jueves, 2 de mayo de 2019

POR: Carlos Pérez Agusti

Publicado en la Revista El Observador, edición 110, Abril de 2019 

Cine pionero en Cuenca
Sucedió hace 40 años, en una casa solariega de la serranía azuaya, un día como ayer, cuando un grupo de profesores y estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuenca rodaron las primeras tomas del primer filme de ficción cuencano: el largometraje “Arcilla indócil”, una adaptación cinematográfica del relato de mismo nombre del destacado escritor cuencano Arturo Montesinos Malo. 

Poco antes, durante el decanato de Alfonso Carrasco Vintimilla, había iniciado su andadura el Taller de Cine de la Facultad de Filosofía, bajo la dirección de quien suscribe estas líneas. Frente a la “disparatada” idea de hacer cine en Cuenca, inventamos el Taller de Cine. Los esfuerzos de Ana Puyol, José Neira Muñoz (fallecido), Loli Parra, Iván Petroff, Jorge Dávila Vázquez, Edmundo Maldonado (fallecido), Betty Mejía, Iván Peña y tantos otros desmintieron rápidamente esas sensaciones. 

Y no solo iniciaron el cine argumental en Cuenca, sino igualmente una manera de hacer cine: la escasez de recursos y tecnología compensada con un tenaz esfuerzo caracterizado por la solidaridad y una voluntad desinteresada, sin límites, capaz de vencer la trampa del desaliento. Simplemente, por amor al cine, la pasión por la cultura. Porque, es irrefutable, toda pasión es siempre una forma de amar la vida.

Casi como los pioneros del cine, por lo menos con idéntico espíritu de búsqueda, con las mismas ilusiones y equipos rudimentarios, e incluso con similar escepticismo por parte de quienes contemplaban a distancia esta aventura, comenzó a despegar el cine realizado en Cuenca. Con un montón de sueños sobre las espaldas, en junio de 1982 se estrenó “Arcilla indócil” con el respaldo absoluto del admirable público cuencano.

Después de “Arcilla indócil” siguieron “La última erranza” (1984) y “Cabeza de gallo” (1989), adaptaciones libres de las narraciones respectivas de Joaquín Gallegos Lara y César Dávila Andrade, máximas figuras literarias de las letras ecuatoriana. El propósito de difundir, a través de las imágenes, la mejor literatura nacional, era otro de los objetivos iniciales. Estas películas supusieron para el cine pionero cuencano el descubrimiento del lado más sombrío de realidades sociales del Ecuador de aquella época, la visualización de duros aspectos de vidas aparentemente rutinarias, personajes, escenarios y paisajes que reclamaban el derecho a protagonizar el mundo de las imágenes nacionales.

Con Segundo Narváez, Galo Carrión, Felipe Vega, María Eulalia Coellar, Sergio Galvis, María Luisa Torres, Vinicio Jáuregui (fallecido), Rubén Villavicencio, Edmundo Rivera, Marco Martínez y otros, esas escenas se han incorporado a la memoria colectiva. Con todos ellos compartimos una década ese mundo casi mítico del celuloide, todos estuvieron señalados inequívocamente por una intensa entrega y de compromiso insobornable con la cultura y la sociedad ecuatoriana. El cine es, definitivamente, una experiencia de esfuerzos solidarios, no es una expresión individual, se transita en colectivo.

En este recuento, un momento de máximo relieve para el desarrollo del cine cuenca: la creación de la Escuela de Cine de la Universidad de Cuenca. Jaime Astudillo, Galo Carrión, Oscar Webster y quien suscribe la pusimos en marcha en medio de obvias dificultades de todo tipo. Y, sin embargo, todavía continúa en la plenitud de sus actividades. De aquellas experiencias de 1980 hasta la más reciente actualidad, permanece el mismo espíritu pionero entre los jóvenes cineastas cuencanos.

El cine es una “fábrica de sueños” y ese es, justamente, el camino recorrido a lo largo de todos estos años: del sueño de hacer cine en Cuenca, a la realidad de la presencia actual de un colectivo de cuencanos apasionados por el séptimo arte: Pablo Carrasco, Cristian Narváez, Alfonso Vallejo, Andrés Gárata, Pablo Aguirre, Pancho Aguirre, Diego Carrasco, David Pazos, Wendy Aguilar. Siempre quedarán nombres en el tintero y al margen de trabajos altamente reconocidos como los de Tania Hermida.

Nunca nos faltaba tiempo para ir en pos de la ilusión, dejábamos el reposo y la necesidad de una vida más privada y cotidiana, sin hacer caso de la inquietante amenaza temporal. Nos preguntábamos: si podemos reproducir lo que vemos, ¿por qué no también lo que soñamos? Filmar es otra manera de escribir la historia.

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