papado y en
general para la Iglesia católica, la rama con el mayor número de fieles del
cristianismo.
UNA INTRODUCCIÓN NECESARIA
Para
explicar de alguna manera esta cuestión, procede hacer algo de historia. Cuando
Constantino el Grande declaró religión oficial del decadente Imperio romano a
la corriente principal del cristianismo, que ulteriormente será conocida como
catolicismo, esa Iglesia no era una estructura monolítica ni una institución
consolidada. Todavía no contaba con un sistema de fe bien estructurado, ni un “corpus” teológico reconocido: la Biblia,
constituida por el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, debió experimentar
un prolongado proceso de selección, compilación y, quizá lo más importante, la
trascripción al griego, del contenido de antiguos textos particularmente
hebreos, que ulteriormente se oficializaron como la “palabra de Dios”. Muchos
escritos se quedaron en el camino, no formaron parte del canon (oficial), y el
ejemplo más elocuente de ello lo constituyen los llamados “Evangelios
Apócrifos”, que originalmente no tuvieron el significado peyorativo de falsos,
sino simplemente de ocultos y a algunos de los cuales, aunque a regañadientes,
actualmente se los considera importantes desde el punto de vista
histórico.
Desde los
mismos inicios hubo grupos religiosos disidentes –sectas del temprano
cristianismo-, varias de las cuales marcaron distancias con el credo oficial.
En la mayoría de los casos, las sectas fueron encarnizadamente combatidas por
la Iglesia oficial, algunas resistieron por algunos años, pero en fin de
cuentas desaparecieron del escenario histórico, no sin dejar importantes
huellas. Esto es lo que sucedió en el período comprendido entre los siglos I y
II de nuestra era, tanto que en las Revelaciones de San Juan o Apocalipsis, se
menciona a diversos grupos de cristianos, como los llamados Nicolaítas.